Menú

El Goya de Honor que no pudo recoger Carlos Saura

Tierno, enormemente sensible, culto, refinado, Carlos Saura fue un hombre sencillo, incapaz de herir a nadie.

Tierno, enormemente sensible, culto, refinado, Carlos Saura fue un hombre sencillo, incapaz de herir a nadie.
Carlos Saura y Geraldine Chaplin | Cordon Press

Tarde, pero con toda justicia, Carlos Saura fue anunciado como el ganador del Goya de Honor este año. El genial director, no obstante, no ha podido llegar a la Gala de los Goya y ha fallecido el viernes, apenas un día antes de la gala. De lo que no queda dudas es de su extraordinaria filmografía: no admite dudas de que es uno de los más grandes realizadores en la historia del cine español. No hace falta recordar los muchos galardones que ha obtenido: con sólo citar una selección de sus títulos más relevantes es suficiente para comprender la importancia de su biografía profesional. Su vida privada, aunque él ha procurado siempre que así fuera, es de todas formas sabida en parte. Hombre enamoradizo, padre de varios hijos con distintas mujeres, ha procurado siempre mantener un equilibrio entre su quehacer artístico y su trayectoria familiar.

Nacido en Huesca el 4 de enero de hace noventa y un años, Carlos Saura dejó sus estudios de Ingeniería Industrial para dedicarse a la fotografía y luego al cine. Normalmente, Carlos siempre iba con una cámara fotográfica colgada al hombro. Su colega, Alex de la Iglesia, recordaba recientemente haber compartido con él un viaje a Japón, donde no dejaba de recorrer tiendas y en particular mercadillos ávido de encontrar alguna máquina antigua o piezas difíciles de hallar aquí. Yo mismo, en una visita que le hice en su vivienda madrileña de la calle de María de Molina, cuando compartía su unión con Geraldine Chaplin, pude contemplar la cantidad de elementos fotográficos de su propiedad. He visto imágenes suyas, en blanco y negro, auténticas joyas de arte. No es extraño que en todas sus películas haya cuidado al máximo la fotografía, dejando ese apartado, desde luego, a Storaro, que es un destacado director en tan fundamental cometido. Su amor por la estética, el arte en términos generales, es cosa de familia. Su hermano Antonio es un referente de la pintura abstracta.

Como director y la mayoría de las veces autor de argumentos y guiones, siempre teniendo en la memoria la figura de su ilustre paisano, Luis Buñuel, consta en esa filmografía excepcional de la que hacíamos mención títulos como Los golfos, en 1960, década en la que rodó cinco años más tarde La caza, Pippermint frappé, Stres es tres, tres, La madriguera, El jardín de las delicias… En el siguiente decenio realizó Ana y los lobos, La prima Angélica, Cría cuervos, Elisa vida mía y Mamá cumple cien años. En los 80 es cuando lleva a la pantalla tres dramas de esencia literaria y musical: Bodas de sangre, Carmen y El amor brujo. Es decir, la tragedia de García Lorca, la historia novelesca escrita por Próspero Merimée llevada a la ópera por Georges Bizet, y la fantasía de Manuel de Falla en el pentagrama. Saura adaptó aquellas piezas universales de la dramaturgia para crear una sensacional atmósfera cinematográfica, con exquisita sensibilidad y maravillosa estética. Ya en los años 90, con un estilo diferente, nos dio una versión tragicómica ambientada en la retaguardia de nuestra guerra civil, ¡Ay, Carmela!. Y un vigoroso retrato del pintor de Fuendetodos, en el ocaso de su creación pictórica, Goya en Burdeos. Del nuevo siglo, El séptimo día, una mirada a la España profunda de dos familias cainitas, que se odian, se matan entre sí. Y tras la cámara siempre, Saura dirigió ya en esta última etapa varios interesantes documentales, el más reciente Las paredes hablan, donde escruta su visión de diversas obras de arte, de recentísimo estreno.

La otra vida real de Carlos Saura, la que abarca sus sentimientos personales, amorosos, se inicia al conocer en la Escuela de Cine de Madrid a una profesora, directora de documentales y asimismo periodista, Adela Medrano, con quien se casó y tuvo dos hijos, Antonio y Carlos, que se dedicarían a trabajos relacionados con el Séptimo Arte. Roto ese matrimonio, aunque sin divorciarse, pues faltaban más de diez años para que ello fuera posible en la legislación española, el director aragonés conoció en el Festival de Cine de Berlín a Geraldine Chaplin, con quien convivió durante trece años. Fueron padres de un varón, Shane.

La separación de la hija de Charlot causó cierto asombro pues se les veía muy acoplados y ella había sido una especie de actriz fetiche para varias de sus mejores películas, alguna de las cuales alabó Charles Chaplin cuando las contempló en su residencia de Vevey y Carlos conversó con el genial cómico animadamente. Y ya en 1978, Carlos comenzó a coquetear con la chica del servicio doméstico en el propio hogar que mantenía con Geraldine. Pudo existir alguna otra causa pero no nos cabe duda de que ésta percibió esa infidelidad de Carlos y puso tierra de por medio. La doncella en cuestión, nacida en 1960, era Mercedes Pérez. Los sorprendí una noche en la discoteca madrileña "Bocaccio", lugar de reunión de gentes de la farándula. Saura no escondía, por tanto, aquella relación. Se casaron civilmente en 1982 y tuvieron tres hijos: Manuel, Adrián y Diego. Todos sus descendientes coinciden en admirar a su progenitor, y también en que les hacía poco caso, involucrado casi a todas horas del día en sus proyectos cinematográficos, tanto con la productora de Elías Querejeta como luego con la de Emiliano Piedra. La pasión perpetua de Carlos Saura por el cine.

Su última experiencia matrimonial, acabado su matrimonio con Mercedes Pérez, fue con la actriz Eulalia (Laly) Ramón, una excelente actriz catalana a la que eligió para el reparto de su película Dispara, en 1993. Rodó a sus órdenes también Goya en Burdeos y El séptimo día. Una vez divorciado él se casó con Eulalia civilmente en 2006. Año en que les nació Anna, que es la única hija de Carlos Saura, pues sus anteriores hijos, seis, son todos varones.

A sus noventa y un años, parecía fuera de lugar seguir considerarlo tímido, pero lo fue en anteriores fases de su vida, desde luego. No era afecto a las entrevistas periodísticas, que aceptaba con disciplinada cortesía y educación. Tierno, enormemente sensible, culto, refinado, sencillo, incapaz de herir a nadie. Recuerdo esto que me contaba: "Como me aburro tanto en los rodajes, durante las obligadas y frecuentes pausas, dibujo planos, situaciones, enfoques… Otra constante mía en ratos de ocio es arreglar bolígrafos estropeados. Me chifla. Los periodistas soléis preguntarme siempre por los argumentos de mis películas: no deben contarse jamás… a no ser que pudieran relatarse las imágenes".

En aquellos años finales del siglo pasado ya se llevaban muchos filmes al formato videográfico, aunque Carlos me confesó que no contemplaba nunca su filmografía, una vez producido su respectivo estreno. Siendo el realizador español más asiduo en festivales internacionales, y el más premiado (mucho antes de que apareciera Pedro Almodóvar y algún otro), consideraba que le parecía una solemne sandez hacer una película sólo por si le tocaba la lotería de un galardón. "Y en los certámenes no creo".

CarlosSauraflamenco.jpg
Carlos Saura | Archivo

No sé si últimamente usó gafas como tiempo atrás, unidas por un cordón, para desprenderse de ellas sin necesidad de apartarlas poco más abajo de su cuello. Lo recuerdo ir por la calle con una enorme cartera casi de antiguo colegial, o zamarra de un "hippy", con un cinturón cruzado sobre su pecho. Le importó siempre poco la elegancia exterior, vistiendo de manera informal, excepto cuando el protocolo o acto significativo le obligara a lucir esmóquin, que no le apetecía, o terno convencional.

Lo chusco es que nunca pensó en dedicarse al cine, pero su pasión fotográfica lo llevó a ser guionista y director. Y de refilón, imbuido por otra vocación, también pergeñó relatos novelescos. Lo que no quiso jamás es permanecer ocioso. Y confesó: "No considero trabajo cuanto hago, porque es mi pasión y, encima, me divierto".

En Cultura

    0
    comentarios