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Pedro de Tena

Tres cuentos hispánicos para una crisis nacional

Desde antes de 1812 los españoles ya sabíamos que los autollamados "demócratas" podían ser tan crueles y ladrones como los señorones del antiguo Régimen.

Desde antes de 1812 los españoles ya sabíamos que los autollamados "demócratas" podían ser tan crueles y ladrones como los señorones del antiguo Régimen.
Detalle de la portada 'Casa tomada'

A estas alturas de 2022, no creo que haya nadie con la cabeza en su sitio que no sienta la crisis nacional que afecta a España y a su democracia, que nunca ha durado mucho hasta ahora. Desde antes de 1812 los españoles ya sabíamos que los autollamados "demócratas" podían ser tan crueles y ladrones como los señorones del antiguo Régimen. Véase lo que hicieron los franceses de La Marsellesa, la libertad y los derechos humanos con el patrimonio y la dignidad de los españoles o lo que perpetraron sagazmente los británicos, aprovechando el ayudarnos contra los franceses, para arruinar la incipiente industria española.

Tras La Pepa supimos que tanto liberales como monárquicos estaban dispuestos a imponer sus criterios por la fuerza de las armas y así nos fue durante todo el siglo XIX que se llenó de sangre y de constituciones políticas de los unos contra los otros, no aceptándose nunca el caber juntos en la misma patria o excluyendo a tantos de su amparo limitándoles el futuro. Tampoco el siglo XX fue diferente y la mayor esperanza de convivencia que iba a ser la II República terminó degenerando desde una imposición constitucional a una guerra civil espantosa de la que sólo podía salir una dictadura.

Viene todo este preámbulo a sentar que la Constitución de 1978 ha sido la primera en dos siglos en la que los unos no se impusieron a los otros sino que trató de organizar un marco de convivencia aceptable para todos. Eso creíamos. Eso creí. Tras 44 años de desarrollo y experiencia, los españolitos de a pie observamos cómo se nos vuelve a helar el corazón gracias a la reconstrucción consciente de una de aquellas dos Españas que nos lo congelaron durante décadas. Ante la evidencia de que la transición reconciliadora de 1976 se quiere sustituir por la tradición impositora de los dos últimos siglos, me parece bien adecuado recurrir a las metáforas narrativas. Nada alivia tanto como su claridad.

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Para que la luz se haga, es preciso tener presente el cuento titulado Episodio del enemigo, del inmenso Jorge Luis Borges. En sólo un folio, el gran fabulador sienta que hay enemigos que desean ser irreconciliables y que, aunque parezca que han olvidado la profunda herida del odio, no es más que una estratagema para sus fines de exterminio del oponente. Por ello, aparece ante la casa de su rival aparentando cansancio y flaqueza para que el ingenuo antagonista le abriera la puerta.

"Uno cree que los años pasan para uno —le dije— pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.

Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver. Me dijo entonces con voz firme:

—Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.

El siamés del decidido a asesinarlo se da cuenta de que sólo las palabras lo pueden salvar. Y habla:

—Es verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.

—Precisamente porque ya no soy aquel niño —me replicó— tengo que matarlo. No se trata de una venganza sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada".

Frente a frente, de nuevo, cuando todo parecía superado, ¿qué puede hacerse para que la muerte no se imponga? El argentino encuentra una salida que no sería caritativo desvelar.

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El segundo relato se refiere a la finalidad de un enemigo, en este caso, íntimo, oscuro, irreconocible pero que trata de forma sibilina de arrebatar la casa, la propiedad, la continuidad de la costumbre, a quien no sabe cómo le ha permitido habitar en su casa. Julio Cortázar, a quien Aquilino Duque llamaba el "grandísimo Micromegas", logró reconocimiento literario con su relato Casa tomada, recogido en la gran antología del cuento fantástico del propio Borges, de Adolfo Bioy Casares y de Silvina Ocampo.

Aquella casa era apreciada por dos hermanos porque "aparte de espaciosa y antigua… guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia". En aquella casa desarrollan su doméstica y tranquila vida pero dejan desatendida una parte de ella y un día descubren, gracias a unos sonidos, que en la zona no frecuentada, hay algo, una presencia hostil inminente.

"También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la puerta antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo, felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado, y además corrí el gran cerrojo para más seguridad."

Los hermanos ya sabían que álguienes habían tomado la parte del fondo de la casa donde había muchas cosas apreciadas que quedaron allí y hubieron de acostumbrarse a vivir sólo en una parte de la casa. No lo creyeron tan malo porque había menos superficie que limpiar, entre otras cosas. O sea, tenía sus ventajas. Tenían más tiempo para sus cosas. Pero un día, al dirigirse a la cocina, hasta entonces zona libre, oyeron de nuevo un ruido en la cocina, el pasillo, el baño…

"Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

Salvo el espacio que llevaba a la puerta de la calle, el resto de la casa había sido tomada. Pero casi todo lo amable y necesario - el dinero, los ovillos de tejer, casi todo… -, se había quedado en la parte ocupada por los "extraños".

Así que pueden adivinar el final.

El tercer relato es del español Francisco García Pavón, el creador de Plinio, Manuel González, jefe de la Policía Municipal de Tomelloso (Ciudad Real), cuyas andanzas fueron llevadas a la televisión única en 1972, con una nómina de guionistas noveles como José Luis Garci. Fue la primera cosecha de novela policíaca española seguida luego, no siempre brillantemente, por otros.

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Pero García Pavón, gran escritor de relatos, no limitó su creación a la historia de detectives. En uno de estos otros, El tren que no conduce nadie, que yo considero un cuento de horror que inquieta profundamente al lector porque, tras las concreciones ligeras de sus personajes, muestra que la vida es un viaje en compañía de otros, pero hacia ninguna parte conocida ni deseada.

Una familia va en un tren: la mamá, el papá, el niño, su hermano rubio, la sirvienta María José…Se pasan estaciones y circunstancias, repúblicas incluso, y campanarios, cementerios, luces y el tiempo que es real y hace al niño soldado en un santiamén. La madre ya ha muerto y se ven pueblos destruidos por los bombardeos.

"Llevamos un rato muy largo completamente solos en el compartimento. Yo paso las hojas del libro que acabo de comprarme para la Universidad, y mi padre sigue con aquella cara tan grave que se le puso desde que enterraron a mi hermano con la guerrera manchada de sangre. Por fin han entrado unos señores con camisas azules y boinas coloradas, que hablan contentísimos y con mucha energía. Mi padre lee otra vez, o simula leer, el periódico. Yo los escucho con esa sonrisa que he aprendido a poner cuando hablan de política los que pueden hablar. María, mi reciente esposa, no le dice nunca nada".

Pero al final se cambia de coche y se larga.

El tren está cada vez más vacío de prójimos próximos, o lo parece.

"Hace ya mucho rato que nadie anda por los pasillos, y estoy completamente solo en mi compartimento... no consigo recordar en qué asiento iba siempre mi madre; en cuál se ponía María, cuando hacíamos el amor; en qué frente hirieron a mi hermano; qué contaba mi padre tantas veces de la guerra de África, y de don Benito Pérez Galdós después de aquella visita con una comisión para pedirle no sé qué..."


¿Qué es ese viaje? ¿La autobiografía? ¿Nuestra historia? ¿Tal vez la historia de la patria común, de la España vivida?

"¿Qué día empezó este viaje? ¿En qué sitio? Han pasado muchas horas sin que venga el revisor a pedirme este billete tan sobado y amarillo que me entregó mi padre. También, ahora me doy cuenta, hace mucho tiempo que el tren no ha parado en ninguna estación y parece que cada vez va más deprisa…Ni veo ni oigo absolutamente a nadie. Con las manos apoyadas sobre el marco de la puerta y la cabeza baja, rezo, como no lo hacía desde niño…No veo a nadie…Y he preguntado quién conducía, quién (mueve este) horrible tren. Y no (me) ha contestado nadie, porque (estoy solo). ... Y (sigo) días y días... (desmemoriado, casi inconsciente) en el enorme tren vacío, donde no va nadie, que no conduce nadie…"

Estoy convencido de que la lectura de estos tres relatos hispánicos de envergadura ilumina el presente de la crisis nacional española. El primero nos aporta la fisonomía del enemigo irreductible, que vuelve y vuelve y volverá. El segundo, nos anticipa el sufrimiento de perder lo propio y ser expulsado de la propia vida por quienes se esmeran en ser extraños. El tercero nos ilustra la tragedia de un viaje y un tren, al principio comunes, que terminan estando vacíos y no conducidos por nadie.

Pues no hay otra. Hay que encontrar una salida definitiva porque otra historia del bucle interminable de la España partida y sin rumbo compartido no será resistible.


Este artículo es la ampliación de los vídeos elaborados por el autor para Res Hispánica sobre los dos primeros relatos. El tercero se ha añadido especialmente para esta pieza.

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