Marie Curie (1867, Varsovia, Polonia – 1934, Passy, Francia) fue la primera mujer catedrática en la Universidad de París y la primera en ganar el Nobel -además de la primera persona premiada en dos categorías-. Sus trabajos fueron decisivos para el desarrollo científico del siglo XX y su descubrimiento de los elementos polonio y radio supusieron un replanteamiento de los fundamentos de la física y la química. Avances que, sin embargo, acabaron con su vida.
Murió en el sanatorio Sancellemoz, cerca de Passy, de anemia aplásica, una enfermedad provocada por la exposición continuada a la radiación. Por entonces se desconocían los efectos nocivos de la radiación y Curie no guardó las medidas de seguridad oportunas mientras trabajaba en su laboratorio, instalado en una habitación más de su apartamento.
Uno de nuestros grandes deleites era acudir al laboratorio de noche; por todas partes resplandecían las tenues siluetas iluminadas de los tubos y las capsulas que contenían nuestros productos. Era una visión muy hermosa, que nunca dejaba de asombrarnos. Los tubos brillantes parecían pálidas luces feéricas. (Estudios biográficos. Pág. 145)
Según puede extraerse de su biografía, portó tubos de ensayo con isótopos radiactivos en los bolsillos de su bata y los guardó en su escritorio como si de un cristal inofensivo se tratase, junto a sus diarios, por ejemplo. Su cuerpo – y el de su marido, el también científico Pierre Curie-, descansa en un ataúd forrado con casi una pulgada de plomo en el Panteón de París.
Legado radiactivo
Su instrumental, libros y cuadernos se guardan bajo altas medidas de seguridad. No para salvaguardarlos de los visitantes sino al contrario. Son radioactivos y se consideran demasiado peligrosos. Incluido, el libro de recetas que Marie usaba en la cocina. Están confiscados dentro de cajas de plomo en el sótano de la Biblioteca de Francia. Los investigadores que quieran acceder a ellos deben portar ropa de protección y firmar un documento eximiendo a la institución de cualquier responsabilidad. Tendrán que pasar más de 1.500 años para que puedan ser manipulados sin riesgo.