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'Ferrari', o la feroz masculinidad de los personajes de Michael Mann

El biopic de Ferrari se estrena el vienes 9 de febrero en cines, y pese a no resultar redondo, interesa gracias a Michael Mann.

El biopic de Ferrari se estrena el vienes 9 de febrero en cines, y pese a no resultar redondo, interesa gracias a Michael Mann.
Adam Driver y Penélope Cruz en Ferrari. | Diamond

Las leyes de la física valen un potosí en la nueva -y poco aclamada- película de Michael Mann, un biopic de Enzo Ferrari con mucho más que descubrir que la (aparentemente) deslavazada narrativa del director. Y es que Mann, que lleva la máxima de "dos objetos no pueden ocupar el mismo espacio" al terreno de la familia y las carreras, articula una biografía poco complaciente, poco convencional y, pese a sus aristas y defectos, que los tiene en cierta abundancia, totalmente lógica en su trayectoria vinculada a éxitos como Corrupción en Miami o Heat.

La película, por eso, comienza con un sospechoso devenir de pilotos en un aeropuerto, como esos espías y asesinos que en Collateral se materializaban en Los Angeles con misteriosos objetivos. Luego, y pese a que la narrativa solo aparentemente desapasionada de Mann ha vivido episodios mejores en las películas citadas, encontramos cosas que descubrir en una película que requiere ser entendida como absoluto espectáculo de autor. Mann, entregado a las complejidades representativas del Hombre, así con mayúsculas, no ha realizado una película de acción y carreras sino el retrato psicológico de un tipo genial que, efectivamente, vive una crisis de identidad total. Igual que dos coches, uno de ellos un Ferrari, no pueden ocupar el mismo espacio en la línea de meta, tampoco parecen poder hacerlo dos mujeres, dos hijos, dos familias, en el relato fundamentalmente íntimo de un empresario decidido a tomar la siguiente curva hacia el futuro. Los primeros minutos de la mañana en la que conocemos a Ferrari, en la cama de otra que resulta tan importante como la principal, y la visita a su hijo muerto ya anuncian por dónde van los tiros de la película.

Ferrari, efectivamente, no se rige por las leyes de lo políticamente correcto a la hora de representar el amor conyugal y la expansión empresarial, o al menos lo hace con las ansias y sentimientos a flor de piel de unos modeneses en la postguerra. Y esa extroversión, esas ganas de algo, en ocasiones confunden a Mann, cineasta capaz de conectar lo estoico con lo épico a través del género policiaco (Heat, Collateral) pero que no parece saber tan bien cómo dirigir, por ejemplo, la interpretación visiblemente exagerada de Penélope Cruz, una mamma italiana cuyo retrato, no obstante, resulta emotivo y lacerante por el componente de cálculo empresarial que aporta el papel.

Ferrari fracasa en cierto modo plasmando con eficacia esa visión al mundo interior de Enzo Ferrari, quizá porque Italia está muy lejos del Chicago natal de Mann, quizá porque al final tampoco es un thriller de acción trepidante, pero también es una película que habla más claro de lo que muchos van a atribuirle: cuando el filme llega a la hora de metraje, Enzo Ferrari abronca a sus pilotos por una carrera mediocre, y de paso nos cuenta sus verdaderos objetivos, porque acelerar antes de acabar la curva equivale a huir del presente hacia el futuro, incluso a costa de dejar víctimas por el camino.

Mann parece poco interesado en comentar moralmente la doble vida de Ferrari (con dos familias, dos mujeres, dos hijos, uno desaparecido pero absolutamente presente) y está deseoso, hasta envidioso se diría, por observar y preservar esa fiereza trágica de un personaje inusualmente cruel (quienes deseen un biopic agradable van a encontrar la experiencia algo insostenible, con Mann aportando uno de sus famosos finales anticlimáticos). Uno no sabe si Ferrari es, al final, un hombre antiguo o un hombre moderno, al menos a la manera de esos futuristas italianos que -por cierto- fallecieron a las primeras de cambio en la Gran Guerra, pero en el cuestionamiento de esas categorías vive el cine de Michael Mann, que si vale para algo es precisamente como autoexamen crítico y pasional de las fracturas de la identidad masculina.

Falta algo en esta Ferrari, para empezar las solitarias atmósferas nocturnas y urbanas que han hecho famoso a su director, y desde luego aquello que no puede ser: la tensión de uno de sus thrillers de acción a contrarreloj. Pero el aquilatado montaje, que no prolonga más de dos horas la historia, y otras recompensas, como la estupenda carrera de las 1.000 millas que articula la última media hora final, proporcionan la ilusión de un guion cerrado, o al menos la consabida ración de espectáculo automovilístico y acción. Una acción rodada, por cierto, con un entusiasmo todavía inalcanzable para otros directores mucho más jóvenes que Mann, que roza los 82 saludables años.

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