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Segunda parte

Sergio Celibidache, un artista absolutamente excepcional

Genio para unos, personaje arbitrario y disparatado para otros. Se hizo proverbial su desprecio por Karajan o sus críticas despiadadas a los músicos.

Música y Letra: Sergiu Celibidache (I)

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Genio para unos, personaje arbitrario y disparatado para otros. Se hizo proverbial su desprecio por Karajan o sus críticas despiadadas a los músicos.
Sergiu Celibidache en 1979

El programa "Música y Letra" emite este domingo 8 de marzo la segunda parte de su especial monográfico a una de las figuras más atractivas y más polémicas de la música clásica, en los últimos años: el director de orquesta rumano Sergio Celibidache (1912–1996). Para unos, se trata de un genio; para otros, de un personaje arbitrario y disparatado.

Dos rasgos marcaron públicamente su singular personalidad: durante muchos años, se negó radicalmente a cualquier tipo de grabación, por muy alta que fuese la oferta económica que le hiciesen. (Se hablaba de que, en Japón, le ofrecían un cheque en blanco, por grabar lo que quisiese). Al final, la imposibilidad de poner puertas al campo de los avances tecnológicos y de luchar contra la piratería le hizo aceptar. Después de su muerte, sus grabaciones se han multiplicado. Varias de ellas, además, recogen sus ensayos, con explicaciones de enorme interés.

El segundo rasgo sería la extremada dureza con que calificaba a muchos de los más famosos intérpretes. Se hizo proverbial su desprecio por Karajan, con esta frase: "¡Pobrecito! No sabe fenomenología..." (Don Sergio estaba muy orgulloso de haberla estudiado).

Una peculiaridad más: la extremada lentitud de bastantes de sus interpretaciones. Se ha llegado a cronometrar que su versión de "El mar", de Debussy, dura diez minutos más que otras; su "Octava" de Bruckner, casi media hora más ...

Casi todo era singular, en su biografía. Estudió música, filosofía y matemáticas en Bucarest y París. (Luego, además, budismo zen, que le influyó mucho). Comenzó a dirigir nada menos que a la Filarmónica de Berlín, en 1945, cuando Furtwangler fue suspendido, por su pasado nazi. Dirigió luego a la Orquesta de Estocolmo y a la Filarmónica de Munich, sucediendo a Kempe: la llevó a un puesto primerísimo pero también mantuvo una batalla de doce años para echar a un trombonista...

Las anécdotas de don Sergio son infinitas. Recuerdo muy bien una vez que vino al Teatro Real, con la Orquesta Ciudad de Barcelona. No había pedido un caché excesivo pero sí un período de ensayos muchísimo mayor que el habitual: el resultado fue deslumbrante. Federico Sopeña, mi maestro, solía poner una grabación de ese concierto, sin mencionar los intérpretes, y preguntaba qué orquesta creían que era: los entendidos respondían que podía ser Chicago o Nueva York...

Sus relaciones con las orquestas españolas fueron terribles. Dirigiendo en Madrid el "Bolero" de Ravel, un músico se equivocó y arrastró en su error a algunos compañeros. Don Sergio, sonriente, cruzó los brazos y dejó que los músicos acabaran la obra a su aire, sin dirigirlos...

En un ensayo con otra de nuestras orquestas, preguntó a un músico: "¿Usted es de la orquesta?" – "Sí, maestro". "Pero, ¿titular, de los que tocan todos los días?" "-¡Claro, maestro!" Don Sergio exclamó "¡Pobrecitos, pobrecitos!" y se fue para Barajas... No es de extrañar que los músicos no quisieran verlo, durante años.

Si de la tradición oral pasamos a lo que está recogido por la prensa, me acuerdo del coloquio que mantuvo en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, el 10 de octubre de 1991. Los asistentes le pincharon y el maestro, con casi 80 años, entró al trapo. Éstas fueron algunas de sus frases: "Toscanini era un idiota que gobernó durante sesenta años, el peor músico de todos los tiempos, un ignorante total". Karajan, "un genio del marketing, como la coca-cola. Tiene poco de músico y mucho de ministro de asuntos exteriores". A la protegida de éste, Anne-Sophie Mutter, la calificó como "una gallina que está tocando el violín". Barenboim le parecía "un buen pianista pero no logra transmitir sus ideas como director; además, no sabe decir no". Con el violinista Izaak Perlman había tocado Prokofiev: "Yo hubiera apostado por él, entonces, hace dos años; ahora es un desastre. ¿Por qué? Antes, no tenía ni para un par de pantalones; ahora, una abultada cuenta corriente".

No eran sólo excentricidades. Tenía obsesión por los ensayos: "Como los ensayos no dan dinero, en Estados Unidos sólo montan conciertos. No hay una orquesta, en los Estados Unidos, que te deje hacer más de dos ensayos. Ése es el mundo musical de hoy".

No le gustaba la ópera, se centró en el gran repertorio romántico. Consideraba que el concierto supone "una experiencia trascendental". Odiaba las grabaciones: "Con el disco se hundió el mundo musical. Un disco no tiene nada que ver con la música". Dió muchos cursos, gratuitos, en Mainz y en Siena. También escribió libros: "Una fenomenología musical". Y otro, de título llamativo: "La música no es nada". Se refería a las explicaciones banales; para él, la música, simplemente ES, con mayúsculas.

Tenía una enorme capacidad de análisis, como si escrutara las partituras con microscopio. Buscaba la libertad más que la presunta fidelidad. Su técnica propia, con tiempos muy lentos y gran sutileza tímbrica, pretendía quitarle a las obras el polvo que la rutina ha acumulado; con don Sergio, los músicos redescubrían las partituras, por conocidas que fuesen. Y también el público, gracias a sus gestos peculiares: a veces, casi bailando, y bufando un poco. Nunca olvidaré, por ejemplo, cómo conseguía aclarar a todos – intérpretes y público - las complejidades de las grandes sinfonías de Bruckner, uno de sus músicos favoritos.

Cuando murió, mi amigo Enrique Franco escribió un precioso artículo, titulado "El maestro": "Trascendía los sonidos, defendía la verdad de la música. Lo suyo no era capricho ni inspiración, sino una exigencia de perfección casi científica. Y poseía, a la vez, una inmensa humanidad".

El 8 de marzo, en "Música y Letra", podremos escuchar algunas de sus versiones: Dvorak, Brahms y Bruckner. Vale la pena, créanme.

Y, si sienten curiosidad, vean en internet algunas de sus explicaciones, en los cursos y ensayos. Celibidache: un artista absolutamente excepcional.

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