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80º aniversario de la creación del CSIC

La JAE y el CSIC fueron puestos en marcha básicamente por personas de derechas, declarados monárquicos.

La JAE y el CSIC fueron puestos en marcha básicamente por personas de derechas, declarados monárquicos.
Intelectuales españoles de los años 30 | Agencia

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), mayor organismo científico de la historia de España, comenzó su andadura el 24 de noviembre de 1939, hace ahora 80 años. En su puesta en marcha nada tuvo que ver el Frente Popular, como tampoco había tenido nada que ver ideología alguna adscrita a esta coalición con el inmediato antecesor del CSIC, la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), que fue fundada por Alfonso XIII en 1907, quien pocos años después también inauguraría la Residencia de Estudiantes de Madrid, siendo ambas instituciones de lo más granado de la denominada Edad de Plata. En esta última, y también bajo la monarquía parlamentaria católica de Alfonso XIII, coincidirían como residentes Luis Buñuel, Salvador Dalí, Federico García Lorca o Severo Ochoa, por citar a algunos. La JAE y el CSIC fueron puestos en marcha básicamente por personas de derechas, declarados monárquicos –como Santiago Ramón y Cajal presidente fundador de la JAE– o más o menos liberales.

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Fachada del edificio central del CSIC, en el nº 117 de la calle de Serrano de Madrid

Pero el vendaval de violencia persecutoria desatado contra civiles desarmados por el Frente Popular en el verano de 1936, y lamentablemente consentido a lo que parece por el gobierno de turno, obligó a huir de Madrid a personalidades de la talla de Severo Ochoa, Gregorio Marañón, Ortega y Gasset, García Morente… o José Castillejo, que fuera secretario fundador de la JAE, y que a punto estuvo de ser asesinado por supuestos demócratas, como pormenorizadamente contó su esposa Irene Claremont en Respaldada por el viento:

"Y así quedó José en libertad de momento, libertad que no implicaba en absoluto fianza de seguridad. La fórmula habitual de asesinar solía ser dar al individuo un paseo en coche, soltarle y, al echar a correr, pegarle dos tiros". Por ello no es de extrañar que Castillejo escribiera en su famosa obra ‘Guerra de ideas en España’ lo siguiente: "La revolución española, aunque empezada por intelectuales y habiendo buscado su inspiración en los libros, pronto se volvió un movimiento del instinto contra la razón... La república española se ha permitido algunos de los métodos políticos de los peores períodos de la monarquía e incluso sus medidas de justicia han estado a veces teñidas por el espíritu de venganza".

También Castillejo se exilió del Madrid del Frente Popular, como Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, no sin influencias y previa incautación de las oficinas centrales de la JAE en Madrid. Otros muchos fueron apresados y abatidos, personalidades científicas como Rufino Blanco, Melchor Martínez, Julián Zarco, Fidel Fuidio, Jorge Loring, Jose Mª Susaeta… No digamos intelectuales de la época que sencillamente pensaran distinto. Más que recomendable es la lectura de El socialismo y los intelectuales, de Mª Dolores Gómez Molleda, texto que ayuda a hacerse idea cabal a este respecto.

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Víctor Ibáñez-Martín, la Condesa de Marín, D. José Ibáñez Martín y Pilar Ibáñez-Martín Concepción Ibáñez Martín, José Antonio Ibáñez-Martín y Emilia Ibáñez-Martín

Precisamente parte de los huidos del Madrid del Frente Popular serían cruciales para la puesta en marcha del CSIC. Me estoy refiriendo a su fundamental artífice, José Ibáñez-Martín, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, parlamentario de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) durante la IIª República, a quien como a Castillejo le fueron a buscar a su casa, de la que por suerte había huido con su familia, evadiéndose finalmente a través de la Embajada de Turquía. Ibáñez-Martín, que se consideraba discípulo de Menéndez-Pelayo, recibió la colaboración de Jose Mª Albareda, edafólogo más que competente, que había disfrutado de varias pensiones de la JAE en el extranjero y que, primero se escondió, y luego ayudó a evadirse a san Jose Mª Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, organización a la cual acabó perteneciendo Albareda como sacerdote. Otros científicos de prestigio asumieron las tres vicepresidencias fundacionales, a saber, Antonio de Gregorio Rocasolano, catedrático de química de la Universidad de Zaragoza, cuyo laboratorio visitara Einstein cuando vino a España; el arabista e islamólogo Miguel Asín Palacios, cura y fundador del Centro de Estudios Históricos de la JAE y discípulo de Julián Ribera, uno de sus vocales, y Juan Marcilla Arrazola, catedrático de la Escuela de Ingenieros Agrónomos nombrado director del Centro de Investigaciones Vinícolas perteneciente a la rama de aplicaciones de la ciencia de la JAE, que salvara su vida cuando estaba preso en la cheka de Fomento después de liberarlo un capataz de bodega al que él había dado clase y que se había embarcado en la revolución.

El CSIC llevó a cabo en una época extremadamente difícil y en un tiempo récord la profesionalización de la ciencia, mediante la creación de las profesiones del colaborador científico (1945), investigador científico (1947) y profesor de investigación (1970), categorías vigentes hasta la actualidad. Además promovió la descentralización de dicha actividad y su expansión por toda España, así como una importante tarea de formación de científicos en el extranjero, que alcanzó cotas sin precedentes. Desarrolló una investigación básica y aplicada, tanto en ciencias puras como en humanidades. Interactuó de forma clara y determinante con las universidades, y promocionó la incorporación de la mujer a la ciencia como no se ha vuelto a ver: en cuatro décadas pasó de poco más de un 10% a superar el 30% de féminas en plantilla, proporción por cierto que apenas ha sido superada después de cuarenta años de feminismo radical de género. Precisamente en esta época se formó como científica y desarrolló buena parte de su más importante actividad la recientemente fallecida Margarita Salas, que ha sido calificada como la científica más importante del siglo XX.

El CSIC sigue siendo el acrónimo que más identifican los españoles con la palabra ciencia, tiene más de 11.000 personas en plantilla, con 120 institutos de investigación repartidos por todas las autonomías, y por anualidad publica más de 14.000 artículos científicos al año, dirige más de 600 tesis doctorales y genera más de 100 patentes, desarrollando más de 3000 proyectos de investigación y más de 1000 contratos de aplicaciones de la ciencia con empresas. Evidentemente los herederos políticos del Frente Popular, actualmente en funciones en España, no han promovido una conmemoración del 80 cumpleaños del CSIC digna de la séptima institución científica pública del mundo: sencillamente no tuvieron nada que ver con su puesta en marcha. Tampoco han hecho nada —ni ellos ni sus seguidores— por recordar otra efeméride coincidente: el 30 aniversario del derribo del Muro de Berlín. Tal vez no sea casual dicha falta de interés, dada la afinidad ideológica de quienes levantaron el muro con aquellos. Todo esto y más lo cuento en mi reciente libro Iglesia católica y ciencia en la España del siglo XX (Ed. Bendita María).

Nota del autor: La información que este artículo contiene no tiene por qué ser coincidente con la postura oficial del CSIC.

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