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El mundo en molde de jaiku

Los lectores estamos de enhorabuena desde finales del pasado otoño. Raúl Fernández Vítores acaba de publicar Jaikus. Primera enéada.

Los lectores estamos de enhorabuena desde finales del pasado otoño. Raúl Fernández Vítores acaba de publicar Jaikus. Primera enéada.
Raúl Fernández Vítores | Archivo

La pluma es lengua del alma: cuales fueren los conceptos que en ella se engendraren, tales serán sus escritos.

Cervantes, El Quijote, II, XVI

¿Qué pensaban acerca de la poesía nuestros clásicos? Preguntémosle a uno de los más grandes. En el diálogo de Don Quijote con el Caballero del Verde Gabán encontramos su consideración: "La poesía, señor hidalgo, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas, y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella no quiere ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas, ni por los rincones de los palacios. Ella es hecha de una alquimia de tal virtud, que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio".

Pero ¿cómo nace un poema? Nos acercamos ahora al "último clásico de la lengua castellana", en feliz expresión de Gabriel Albiac. "Un poema —nos dice José Jiménez Lozano— nace porque sí; uno se lo encuentra. De la misma vida brota la poesía. Lo que ella expresa no puede hacerse narrando y, menos, en el puro ejercicio del discurso racional. Un poema es como un relámpago que se ve en un momento dado. Y su expresión, si es verdadera, está exenta de toda mirada especulativa y de la voluntad de deseo de producir belleza construida. Un poema sólo hace cuenta de lo que se ve, de lo que se oye, de lo que se recibe, sin introducir ninguna clase de mobiliario o adorno en su estancia, para no hundir hasta su perdición la belleza del mundo en abstractos y juegos intelectuales".

En ese expresivo ejercicio, cuando el trazo poético se muestra en su grado ínfimo nos encontramos ante un jaiku. Su métrico enunciado se formula en un breve destello cuyo resplandor, si nombra sin retorcer ni embellecer el lenguaje, ofrecerá la maravilla de la sencillez y también de la complejidad del mundo y de la vida humana, en una síntesis en la que, sobre todo, las palabras convienen con los silencios que evocan. Para ello, sólo:

bastan tres versos:

uno de siete sílabas

y dos de cinco

Sin embargo, en ese convenir de palabras y silencios, "dice el poeta / que más vale el silencio / pero lo escribe", pues "en la escritura / el silencio sin trazo / hoja vacía".

Los lectores estamos de enhorabuena desde finales del pasado otoño, esa época templada del año que fray Luis de León evocara en admirables liras: "Recoge ya en el seno / el campo su hermosura; el cielo aoja / con luz triste el ameno / verdor, y hoja a hoja / las cimas de los árboles despoja". Estamos de enhorabuena porque un fresco hontanar se nos ofrece como provisión de compañía: Raúl Fernández Vítores acaba de añadir a su ya extensa, variada y selecta obra poética y de ensayo su última composición: Jaikus. Primera enéada (Editorial Caligrama). Con esta muestra, el autor madrileño con raíces castellanas continúa extendiendo un manto trazado con jaikus, cuyas últimas entregas responden a los títulos: Res Nata (2008), Caligrafías (2012), Campos (2013) y E∑TI Sum en 2016.

La obra de ensayos de nuestro autor, presidida por su "tetralogía de la teoría" (Teoría del residuo; Sólo control; Los espacios bárbaros y Tanatopolítica), nos permite pensar y pensarnos en la sociedad que hemos heredado como rumbo de un pretérito y un presente que cierne el futuro en un trastrueque amenazante. Como extensión de su inquietud y percepción, su obra poética, "enriquecida y pulida por las otras ciencias" al decir de Cervantes, nos permite asomarnos al esplendor de la belleza del mundo y también a esos otros prismas de la realidad construida que tal vez no queramos o no podamos tener acceso. Y todo ello la mayor parte de las veces en molde de jaiku, lo cual requiere algo así como la aplicación del principio de la "navaja de Ockham", en una manifestación poética y económica del pensar, sentir y vivir en el mundo.

El jaiku quiere

del verso ser la física

¡iluminando!

Vadillo de la Guareña, Hoyo de Manzanares, Cádiz, la Ribera del Sabie o Madrid son los lugares de encuentro por donde transita esta nueva entrega de Jaikus. Primera enéada. Aunque, como el propio autor confiesa en su Viaje a Tianjin, "uno se traslada de aquí para allá, pero arrastra consigo todo su mundo. Uno cambia de lugar pero, en realidad, no se mueve un ápice". Mas, en ese deambular, siempre arrostra sus sombras y desvelos; y, entre ellas, la más intrincada:

la identidad

el ente enloquecido

a sí aferrado

*

la identidad

no existe pero sigo

perseverando

*

perseverando

en esta servidumbre

de autoengaño

La servidumbre o impotencia humana para moderar y reprimir sus afectos, como matizaba el judío sefardí holandés Baruj Spinoza.

Para qué sirven

es la única pregunta

las servidumbres

El autoengaño, esa constancia transformada en costumbre: "nuestra naturaleza", como concluía Blaise Pascal; ese automatismo en el comportamiento que garantiza la aparición de nuestras confianzas y seguridades. Nuestras realidades. Y naturalmente también las de aquellos que se autoproclaman poetas: "qué gran poeta / qué sentido del ritmo / qué marioneta", porque "es impotencia / también incontinencia / la poesía".

Nos asombra lo que Raúl Fernández Vítores traza en sus jaikus. Y nos asombra porque no somos capaces de decirlo así —ni tal vez de ninguna otra manera—, aunque seamos conscientes de que lo expresado ya lo intuíamos. Por ello nos conmueve cuando participamos del fulgor de ese instante y su muestra en trazo mínimo:

la consistencia

del lenguaje común

tal la verdad

Los nueve (enéada) conjuntos de jaikus que en esta composición nos ofrece su trazador transitan por diversos lugares precisando que "nada es igual / recorriendo las sendas / por donde fuimos", así como que "la indiferencia / es mucho más común / que el desencanto", o nos ponen a la vista que "mirar sin ver / es mucho más frecuente / que no mirar". Y también evidencian que la efímera y finita naturaleza humana precisa del concurso responsable de los otros, en cualquiera de sus manifestaciones, para sentirse con vida. En tal sentido, Emmanuel Lévinas, en su libro Difícil libertad, nos ofrece un singular testimonio. Durante su estancia, desde junio de 1942 hasta mayo de 1945, como prisionero de guerra francés de la Alemania nazi en el Stalag XI B RDS 1492 de Fallingbostel (extraordinaria coincidencia del número del Stalag con el año del edicto de expulsión de los judíos de España), fue destinado a la realización de trabajos forzados en un comando forestal. El uniforme francés protegía aún a los prisioneros contra la violencia hitleriana; pero el resto de los hombres, los llamados "hombres libres", los que tenían trato con el comando o les daban trabajo u órdenes e incluso les sonreían, así como las mujeres y los niños que a veces pasaban y los miraban, "nos despojaban de nuestra piel humana. Éramos sub-humanos; significantes sin significados. Ya no formábamos parte del mundo", nos revela Emmanuel Lévinas. Mas he aquí que, en mitad de su cautiverio, un perro vagabundo entró en sus vidas. Uno de los días que volvían del trabajo, se unió a los prisioneros. Por unas semanas y hasta que los centinelas lo echaron fuera, malvivió en cualquier rincón por los alrededores del campo. Bobby lo llamaban los prisioneros, "un nombre exótico, como corresponde a un perro al que uno quiere". Acudía a los recuentos de las mañanas en la Appellplatz y los esperaba al regreso de la tarea diaria, saltando y ladrando de gozo: "Ladridos de amigo; fe de animal". Y el pensador judío lituano-francés concluye: "Para él indudablemente éramos hombres".

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