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'Deadwood. La película':¿merece la pena el final de la serie cancelada de HBO?

Trece años después, Deadwood. La Película viene a poner un punto final a la ficción televisiva de David Milch.

Trece años después, Deadwood. La Película viene a poner un punto final a la ficción televisiva de David Milch.
Ian McShane y Timothy Olyphant en Deadwood | HBO

El estreno de Deadwood. La Película viene a reparar una de esas injusticias audiovisuales históricas. Emitida originalmente entre 2004 y 2006, la serie de David Milch (Murder One, Canción Triste de Hill Street, y vinculado por tanto al tótem televisivo de Stephen Bochco) sufrió un abrupto final (o mejor, nunca lo tuvo) al ser cancelada por la cadena tras tres temporadas en emisión. Los fans de Deadwood, muchos o pocos, se quedaron sin gran parte de un amplio y coral arco argumental que englobaba una decena larga de malhablados y sucios personajes, habitantes todos ellos de esa pequeña localidad fronteriza de una Dakota del Sur destinada a convertirse en Estado.

¿Y qué tal la película, que pone un broche a la historia de parte de sus protagonistas (aunque no a todos)? Pues miren, bien y mal a la vez. El exigir a HBO una nueva temporada completa de Deadwood es quizá un capricho, un ejercicio de fanatismo innecesario. Pero quizá, en tiempos de recuperaciones nostálgicas, tampoco una entente imposible: peores y más tontas empresas han iniciado los ejecutivos de Hollywood en los últimos tiempos. Pero lo que tenemos es lo que hay: una película de 105 ajustados minutos destinada a aportar cierta sensación de cierre, de resolución a un conflicto dramático que sufrió un abrupto y anticlimático corte, y que se siente incompleta, apresurada, aunque a la vez perfectamente válida y fiel a sus orígenes.

Deadwood. La Película no es en realidad tal cosa, sino un telefilme de poco más de hora y media condenadamente bien utilizada. No hay nada despectivo en afirmar tal cosa, pero la narrativa desplegada en el guión de Milch es la de una serie de televisión alargada hasta menos de dos horas, no la de un largometraje más o menos autónomo: la acción pasa de uno a otro personaje en escenas breves, la mayoría extraordinariamente bien dialogadas e interpretadas, pero donde el peso de la misma recae en el diálogo y no la acción, y en la que todo se reparte y diluye como haría en un capítulo televisivo. Es lo que Deadwood siempre fue, y exigir una infidelidad a este precepto una soberana estupidez.

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Timothy Olyphant en Deadwood | HBO

Eso sí: no hay, desgraciadamente, ninguna idea o motivo narrativo nuevo, dado que no habrá más Deadwood jamás en la vida que éste que tenemos ahora ante nuestros ojos. El relato observa por tanto a los habitantes de Deadwood reaccionar ante el regreso del poderoso George Hearst (Gerald McRaney: ¿se acuerdan de Papá Comandante? Seguramente no...) y un nuevo crimen, el de un ciudadano querido y respetado por los vecinos y espectadores de Deadwood. Lo que sigue, pasado los primeros 40 minutos, es la resolución de un whodunnit de perogrullo que incluye hasta una boda, un tópico de serial que manifiesta precisamente el gran y shakesperiano acierto de David Milch a la hora de parir su terrenal visión del western: Deadwood es una mezcla de material vulgar y elevado, como vulgares y elevadas son las inquietudes que atenazan a sus protagonistas, corroídos por la venganza, limitados por la ley, guiados por sus instintos... mientras de la nada surge una civilización.

Que la película empiece con un ferrocarril y un caballo es en realidad un ejercicio de nostalgia por el western clásico, un tranpantojo del gran relato épico americano que asociamos al western, pero que aquí no es. Poco después veremos el paso siguiente, el verdadero meollo del argumento, y no es otra cosa menos glamurosa que un poste de teléfono. Las comunicaciones han llegado a Deadwood y con ellas una verdadera revolución vinculada al inevitable auge económico y empresarial. Lo malo es que el poder llama al poder, dice Milch, y con la llegada del capital también lo hace la venganza. América está a punto de pasar del aquí todo se mata al todo se vende, una cierta idea de progreso con muchos flecos mal cortados que los habitantes del pueblo van a tener que definir.

Lo mejor de Deadwood, además de esas líneas de diálogo producto de una perfecta fusión entre gónadas y cerebro, son los actores, y un plano final de una ambigüedad contundente, que sin duda encantaría a Iñárritu pero que nosotros preferimos, por sentido y bonito, a los del pedante mexicano. Lo peor, que la excelente mezcla de sentimiento y violencia quizá hubiera necesitado más minutos, más capítulos, aunque Milch sabe limpiar la historia de derivadas innecesarias para que el guión no resulte indescifrable. El inevitable Ian McShane, presente en casi una decena de producciones en los últimos meses, está brillante, pero también lo están el mito del horror de serie B, Brad Dourif, que recibe más líneas de las esperadas, y un Timothy Olyphant que con los años ha logrado expandir su abanico de interpretaciones. Deadwood: La Película, por último, remata unas semanas mágicas en el streaming de HBO, que con Juego de Tronos, esa sensación que está siendo Chernobyl, la aquí presente y las nuevas temporadas de El cuento de la criada y Big Little Lies ha conseguido dar sopas con ondas en la conversación televisiva a todos sus abundantes rivales.

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