Menú

'Willow', el Star Wars de espada y brujería, cumple 30 años

Willow, una de las películas que despiertan nostalgia ochentera, cumple 30 años. ¿Resiste la prueba del algodón?

Willow, una de las películas que despiertan nostalgia ochentera, cumple 30 años. ¿Resiste la prueba del algodón?
Los protagonistas de Willow | Sony

Ron Howard ya dirigió una película de Star Wars hace 30 años. Se tituló Willow y, aunque sustituía la galaxia por un reino medieval, las espadas láser por acero convencional y la abstracta Fuerza por brujería clásica, todo en ella funcionaba más o menos como en la saga galáctica de George Lucas.

En efecto, Willow cumple tres décadas. Perfecta película de sábado por la mañana, un repaso actual de la película arroja resultados positivos, cosa que no siempre sucede: no solo sus efectos especiales se mantienen muy bien, sino que el filme pasa por ser uno de los trabajos más estimables (en ritmo y narrativa) de su director, ahora resistiendo como puede el relativo fracaso de taquilla de, precisamente, su primera aportación "oficial" a la saga galáctica, la definitivamente menos animada Han Solo.

¿Qué tal se mantiene Willow después de tres décadas? Como decimos, ciertamente bien. La película, que sin embargo tiene algo de pequeña joya olvidada de los 80 (su resultado en taquilla tampoco fue excesivamente brillante) no parece haber perdido músculo desde su estreno, y un joven espectador actual la apreciaría de una forma muy cercana a como cuando la película fue concebida. Puede que a estas alturas nos sepamos la fórmula Lucas para confeccionar su cine, pero pese a ello, lo cierto es que Willow defiende su plaza con dignidad.

willow-val-kilmer.jpg
Val Kilmer y Joanne Whalley... antes de añadirse el "Kilmer" | Cordon Press

Estamos en 1988, con Lucas todavía al mando de Lucasfilm LTD tras el morrocotudo fracaso de Howard: un nuevo héroe, esa aventura pulp marvelita olvidada por el actual millenialismo geek que obtuvo uno de los rechazos más unánimes en crítica y público de toda su década. Tras ese tortazo tras años de bonanza, llegó Willow, un filme donde perviven las obsesiones de ese autor a quien aún le quedaban unos pocos años de gloria antes de ser definitivamente defenestrado por esos mismos fans radicales que auparon su obra, y que en una de sus múltiples contradicciones, ahora resultan insensibles a cualquier evolución de su fórmula galáctica: hablamos del mitólogo Joseph Campbell, de la peligrosa travesía del héroe codificada en El héroe de las mil caras (habitualmente encargada al ser más inocente imaginable, en este caso un pequeño "peck") y, por citar solo un elemento primordial más de la historia, la existencia ineludible de una princesa, Elora Danan, en esta ocasión un inofensivo bebé cuya bíblica huida flotando por un río inicia todo el ciclo de búsqueda. Al final, el legado del profesor y estudioso del monomito pesa más en el filme que la referencia visual y argumental que podíamos considerar más inmediata, El señor de los anillos de Tolkien, que no obstante planea a lo largo de todo el largometraje.

Los paralelismos con la saga galáctica no acaban aquí: si la reina Bavmorda nos funciona como Emperador, su "sidekick" el general Kael, cuyo rostro aparece cubierto por una agresiva calavera, se nos antoja sospechosamente similar al casco negro de Darth Vader. Madmartigan (Val Kilmer) es un pasable Han Solo y la sucesión de criaturas e incluso el acontecer de las secuencias (de una aldea de reminiscencias "hobbit" a un bosque, un páramo desolado o un castillo, casi siempre con cortinillas) se aproxima al tratamiento narrativo de la primera saga Star Wars. Howard, cineasta habitualmente obediente, simplemente siguió las directrices dadas y el resultado, su primera gran producción de efectos especiales tras varias comedias de éxito como Splash, salió generalmente bien: solo algunas de sus cualidades resultan cansinas o infantiloides, como la excesiva atención dispensada a los pequeños duendes, una suerte de "ewoks" destinados a poner un acento humorístico que ya estaba presente en el resto de personajes.

hqdefault.jpg

Willow tiene, generalmente, el sabor de una buena aventura para todos los públicos. La película sabe crear un sentido de grupo que otras sagas apenas atisban en tres, cuatro, siete películas. Aquí -benditos ochenta- la agenda personal del héroe caradura Madmartigan solo aparece entrada la hora de película, y no hace falta frenar la acción o el vigor del relato para que el previsible cambio (como el de Sorsha, su interés amoroso e hija de la villana) resulte simplemente suficiente. La lucha del bien contra el mal no resulta en un relato obeso, sino en uno resuelto con trazo ágil y sin necesidad de mayores explicaciones.

Estéticamente, niebla, humo y más niebla, mucha niebla, adornan las escenas de Willow, rodada en su mayoría en parajes y estudios del Reino Unido. Un tono frío, sucio, debedor de otras aventuras de espada y brujería del momento, pero que sabe mantener una calidez y tono familiar que beneficia al "sense of wonder" del conjunto. Aquí tiene su peso el gran trabajo musical de James Horner, a quien sus detractores acusan de constante plagio (quiza con conocimiento, pero sin ningún apego) pero que resulta aquí protagónico: la banda sonora de Willow resalta la aventura y el sentimiento, prima la melodía (los habituales "parabará" del autor tampoco están excesivamente subrayados) y crea un clima sentimental de emoción y peligro que, de postre, ahuyenta el fatalismo y sitúa a la película en la época a la que pertenece.

Buenos actores enamos conscientes del pintoresquismo de su papel y abrazándolo con ganas (el mítico Warwick Davis no era mayor de edad cuando acometió el rodaje) y unos efectos especiales obra de esos maestros ahora en extinción (desde Phil Tippett a Dennis Muren, aquí están todos de nuevo) rematan una película entrañable, estimable y válida treinta años después de su estreno, y que fiel a la tesitura de los filmes de su época, no se muestra especialmente preocupada en resultar relevante más allá de lo obvio: como en el propio argumento de Willow, en un período de crisis nadie se preocupa de lo intrascendente, cuando en realidad las cosas pequeñas (un peck, una princesa bebé, una olvidada película de aventuras) son al final la clave del cambio. Un mensaje que queda meridianamente claro incluso cuando la nostalgia por nuestra infancia perdida amenaza con ahogar nuestro juicio. En este caso, nuestra memoria sentimental no nos traiciona: Willow está bien, igual de bien, que cuando la alquilábamos en VHS.

Temas

En Cultura

    0
    comentarios