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'Eric', la serie de Netflix y un desequilibrado Benedict Cumberbatch buscando a su hijo

La miniserie Eric presenta a Benedict Cumberbatch como un padre desequilibrado a la búsqueda de su hijo desaparecido.

La miniserie Eric presenta a Benedict Cumberbatch como un padre desequilibrado a la búsqueda de su hijo desaparecido.
Eric, con Benedict Cumberbatch. | Netflix

El auge de las plataformas ha permitido a ciertos géneros aumentar su producción, pero también la necesidad de explotar las diferentes inflexiones que un producto de similar índole pueda adoptar. Eric, miniserie de seis capítulos disponible en Netflix, es hija de ese contexto que empieza a resultar un tanto peligroso por la pura superabundancia de historias. Por un lado nos propone un misterio, el de la desaparición de un niño y la consecuente búsqueda policial y familiar, que en este caso y fruto de esa búsqueda de originalidad pronto suscita otras preguntas sobre cuestiones aparentemente accesorias... que acaban resultando el verdadero centro de la trama. El resultado es un poco imposible de concebir y un tanto forzado, pero durante gran parte del tiempo bastante entretenido.

Entretenido... por mucho que la serie logre del todo sacudirse la rutina de la que se esfuerza en huir. Serie al servicio de Benedict Cumberbatch, estrella presente también como productor, Eric fuerza la máquina a la hora de crear drama con la búsqueda de un niño desaparecido a manos de su padre y, por otro lado, el policía encargado del caso. El resultado son algunos momentos histriónicos por parte del actor y obviedades y reiteraciones de guion antes de que la serie defina sus verdaderas intenciones (y también logros): presentar una serie de personajes con cierto apetito por la autodestrucción -y la locura- enfrascados en una soledad impuesta o elegida.

Más que desentrañar el paradero del niño, esa es la verdadera propuesta de Eric: el personaje permite a Cumberbatch presentar otro de sus personajes desequilibrados y excéntricos con tantas caras ocultas como inteligencia, permitiendo al británico exhibir ese músculo interpretativo que ya sabemos que posee. Su personaje, Vincent -aunque también Eric, el monstruo de ficción que en algún momento surge para guiar sus pasos- es un ególatra antipático pero tremendamente humano sobre el que pesan no pocas sospechas pero cuya desenvoltura y sensibilidad generan cierta atracción. Personaje tóxico pero extrañamente conmovedor, Cumberbatch no encuentra demasiada oposición a la hora de hacerse con el timón de una serie ayudada por su carácter "limitado" de solo seis capítulos, que hacen que ciertamente pase en un suspiro.

No obstante, Eric tiene la fortuna de contar con una excelente reproducción de época y la presencia de McKinley Belcher III, que imprime al detective Ledroit una prestancia que parece inspirada en la elegancia de un joven Sidney Poitier y que, para disgusto de Cumberbatch, acaba quitándole atención. Contrastar un personaje caótico como el de Vincent con Belcher, un coprotagonista en toda regla sobre el que descansa todo el procedimental policial de la historia, es la gran apuesta de una serie que se la juega en un final un tanto complicado de asimilar. No obstante, gracias a los actores y al buen diseño de producción, con una Nueva York sucia, amenazante, pero tan llena de vida y complejidad como podría esperarse -estamos en 1985- la miniserie de Abi Morgan se distingue de otras más complacientes como Stranger Things u otras propuestas del mismo género y perfil adulto en Netflix como Ripley, esta sí una serie de mayor importancia y riesgo.

Que ambos aspectos resulten lo bastante convincentes eleva algunas decisiones que podrían tildarse de agenda, proporcionando un genuino contexto histórico a la miniserie que acaba resultando más importante que la propia trama. Si el SIDA y la alta delincuencia de la ciudad juegan un papel en la historia es porque, de alguna manera, sumergen al espectador en un recuerdo de una NY que es un poco inventada y un poco real pero que, además, tiene bastante de pesadilla, siendo más estimulante que la propia desaparición, que el presunto objeto de investigación. Las fugas fantásticas de la historia, que visualiza a la criatura de ficción con la que conversa el protagonista, complementan el sucio realismo de sus discusiones familiares pero ni molestan ni elevan el conjunto.

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