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'Horizon: An American Saga. Capítulo 1', la carta de amor de Kevin Costner al western... y a América

Horizon, la primera entrega de la saga del Oeste de Kevin Costner, estrena su primer capítulo en cines.

Horizon, la primera entrega de la saga del Oeste de Kevin Costner, estrena su primer capítulo en cines.
Kevin Costner en Horizon | Warner

Como los paisajes sin adulterar que enmarcan las varias historias de esta Horizon, el proyecto personal de Kevin Costner como director y actor es un acto de amor al western. Pero sobre todo una afirmación de independencia artística muy poco vista y aceptada en el cine de Hollywood. Financiada en gran parte con su propio dinero -rehipoteca y divorcio al canto-, Costner ha abandonado, para más inri, un lugar seguro para abanderar esta iniciativa propia: el reparto de la muy exitosa serie Yellowstone de Taylor Sheridan, con quien el astro de Bailando con lobos no debe haber quedado en muy buenos términos.

Pero todavía hay otro aspecto suicida en este regreso al western de Costner, aparte de pertenecer a un género poco dado al taquillazo: se trata de, no hay que dejar de advertirlo, la primera de una serie de cuatro películas -la segunda llegará en agosto- que, por tanto, acaba totalmente en falso, exigiendo que el espectador acepte la continuidad del relato para entregas posteriores. Todavía quedan otras dos que Costner asegura que filmará este mismo verano.

Ese es el rasgo diferencial de esta Horizon. An American Saga. Capítulo 1, una obra de amor más que una película completa que se la juega con la audiencia adulta en plena temporada de blockbusters veraniegos. Para demostrarlo, pero sin necesidad de excesivos avisos, la acción del film pronto se desgaja en varias historias y puntos de vista sobre la conquista del Oeste, con el actor-director-productor-guionista matizando las distintas facciones, líneas argumentales y conflictos con una honestidad y franqueza que sobrepasa ciertos fallos de cálculo a la hora de gestionar el ritmo.

Que Horizon. Capítulo 1 sea una película entretenida pese a sus tres horas y un minuto se debe solo a Costner, que no obstante y quizá influido por la narrativa de Yellowstone (pero también otras miniseries suyas como Hatfields & McCoys, donde se congració de nuevo con su antiguo colega Kevin Reynolds) permite a la misma expandirse más de lo necesario tanto en secuencias concretas como en su conjunto. Todas ellas tienen, por suerte, el punto adecuado de solemnidad y espectáculo, nostalgia y sentido común. El cineasta aporta un sentido crítico contemporáneo al conflicto, ya sea con indios o secesionistas, pero nunca se muestra condescendiente con el espectador a la hora de situarle o pensar en ellas. La claridad expositiva de Costner juega, no obstante, totalmente a su favor pero, de nuevo, formar parte de un fresco de cuatro películas hace que Horizon. Capítulo 1 quede en un lugar extraño, a medio camino entre la primera temporada de una miniserie y una película de aventuras históricas.

Por suerte, Costner encuentra siempre el momento de ponerse romántico con su western y recordarnos que, pese a esta creación híbrida entre cine y televisión, lo suyo es una película. Los dos enormes tiroteos que abren y cierran Horizon dan la oportunidad al músico John Debney de elaborar una partitura clásica de corte absolutamente arrebatador, con otros ocasionales instantes de épica y romanticismo difíciles de cuestionar. En otros, Costner también parece aprovechar con solvencia la arquitectura expansiva de su proyecto para, por el lado contrario, encontrar momentos intimistas y reflexivos igual de singulares, más dignos de una serie que de una película de acción con una cierta economía narrativa (la presencia de excelentes secundarios de raza como Michael Rooker o Danny Huston juega a favor de ello). Por el camino, Horizon ignora por completo anacronismos y se sumerge en la moral del Oeste con una mirada a menudo trágica, pero sin ningún sentimiento de superioridad contemporánea. Puro cine de época.

Hay que decir que Horizon, pese a su nada vulgar aprovechamiento de paisajes auténticos y nulo interés por plegarse a estilismos contemporáneos, carece de la belleza visual de Bailando con lobos u Open Range, anteriores westerns de su director. Da la impresión de que Costner ha querido ensanchar más narrativa que visualmente su historia, y se muestra dispuesto a pagar ese precio. Más minutos y menos elegancia visual, una apuesta que de nuevo se sostiene por la seguridad del autor de estar jugando a su juego, de estar disfrutando de su propio baile. No cabe duda de que habrá quienes se lo harán pagar, pero tampoco de que Costner de alguna manera ya ha ganado el pulso.

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