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Pedro de Tena

Y Fernando Sánchez, dragó

Dragar es limpiar o excavar con draga el fondo cenagoso de un algo. Puede ser España, su apatria, tanto tiempo distante y de alguna manera recobrada.

Dragar es limpiar o excavar con draga el fondo cenagoso de un algo. Puede ser España, su apatria, tanto tiempo distante y de alguna manera recobrada.
Fernando Sánchez Dragó participando en el programa 'Es la mañana de Federico'. | LD/FDV

No fui su amigo, aunque lo conocí. Fue muy amable. Correspondió. Corría el año 1986 y vino a RTVE Andalucía a presentar su libro Las fuentes del Nilo, cuya historia transcurría en Madrid, pero llegaba hasta Egipto e incluso a Damasco pasando por un millón de sitios y personajes. Llevaba una inscripción sobre el título en su primera edición que rezaba Protocolos del camino de Damasco. Bajo él, se leía: "Y el Señor me respondió: levántate y ve a Damasco, donde se te dirá lo que debes hacer…" (Hechos, XXII, 10).

Guionista machaca yo por entonces, me encargaron leérmelo el día antes. No fue fácil porque Planeta lo editó en 1986 en rústica. Eran 369 páginas, no tantas, pero ocupadas por una letra tan minúscula que parecían 1.000. Me costó la madrugada pero, por la mañana, Pilar del Río, mucho después señora de José Saramago, tenía sus preguntas preparadas para la entrevista. Como el libro había salido el día antes, Fernando Sánchez Dragó me puso como dedicatoria bien amable: "Para Pedro de Tena, con amistad y gratitud por ser mi primer lector. Con un abrazo, Sevilla, 27-2-86". Hasta entonces, el único libro que había leído de él era Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España, que abrió caminos como la de los heterodoxos españoles, a cuyo autor, don Marcelino Menéndez Pelayo, con toma y daca, cita nada menos que 68 veces.

Por poner un broche emotivo a esta primera parte, añadiré que una de la reencarnaciones del autor, Dionisio, Dioni, Ramírez, alias Lunilla, alias Fuguilla, alias Pececillo de Plata, alias Guerrero que todo lo aprendió en los libros (todo está en los libros), se encuentra al final de ese libro con alguien al que pregunta el nombre:

—A secas
—Fernando.
—Fernando…¿qué?
—Fernando Sánchez Dragó.
—El segundo apellido parece un apodo.
—Sí, es cierto, lo parece –admitió con una sonrisa el exdesconocido—, pero aun es pronto para estar seguros. Los sobrenombres no se heredan… Se ganan. Volveremos a hablar del asunto en la hora de mi muerte.
—O de la mía —dijo Dioni.
Y así lo hicieron.

FIN DE LA NOVELA

A lo mejor ya han hablado de lo del apellido, que no, no era un apodo. A mí me parece un verbo más que un sobrenombre. Dragó es pretérito indefinido de dragar, tercera persona del singular. Y dragar es limpiar o excavar con draga el fondo cenagoso de un algo. Puede ser agua o puede ser España, su apatria, tanto tiempo distante y desde hace poco, de alguna manera, recobrada. Pues sí que ha dragado este Fernando las porquerías, que ha encontrado en su vida y en la vida nacional, que obstruyen la libertad, la suya y la de todos. Así que era, por extender, un dragón, un dragonario, un dragante, un dragador, incluso un dragomán de esta lengua de tantos. Dragó y dragó, limpia y libremente. Su España y él, eran así.

He encontrado una tesis doctoral muy curiosa sobre su figura. Es de 2016 y se titula El pensamiento religioso de Fernando Sánchez Dragó, cuyo autor, Florentino-Javier Aláez, fue ayudado desde la casa soriana de Castilfrío de la Sierra. Por ella, además de interesarme por su certeza holográfica del universo que surge "numinosa" de la meditación o de los enteógenos con un dios dentro, supe que también había escrito una Carta de Jesús al Papa (entonces Karol Józef Wojtyła).

Aprecien la diferencia con los imbéciles, imbécilas o imbécilos criminales de "Arderéis como en el 36". Va Jesús (Fernando) y le dice al Papa: "Ve, por ejemplo, a Sevilla durante la Semana Santa o al término onubense de Almonte cuando allí, que por mayo era, por mayo, aunque también, a veces, por junio, se desencadena el zafarrancho, desmadre y orgía —o maithuna— del Rocío. De verdad: hazlo. No te vendría mal cubrir esa ruta con el papamóvil, apearte de él, mezclarte con tus gentes, tomar al asalto la ermita —el iseo, por más que la inquilina de esa especie de cámara nupcial, no sea una virgen negra, sino doblemente blanca (por ella misma y por la paloma o Espíritu Santo que anida entre sus pies)— y consumar sin esconder la mano, y en olor de multitud, el matrimonio colectivo y por rapto de mi madre cantándole a ésta la vieja y sabia copla que reconoce, porque es verdad, que ni con ella ni sin ella tienen tus penas, Wojtyla, remedio". Pues ese Papa le hizo caso y fue al Rocío. Yo lo vi.

Ahora comparen con el nivel de los carajotes groseros de la TV3 y con los demás pepeleches faltones y miopes que invaden España de nuevo y convendrán en que morirse tiene alguna ventaja. Sit tibi terra levis y muchas gracias por tanto, sobre todo por dragarnos un poco esta España.

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