Despliegue de acción y comedia romántica, El Especialista mira con un ojo a los éxitos de Hollywood de los noventa -su dependencia de las estrellas, la acción física, la incorporación de un romance como reclamo- y con otro trata de homenajear de la manera más sentida posible a una profesión de (doble) riesgo, la de los stunt-man o dobles de acción: en primer lugar, porque los especialistas ponen su pellejo en juego para lograr las imágenes más espeluznantes del cine, y por otro, porque en tiempos de reclamos digitales e inteligencia artificial, su labor puramente física, en cierto modo artesanal, parece más anónima que nunca.
David Leitch, iniciador de la actual tendencia que ha revivido el cine de acción "real" con la primera entrega de John Wick, demuestra aquí que la fórmula puede pervivir si los estudios y el público realmente lo desean. El especialista, adaptada de una vieja serie de Glen A. Larson más conocida por aquellos lares que por estos, es un notable despliegue visual de cine dentro del cine que funciona gracias a, en primer lugar, las tremendas ganas de divertirse de su protagonista, Ryan Gosling, así como la eficacia incuestionable de unas escenas de acción que nunca abandonan la escala humana. El buen humor se contagia en una película cuya ligereza remite a otros tiempos y que, pese a un exceso de verborrea (los personajes hablan mucho para casi nunca decir nada) resulta plenamente contemporánea.
Evidentemente, no existe aquí la nostalgia o profundidad de Hooper. El increíble, la versión de este mismo concepto de Hal Needham y Burt Reynolds en los setenta, pero sí una superficial rebeldía hacia ciertos modos y maneras del cine taquillero actual que remiten a pequeños francotiradores del género como Michael Lehmann (desconozco si el afán de tomar un café de Gosling es un guiño a El gran Halcón) o Shane Black (creador de Arma Letal, para el que el actor protagonizó la fracasada, pero extraordinaria, Dos buenos tipos).
Por lo demás, El especialista equilibra bastante bien sus bazas e incluso se permite instantes de verdadero ingenio visual, como esa secuencia con la pantalla partida o la intervención de un unicornio en determinados pasajes. No hay ninguna queja, por tanto, a un producto que pese a carecer del lustre final que aportaría un director mejor versado en lo dramático (Richard Donner, al fin y al cabo, ya murió) sí evidencia el milagro de coordinación que es fabricar una película, cualquier película. El caos del que emerge la relación sentimental cuasi-adolescente de Colt y Jody, tan poco interesante por sí misma, es el escenario perfecto para la intriga criminal que anima la función.