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Amando de Miguel

La cultura de otra forma

Las reformas culturales son muy sencillas: basta desarrollar lo que han dejado de hacer los últimos Gobiernos españoles.

Las reformas culturales son muy sencillas: basta desarrollar lo que han dejado de hacer los últimos Gobiernos españoles.
aconcagua (talk)/Wikipedia

Las reformas culturales son muy sencillas: basta desarrollar lo que han dejado de hacer los últimos Gobiernos españoles. Para empezar, habría que empezar subsumiendo en uno los dispersos departamentos ministeriales de Educación, Universidades, Ciencia y Cultura. Debe haber una dirección nacional de todas esas materias. Ni que decir tiene que al frente del nuevo ministerio se agradece la presencia de personas realmente capacitadas y con prestigio.

Una base imprescindible es que la enseñanza obligatoria se imparta en castellano en toda España. Lo cual es compatible con la existencia de centros privados en otras lenguas; fundamentalmente, las otras europeas, el chino, el árabe y las regionales españolas. Debe alentarse el funcionamiento de centros de excelencia en el grado de la enseñanza obligatoria, con exámenes de ingreso más exigentes para profesores y alumnos.

El número de universidades en España parece excesivo. Alrededor de media docena de ellas deben dotarse de medios para que puedan compararse con las mejores universidades extranjeras. Por ejemplo, deben contar con institutos de investigación y cursos de postgrado. En ellos se puede exigir el inglés como lengua usual de trabajo. Se impone la necesidad de fortalecer las distintas áreas lingüísticas de conocimiento avanzado, abarcando varias materias. La nueva organización universitaria tendría que superar la estructura del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que a veces parece como si no fuera ninguna de las cuatro cosas.

Sea cual fuere la organización de los centros de enseñanza, la condición común es una mayor exigencia de esfuerzo y dedicación por parte de profesores, investigadores y alumnos.

Una buena política cultural sería la que se impusiera el objetivo de cooperar, mucho más que en el pasado, con los centros educativos y las instituciones culturales de Iberoamérica. El modelo podría ser el de la relación de la Real Academia Española y las correspondientes instituciones lingüísticas de los países de habla española. En ese concepto se debe incluir el conjunto de los hispanos de los Estados Unidos de América.

Aunque la organización de la enseñanza y la cultura sea de alcance nacional, sería conveniente descansar en la acción de las responsabilidades municipales. (No se olvide que me refiero a grandes municipios reconstituidos). Por ejemplo, deben instalarse museos de la ciencia, al menos en un centenar de localidades. Tales instalaciones deben funcionar en estrecha colaboración con los centros de enseñanza obligatoria.

La organización de los cometidos expuestos se propone fomentar, mucho más que en el pasado, la estadía de los estudiantes en las grandes universidades extranjeras y centros de investigación adyacentes. Al tiempo, deben contratarse numerosos profesores e investigadores extranjeros, que puedan dar cursos o equivalentes en inglés.

La promoción de la cultura debe fomentar, por todos los medios, la producción audiovisual, el estímulo a todas las formas de expresión artística de calidad.

Se requiere una acción más decidida para conectar las actividades educativas y científicas con el grueso de la economía. Debe quedar claro el objetivo nacional de exportar cultura en su más amplio sentido. La condición es que hay que producirla, más o menos, como cualquier otro rubro empresarial. No se piense solo en el aspecto particular de la tecnología. Las etiquetas de ciencia o cultura incluyen las humanidades, las ciencias sociales y las materias artísticas.

La libertad es la condición inexcusable en cualquier actividad profesional, pero no está de más que se insista especialmente en el espacio de la cultura. Su organización pública, aunque compatible con los centros privados, debe ser ajena a cualquier tipo de censura política, por desgracia tan común en nuestras tradiciones.

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