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Daniel Bianco: "Somos un pueblo al que le cuesta disfrutar de lo nuestro"

Con motivo de la nueva temporada del Teatro de la Zarzuela, su director nos habla del futuro del género y la búsqueda de nuevos públicos.

Con motivo de la nueva temporada del Teatro de la Zarzuela, su director nos habla del futuro del género y la búsqueda de nuevos públicos.

Hace dos años, Daniel Bianco (Buenos Aires, 1958) asumió el reto de dirigir el Teatro de la Zarzuela, semiescondido hogar madrileño y casi único reducto del adormecido género. Con una sólida trayectoria como escenógrafo y gestor teatral -ha sido director artístico adjunto del Teatro Arriaga y director técnico y de producción del María Guerrero y el Real-, Bianco defendió como base de su proyecto la seducción de nuevas franjas de audiencia y la apuesta por los artistas emergentes. Hablamos con él de prejuicios, escándalos y financiación de ese arte español que lucha por volver a ser relevante.

P. La temporada de este año abre con El cantor de México, unas de las operetas que consagró a Luis Mariano. El cantante siempre fue ninguneado en su propio país. Hoy a la zarzuela parece pasarle lo mismo. ¿Está en los genes del español sentirse acomplejado de su arte?

R. Siempre hemos sido así, somos un pueblo al que le cuesta disfrutar de lo nuestro. Luis Mariano tenía muchísima técnica, dinámica y agilidad en la voz; París se rendía a sus pies y quizá aquí no se le haya valorado. Algo hay de eso, también nos pasa con la zarzuela. Hay que quitarse el prejuicio: es un género lírico español, con gran apogeo entre 1850 y 1950, muy fructífero, con buenos compositores, maestros y libretistas. Seguramente muchas zarzuelas hayan quedado antiguas pero, como a todo, se les puede dar una revisión.

P. Como director de este coliseo, ¿usted mismo es amante del género de siempre o tuvo también reparos en un primer momento?

R. Yo soy hijo de emigrantes asturianos y siempre me llevaron al teatro y a la zarzuela, sin saber yo lo que era ni si sus canciones eran modernas o antiguas. Este fue el primer sitio en el que trabajé como ayudante de escenografía y en el que debuté como escenógrafo. Lo que me atrae de esto es el reto del teatro musical. El problema es que en los últimos 30-40 años le hemos dado a la zarzuela un valor y una exigencia vocal propios de la ópera, y estamos equivocados. Es una comedia musical con la manera de cantar de la ópera. Los ingleses con Benjamin Britten lo tienen claro.

P. Como dijo una vez Stephen Sondheim, se trata de actores que canten, más que de cantantes que actúen...

R. Es un error cantarlo como si fuera Mozart. La zarzuela tiene algo que es popular, y eso no quiere decir que sea mala musicalmente. Esta impresión la ha provocado la diferencia entre clases sociales. Il Trovatore es magnífica pero tiene un argumento que no se lo come nadie. No por ser ópera es siempre buena y culta. La zarzuela tiene músicos magníficos: Barbieri, Chueca, Gaztambide. Siempre ha estado unido a lo popular, hasta en los argumentos. Pero está bien que sea así, como en la pintura. Hay una manera de decir, de cantar y de hablar en la zarzuela, y es lo que persigo, la renovación, acercarme al género y captar nuevos espectadores. Pero parece que siempre hay que mirarla con lupa.

P. ¿También existen prejuicios entre los compañeros de gremio?

R. Estoy muy contento porque cuento con toda la gente del mundo del teatro, con Conejero, con Pasqual, con Sagi. Es lo que pasó en los 80-90 cuando el mundo del teatro entró en la ópera. Estoy removiendo tierra y cielo e intentar que mucha gente se sume a esto, que es distinto, que es teatro musical nuestro. Un "no" no he tenido nunca.

P. ¿Considera que la zarzuela puede volver a estar de actualidad, pese a su ausencia en cine, en Youtube, en Netflix, en las plataformas que hoy mueven las grandes audiencias?

R. El teatro está manejado por unos pactos: tiene una vinculación entre el señor que canta y el espectador, y eso no lo quiero perder. Un ejemplo ha sido La Revoltosa hecha por y para jóvenes. Vinieron a verla 6.000 chavales, que en los primeros 5 minutos no entendían lo que se decía. Pero se conectaban a través de Instagram Life y de Whatsapp, y se fueron de aquí con la música y la historia de amor. Ahora vamos a hacer El dúo de ‘La Africana’ como si fuera Got Talent. Es como pensar en La verbena de la paloma: el boticario no existe, para mí es el chino que abre su tienda las 24 horas. Si no adaptamos las obras, hacemos una cosa histórica, y el historicismo no me interesa.

P. Una de las misiones de su proyecto en este teatro es atraer al público joven. ¿Cómo se puede lograr eso sin ahuyentar al veterano?

R. Soy una persona conciliadora: la agresión no me gusta. Cuido y respeto a esa gente que ha mantenido la zarzuela. Y tengo la conciencia de un teatro público: tú y un señor de 70 años tenéis derecho a ver algo que os guste. Hay gente que ni sabe lo que hacemos aquí. Le pedí a un taxista que me llevara a la Zarzuela, y al ver su desorientación le pregunté si sabía lo que era. Me contestó "donde viven los Reyes". Los que han venido a ver La Revoltosa no se han ido mal, porque era un trabajo honesto de gente joven. Yo no voy a hacer La Revoltosa con guitarra eléctrica, porque para eso hago una nueva zarzuela con guitarra eléctrica. Mi inspiración es lo que hizo Picasso con Las Meninas: las pintó como él las veía. Pero aquí hay una base, que es la partitura, y eso no lo toco.

P. En la nueva temporada veremos Policías y Ladrones, definida como zarzuela contemporánea, y el primer estreno en el género desde 1981. ¿Qué nos vamos a encontrar?

R. Es un proyecto de Tomás Marco y Paolo Pinamonti [el anterior director] que me encontré hecho y he mantenido. Cumple las órdenes de una zarzuela, pero lo que quiero es que se vea como un hecho teatral, no quiero ponerla en un catálogo. De lo que no tengo ganas es de que la gente la juzgue antes de estar. Es una apuesta importante. Y está acompañada por un proyecto de lanzamiento de obra, con un jurado, al que se puede presentar cualquiera. No me siento capaz de decidir, como director, quién hace una ópera y quién no. Esto motiva a la creación, como también lo que haré la temporada que viene: voy a intentar rescatar obras que no se han hecho nunca, en versión concierto. Dramatúrgicamente son imposibles, musicalmente la bomba. Y lo voy a intentar también con obras de compositores vivos, de igual manera que decides hacer un Alonso o un Barbieri.

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Daniel Bianco en su despacho | David Alonso Rincón

P. ¿Estrenar zarzuelas es una aspiración idealista o cree que pueden volver a nacer clásicos?

R. No es ser idealista, es que si no nos quedamos estancados, en un cajón. No tengo cuatro salas, que es lo que me gustaría. Se trata de tener una temporada plural donde todos quepan. El año que viene hago un Gaztambide que he encontrado yo. Si estoy aquí solo para hacer la Doña Francisquita, La del Soto del Parral y El Gato Montés, primero no estoy, porque no me divierte. No es un reto ni es una apuesta. Si esto fuera un teatro privado y yo pusiera el dinero la visión sería distinta, porque mi visión sería solo comercial. Evidentemente una parte de mi cerebro me dice que no estoy para malgastar dinero, y la otra me dice que debo hacer cultura. Tengo que al menos dar la posibilidad de que se elija, de verlo o no verlo.

P. ¿Desaparece la presión de la taquilla en un teatro de titularidad pública?

R. Esa presión la tengo. Llevo 34 años en el mundo de la lírica y ya sé que no es rentable, eso es una utopía. La rentabilidad está en otra parte, en salvaguardar y difundir la música de nuestro país. En cualquier país del mundo esto es muy valorado. No digo que aquí no, porque si no no estaríamos abiertos. Forma parte de nuestro patrimonio, es tan importante la música española como la pintura del Prado.

P. ¿Hay en marcha un cambio del modelo de financiación, quizá más enfocado al patrocinio, como el Teatro Real (el 70% de su presupuesto son ingresos propios y aportaciones particulares)?

R. El Teatro Real es una Fundación, esto es un teatro público. ¿Qué le puedo dar al patrocinador? No tengo qué ofrecerle. Lo que quizá tengamos que hacer es intentar ser una fundación, que es lo que yo desearía. Y pienso que muchas de las autoridades del Ministerio lo comparten, así que espero que se pueda cumplir. Creo que operativamente es la única forma de hacer de esto una casa de la cultura.

P. Al poco de asumir su cargo se encontró con un regalo envenenado: la polémica obra Cómo está Madriz, que según sus palabras generó 83 cartas de queja. Tuvo eco en medios que jamás habían hablado de zarzuela. ¿Cuál es su balance de aquel ‘escándalo’? ¿Cree que fue una publicidad beneficiosa o una polémica sin frutos?

R. La polémica la montaron algunos, y eso evidentemente sirvió para llenar el teatro. Me quedo con que fue un buen espectáculo. La Gran Vía fue polémica en su estreno y cuando la estrenó aquí Marsillach también. Quiero que eso sea algo cotidiano y normal, no que sea un acontecimiento, y que parezca que hay que montar un escándalo para que el público venga, por ahí no paso. Creo que es un acto democrático, y hay formas de expresar tu opinión: aplaudiendo, pitando, o ignorando, y todas son válidas. ¿Qué te guste más el aplauso que la otro? Claro. Y realmente fue lo mayoritario. Los que pegan pitos son cuatro y hacen mucho ruido. Pero fue una muy buena experiencia.

P. ¿Se puede hacer una zarzuela comprometida? ¿Está el género maduro para hablar, por ejemplo, de la Guerra Civil o de ETA?

R. El año pasado hicimos Château Margaux y La Viejecita, con un coro de militares y connotaciones claras de un régimen y una época. Vi a la hija de Franco en un palco y aplaudió con una educación exquisita. Uno puede hablar de todo; según cómo lo hagas, no hay ningún problema. Y la zarzuela sirve para esto, siempre siguió el pulso de lo que pasaba en la sociedad, y es lo que no quiero perder. En este teatro de 161 años ha pasado de todo. Circo, bailes de carnaval, ballet, han cantado y bailado los mejores del mundo, ha recitado Unamuno y tres años después del asesinato de Lorca la Asociación de Periodistas le rindió un homenaje. Por eso intento estar en todas partes. Pero con lo que yo puedo ofrecer: una temporada plural.

P. Aquel montaje estuvo marcado por un libreto completamente nuevo, al igual que el reciente Enseñanza libre/La gatita blanca, en el que el director artístico Enrique Viana cambió los textos por considerarlos machistas. ¿Es justo juzgar las obras de ayer con la mirada de hoy? ¿Nos puede llevar la corrección política a la situación de esos estados de EEUU que han prohibido Lo que el viento se llevó?

R. Las cosas tienen un punto medio. Dicho como lo dijo Enrique Viana suena mal. Pero hay muchos libretos de esa época exageradamente ofensivos, no solo para las mujeres sino para los hombres que las respetamos. En eso estoy de acuerdo en el cambio, ya que lo que valía de esa obra era la música. Claro que hay que dar un toque, como también en el teatro de prosa. No haría una obra donde se fomentara la desigualdad de género o la homofobia. Es mucho lo que se ha ganado como para ir hacia atrás, hay que ser responsables.

P. Méndez de Vigo es el primer político en años en manifestar su afición por la zarzuela, en asistir y recomendarla públicamente. ¿Prefiere el apoyo institucional o la libertad que da el desinterés?

R. Que venga todos los días no significa que no me deje en paz. Estamos tan mal acostumbrados con los políticos… Mi directora general, Montserrat Iglesias, es una persona con la que se puede dialogar, siempre está cuando la necesito, y lo mismo me pasa con el Ministro. Así es como debería ser. Nunca me han ordenado hacer nada, hemos tenido conversaciones de adultos. Me siento apoyado por ellos. Lo que particularmente me dio pena fue que la alcaldesa Carmena no viniera al espectáculo ad hoc que hicimos para el IV centenario de la Plaza Mayor, el día de San Isidro. Y cuando se retransmitió una ópera del Liceo sí estuvo. Mucha gente habla pero luego no está.

P. En la última semana hemos visto dos pronunciamientos políticos: la dimisión de Álex Rigola, director artístico de los Teatros del Canal, por las cargas policiales del 1-O, y la supresión del uso ofensivo de la bandera en el montaje de Calixto Bieito en Carmen. ¿Hay situaciones en las que un artista está obligado a pronunciarse o lleva siempre las de perder?

R. Mi significación política es trabajar todos los días, desde que llego por la mañana hasta que me voy por la noche. Mi temporada, mi manera de trabajar y de actuar: esas son mis armas, no salir a la prensa a decir algo.

P. ¿Qué tendría que ocurrir para que considerara cumplida su misión en la Zarzuela?

R. Lo que está sucediendo. Que la gente del teatro se sienta orgullosa de trabajar aquí, y que el público venga.Claro que uno siempre quiere más y más: cuando realmente perdamos el prejuicio y estemos orgullosos de lo que tenemos. No soy el primero en nada, pero siempre llego. Creo profundamente en mi trabajo, no sé hacer otra cosa. Y este es un proyecto de tender la mano a toda la gente que esté aquí, a los madrileños, a los turistas, a todos. No solo para que los de toda la vida disfruten de sus zarzuelas, sino para poner en marcha un mecanismo: el de la curiosidad. Eso hace que uno aprenda, que sienta, y que sea mejor persona.

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