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Cuando una serie es tan buena como 'Mindhunter', peor es mejor

La nueva temporada de Mindhunter, la serie auspiciada por David Fincher, es excelente pese a algunos altibajos.

La nueva temporada de Mindhunter, la serie auspiciada por David Fincher, es excelente pese a algunos altibajos.
La temporada 2 de Mindhunter | Netflix

Aunque quizá carece de la concentrada ira de la primera temporada, esta segunda tanda de Mindhunter que ha presentado Netflix este agosto solo puede calificarse de brillante.

Centrada en los terribles asesinatos infantiles de Atlanta de Wayne Williams entre 1979 y 1981, la T2 de Mindhunter sitúa al agente especial Holden Ford en un segundo plano para destacar, más que nunca, a aquellos que en la anterior quedaron en un relativo segundo plano, el agente Bill Tench y la psicóloga Wendy Carr.

Esa podría ser la descripción más general de una serie que, sin embargo, vive en los detalles. Nueve capítulos, tres dirigidos por David Fincher, dos por Andrew Dominik y cuatro por el veterano Carl Franklin (precisamente aquellos en los que la historia se centra en los crímenes de Atlanta) conforman un conjunto en apariencia algo más errático que la temporada original, pero cuyo nivel medio es absolutamente tremendo.

De alguna manera, y con el éxito de las tesis de investigación planteadas por el agente Ford, la serie redirige su estructura de entrevistas hacia la investigación de crímenes más inmediatos, perdiendo cierta carga de originalidad y esa destreza en los diálogos que convirtieron Mindhunter 1 en una serie superlativa.

No obstante, la ficción basada en el libro de entrevistas de Mark Olshaker y John E. Douglas sigue basándose en... eso, entrevistas. Las que tienen lugar en los primeros episodios al Hijo de Sam y otros criminales así lo demuestran, pero su desarrollo tiene menos impacto psicológico que las anteriores. Todo sirve a la trama policial en esta segunda temporada, donde también acusamos la ausencia de un personaje (real) como Ed Kemper, que centró gran parte de los minutos de la primera. Sin un demonio de la escena como Cameron Britton para interpretar un personaje complejo (actor y personaje, no obstante, hacen un cameo) la impresión general es que estamos ante una temporada algo más desarticulada que las anteriores. También un tanto más melodramática: la trama familiar que afecta a Tench y la doctora Carr nos introduce en un territorio más convencional y la investigación posterior de los crímenes de Atlanta no se distingue en demasía a cualquier serial criminal de, eso sí, altísimo nivel.

Pero ojo a lo que ocurre en ellas, a la puesta en escena y la soberbia y sobria atmósfera visual y sonora. Porque es apasionante, excelente. Mindhunter temporada 2 podría ser algo peor que la absolutamente perfecta primera entrega, pero tanto da: se consume y aterra con tremenda eficacia gracias a la estupenda banda sonora de Jason Hill, cuya sutileza casi fantasmal enerva los nervios al más pintado (atención al cambio en los títulos del último episodio) y una prodigiosa interpretación de Holt McCallany, nunca más un segundo de a bordo de Jonathan Groff. Se podría decir que uno entra en la trama a través de los ojos de sus personajes por primera vez, lo que no deja de añadir profundidad al conjunto de la serie, de la que Fincher planea rematar cinco temporadas en constante evolución.

Mindhunter T2 también aborda al menos dos temas rabiosamente actuales, el racismo y el sexismo. La utilización política de la raza no tiene raza, lo que permite a esta segunda temporada erigirse como un espejo diabólico y deformado de problemáticas actuales en Estados Unidos. Una frase para el recuerdo: ser pobre no equivale a ser delincuente. Lo segundo se materializa en el personaje de la doctora Carr y su incapacidad para reconocer sus propias emociones en un romance lésbico que parece emular la relación de Holden Ford con Debbie en la primera temporada. Todo se deriva también en el evidente ninguneo de los jefes del FBI, que una serie dura como Mindhunter ilustra con total sinceridad: si la doctora Carr es marginada en las investigaciones que narra la serie, tambien desaparece de las investigaciones que narra la serie. Los tres personajes protagonistas van ganando profundidad y permiten a su trío de excelentes actores lucirse más que antes.

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Anna Torv, Jonathan Groff y Holt McCallany | Netflix

El crimen que a Tench le toca vivir casi en primera persona plantea ese debate entre comportamiento heredado o adquirido, o las consideraciones sobre determinación genética, que hasta ahora eran solo teoría. Y sirve en bandeja a Fincher la oportunidad de mostrar de nuevo esa indeterminada presencia del mal en los rincones más cotidianos de nuestra vida, acechando, esperando a surgir desde rincones vacíos del plano. El momento en el que Bill Tench (formidable, repito, formidable Holt McCallany, haciéndose por la escuadra con toda la serie) descubre el "rastro" de un bebé crucificado en un garaje representa la grandeza de esta serie, cómo un lugar deshabitado puede aterrar más que presenciar el asesinato.

Esa es la trayectoria curva de la bola con la que Fincher golpea al espectador, su manera elíptica de mostrar el impacto de un crimen terrorífico: no necesitamos verlo pero sentimos su importancia; peor aún, sentimos el Horror. Mindhunter, que ahora adquiere tintes de policial más convencional, es capaz de ensalzar cualquier recurso de género. Es una serie tan buena que incluso cuando es peor, es mejor.

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