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El país de los otros

En las siguientes partes de la trilogía, Slimani irá descubriendo la historia de Marruecos, su rápida transformación y su entrada en la modernidad.

En las siguientes partes de la trilogía, Slimani irá descubriendo la historia de Marruecos, su rápida transformación y su entrada en la modernidad.
La escritora Leila Slimani | Archivo

Leila Slimani (Rabat,1981) no es una autora desconocida para los lectores españoles. Su segunda novela, Canción dulce, premio Goncourt 1916, fue un éxito de ventas en los países francófonos, también en España, publicada en 2017. Ese mismo año alcanzó la séptima edición. En El país de los otros (Cabaret Voltaire, 2021), nos presenta una historia familiar, la de su abuela, Mathilde, alsaciana, casada con Amin, marroquí, combatiente en la Segunda Guerra mundial que en 1945 se instala en Meknez, pequeña ciudad del norte de Marruecos de donde es originario Amin y donde proyecta explotar una pequeña granja heredada de su padre. El país de los otros se extiende de 1945 a 1955. Es el primer libro de una trilogía; el segundo, ya terminado pero aún sin publicar, de 1971 a 1981; el tercero de 2005 a 2015. Con motivo de la publicación de este libro, la escritora concedió numerosas entrevistas tanto en Francia como en España. Algunas de sus respuestas a los periodistas me han servido como guía de lectura así como para conocer sus intenciones y su proyecto de escritura: escribir una historia individual dentro de un contexto histórico en unos años decisivos para un país.

La escritora afirma que quería hablar de la colonización porque viene de un país donde la hubo. Pero hablar sin odio, intentando contarlo a nivel humano. A través de los personajes, de cómo vivieron la confrontación de valores. Los franceses fueron los primeros en colonizar Marruecos pero entendieron que podían vivir juntos aunque separados. La medina y la ciudad europea. Hasta que los nacionalistas, muchos de ellos formados en Francia, se organizaron para conseguir la independencia. Esa es la situación que encuentra Mathilde, la protagonista, cuando llega a Meknès. Enseguida se sintió extraña ante la mirada de los demás. Un sentimiento que la acompañará a lo largo de su difícil adaptación a su nueva vida. Extraña en el hotel. En la casa de la madre de Amin, en el barrio de Berrima, en la Medina, donde se ve obligada a vivir mientras esperan a poder instalarse en la casa de campo. Ella era una mujer moderna, anticonformista, que se crecía ante las dificultades. Allí, en la cocina de la casa de la Medina aprendió el árabe, vivió su primer Ramadán, aceptando los ritos de esa nueva vida pero rebelándose, allí, en la cocina, contra el lugar de las mujeres, que tienen que esperar a que los hombres hayan comido para comer ellas. Entre el desarraigo, la crueldad del patriarcado y su deseo, sus esfuerzos por integrarse veremos a Mathilde a lo largo de los diez años en los que se desarrolla el relato. Su hija Aicha es otro de los personajes clave en la novela. Una niña salvaje a la que le encanta correr por los montes pedregosos, secos que rodean la casa. Silenciosa, introvertida, sorprenderá a sus padres cuando en el colegio las profesoras descubren su talento. Testigo mudo de los problemas de sus padres, de sus peleas pero también de su cariño. Ella es la mestiza. La respuesta a una de las obsesiones de la escritora: ¿Se puede ser a la vez marroquí y francés? Aicha es precisamente las dos cosas a la vez. Y su físico, con el pelo rubio de su madre pero encrespado, imposible de peinar, hace difícil saber de dónde es. No es fácil ser aceptada. Para Leila Slimami todo depende de la mirada, el mestizaje puede ser también un logro, un puente, una posibilidad de diálogo.

Mathilde y Aícha son las grandes protagonistas de la novela, valientes, positivas, contradictorias, con sus sombras. Con la misma riqueza de matices la escritora dibuja el alma de Amin, esposo y padre de ellas. Desde el inicio de la historia, se impone ante su mujer. "Aquí, las cosas son así", será la frase que Mathilde oirá con frecuencia. Amin está en su territorio, es el que explica las reglas, las fronteras, los límites del pudor, del decoro. En Alsacia él era el extranjero, ahora lo es ella. Extraña no sólo ante el país sino también ante su marido. Se siente orgullosa de él, nunca pensó que fuese incompetente ni perezoso a pesar de los fracasos, de las peleas, de la pobreza. Quiere que la granja salga adelante. Quiere conseguirlo. Sin embargo no lo reconoce cuando ella no se doblega, no cede ante la imposición de las costumbres establecidas. Quiso acompañarlo a una salida con sus amigos, sólo hombres. Lo hizo, se divirtió y al llegar de vuelta a casa recibió la primera bofetada de su marido. ¿Cómo había podido pensar que podría vivir con una europea, una mujer tan libre como Mathilde? Quería una mujer como su madre, que hablase poco y trabajase mucho. A pesar de su brutalidad, su extrañeza, ama a su mujer, la admira. Después de cuatro años en la granja ha demostrado su capacidad para hacer mucho con muy poco. Cuando regresa a su casa la noche del 23 de diciembre de 1953, el pequeño salón preparado para la Navidad le deslumbra: las velas, las guirnaldas rojas... Despierta a dos de sus obreros que le acompañan para cortar un ciprés de hojas azuladas en la propiedad de la vecina. Instalado en el centro de la sala es una ofrenda a Mathilde ya que no podía regalarle "ni el invierno ni la nieve de su Alsacia natal".

A través de otra figura femenina, Selma, hermana de Amin, y de la ayuda y defensa que Mathilde le presta, la escritora manifiesta su posición ante el modo de vivir de esas jóvenes encerradas en la Medina sin otro futuro que la espera de un marido, de un matrimonio acordado por sus familias. Selma tiene 9 años, no muestra interés por sus estudios en la escuela. Mathilde trata de convencer, sin éxito, a Mouilala, la madre, de lo importante que puede ser una buena educación para ella, para su independencia, su libertad. Mathilde insiste, le habla a Amin del porvenir de Selma: "Tiene que estudiar. Los tiempos han cambiado". Selma es ahora una adolescente rebelde e insolente, de una belleza que no pasa desapercibida. La salud de la madre de Amin cada vez más frágil, empeora desde que su hijo Omar, comprometido con la causa nacionalista, ha desaparecido desde hace un mes sin dar señales de vida. Sin la vigilancia de su hermano Selma deja de ir a clase, pasa las mañanas en el cine, las tardes en casa de sus amigas. Algunas noches desaparece, su madre sentada en el patio, la espera. Mathilde propone a su marido que las acojan en su casa. Amín siente un agradecimiento infinito, tan poderoso como su incapacidad para expresarlo. Una foto de Selma y su novio francés en un escaparate de la avenida de la República desencadena la tragedia: Amin ve la fotografía y con ella vuelve a casa devorado por la rabia. La escena de violencia, contra su mujer primero, después contra su hermana, sólo se detiene por la mirada de su hija, su voz: "Papá". Sólo entonces arroja el revólver que empuñaba hacia las tres. Unos días después un adoul, especie de notario, certificó el matrimonio de Selma con Mourad, el antiguo ordenanza de Amin durante la guerra que llevaba viviendo desde hacia un tiempo en la granja.

Ese es el mensaje que la escritora quiere transmitir a las jóvenes, en una de sus últimas entrevistas, hace tan sólo unos días. "No tengáis miedo de no gustar". "Con frecuencia se educa a las mujeres con la idea de que hay que gustar a todo el mundo, ser agradable siempre, pero no se puede hacer gran cosa si sólo pensamos en los demás". Por otra parte afirma que aún le quedan algunos tabús que le gustaría abordar en sus libros. Uno de ellos, el concepto de la mujer poderosa que a veces considera a los hombres como los otros, ella no cree que ese sea el objetivo. Nos anima a la lectura de las siguientes partes de la trilogía donde seguiremos descubriendo la historia de Marruecos, su rápida transformación y su entrada en la modernidad.

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