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Alfonso García Nuño

Por favor, ¿me puede decir dónde está la calle Xavier Zubiri?

Me atrevo a decir que quizás, desde el granadino Francisco Suárez (1548-1617), no haya habido un filósofo español de más altura.

Me atrevo a decir que quizás, desde el granadino Francisco Suárez (1548-1617), no haya habido un filósofo español de más altura.
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Recorrer una ciudad, por ejemplo Madrid, y fijarse en los nombres de las calles resulta muy instructivo. Prestando atención y tiempo, uno puede ir sacando una radiografía de cómo ha ido siendo entendida por la ciudad la nombradía, el merecer la dudosa inmortalidad de formar parte del callejero, porque vida perdurable de verdad sólo la del hombre entero, la del nombre únicamente puede calmar nuestro erostratismo.

Hay nombres de calles que verdaderamente nacieron de la democracia directa, de la costumbre o uso de las gentes. Suelen ser las del casco antiguo de las ciudades, curiosamente cuando no había un sistema democrático para nombrar a los concejales del ayuntamiento, pero la elección y uso de ese nombre por los pobladores de la villa le dieron la impronta de ley. Este sabor lo tienen calles como la del Calvario, la de Tribulete, o plazas como la de Lavapiés en Madrid.

Otros nombres nos llaman la atención por ser de gloriosos desconocidos. Personas de pública mención en un tiempo, con fama y reconocimiento, hoy su nombre es una inscripción muerta sobre las fachadas de las casas. Un indicativo para que el cartero encuentre al destinatario del paquete, para que el visitante halle la casa de quien por primera vez lo ha invitado, pero un nombre que ha perdido el quién que detrás lo sustentaba en vida, incluso para quienes moran en la calle a que dan nombre. ¡Qué pocos saben quién era esa persona a quien mientan cuando un funcionario les pide el domicilio! Como decía Unamuno, el cielo de la fama es pequeño; en él caben pocos, y cuando aparece alguien nuevo, inevitablemente expulsa a alguno que lo precedió en esta pobre gloria. Sólo los verdaderamente grandes superan la prueba del tiempo.

Otras vías son una declaración de desproporción. ¿Quién fue López de Hoyos? Si comparamos su calle con la de Cervantes en Madrid, nos podría dar la sensación de que aquél es alguien más notable. Mas si no hubiera sido el maestro del autor del Quijote, ¿quién lo hubiera recordado?

Otras calles son una confesión de arbitrariedad, de ideología desbocada, de silenciamiento y malformación de la historia. Basta seguir la sucesión de nombres que han padecido algunos paseos, plazas y calles en los últimos cien años, no solamente en Madrid, sino en toda España.

Siendo todo esto así, además hay que añadir que en el callejero también hay nombres que brillan… por su ausencia. ¿Quiénes faltan? ¿Por qué? ¿No dice esto acaso mucho de nosotros mismos? Quien no reconoce la grandeza, difícilmente será ajeno a la mediocridad, probablemente será, con expresión de Ortega, un hombre-masa.

He buscado en Google Maps la calle de Xavier Zubiri en Madrid y no la he encontrado.

En la fachada de la casa donde vivió en Madrid y ahora se encuentra la sede de la Fundación Xavier Zubiri, en la calle de Núñez de Balboa nº 90, hay una placa conmemorativa del Ayuntamiento, que reza así: "Aquí vivió el filósofo Xavier Zubiri desde 1942 hasta su muerte en 1983 y en ella escribió toda su obra". Lo cual, por una parte, es un poco exagerado, pues antes de ese año había publicado ya algunas cosas, y, por otra, es bien poco.

Con la orientación de Ortega, Zubiri, que había nacido en San Sebastián en 1898, estudió a fondo la fenomenología de Husserl, sobre la cual centró su pensamiento hasta 1932. Desde ese momento y hasta 1944, su obra, tras entrar en contacto con Heidegger, cobra carácter ontológico. Pero esto fue solamente algo transitorio, ya que desde 1944, por tanto, desde ese rincón del barrio de Salamanca en Madrid, su obra inauguró una nueva etapa creativa, donde encontramos su originalidad y genialidad filosófica, una "etapa rigurosamente metafísica", como él mismo afirma en la edición inglesa de su primer libro, Naturaleza, Historia, Dios. En esas últimas décadas de su vida, el filósofo español afronta las grandes cuestiones del pensamiento y trata de superar la modernidad, para lo cual sitúa en el centro de su pensamiento la realidad, pero sin que esto suponga un retorno al realismo de la antigüedad y el medievo. Zubiri ha gestado en lengua española una original y profunda filosofía, sobre los irrenunciables pilares de una metafísica y una teoría del conocimiento propias.

Me atrevo a decir que quizás, desde el granadino Francisco Suárez (1548-1617), no haya habido un filósofo español de más altura, incluyendo a Unamuno y a Ortega. Es más, probablemente llegará a ser considerado como uno de los filósofos más importantes del siglo pasado. Aquí en Madrid, de momento, aunque en Washington DC haya una fundación a su nombre, Xavier Zubiri no tiene calle, al menos yo no la encuentro. ¿La tiene en San Sebastián?

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