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'Behind the Candelabra' es el mejor telefilme del año

“Demasiado de algo bueno es maravilloso”. Este lema vital del mítico pianista de variedades Wladziu Valentino Liberace, fallecido de SIDA a principios de los 80, también podría adaptarse a la película que narra su vida. Hace pocas horas Behind the Candelabra obtuvo la friolera de ocho Emmy creativos de los veinte a los que estaba nominada, un triunfo total que anticipa el verdadero torrente de premios que podría, y debería, caerle encima en los Emmy del domingo. La película dirigida por Steven Soderbergh para la HBO, que narra la relación secreta entre el artista kitsch y su joven asistente, hijo adoptivo y efebo personal Scott Thorson, obtuvo las estatuillas al mejor elenco de miniserie, mejor TV Movie o especial, mejor fotografía… En fin, toda una lluvia de premios que sin duda hará que su director se replantee su intención de retirarse del negocio de hacer películas.

Y es que, hablando claro, estamos sin duda ante lo mejorcito filmado por Soderbergh desde su carta de presentación allá en los noventa, Sexo, mentiras y cintas de vídeo. Sí, sé que me olvido de la reciente Contagio, que me pareció estupenda, e incluso alguna más, pero lo hago a propósito. Porque Behind the Candelabra amplifica lo mejor de Soderbergh y, gracias al sentido guión de Richard LaGravenese y las interpretaciones de unos excelsos Michael Douglas y Matt Damon, anula completamente los lastres de algunas de sus películas, es decir, esa impresión de estar ante un mecanismo de relojería macanudo, pero destinado más bien a lograr el aplauso de cierta crítica (gustosa de colgar etiquetas como esa tan buena de “autor comercial”, que personalmente me apunto en la libreta) más que a lograr nuestra implicación en la historia narrada en primer término.

Behind the Candelabra consigue eso, pero llega más lejos que gran parte de las obras de su autor. Como en la un pelín sobrevalorada Brokeback Mountain, el telefilme de dos horas aborda también un romance homosexual, esta vez entre las bambalinas de Las Vegas y desde dentro del armario, pero sin que la lluvia de purpurina, el desfile de abrigos de chinchilla o la mutación física a la que se someten sus estrellas, condicionen lo que en realidad no es tanto un biopic detallado como la crónica -fría, pero desgarradora- de un amor fugaz y glamouroso, pero en el mejor de los escenarios posibles.

LaGravenese, que no por casualidad escribió también Los Puentes de Madison, remata una pelota, o un libreto, que parece pensada para que Soderbergh se la lleve cómodamente a su campo, aportando su característica elegancia visual y su implacable precisión narrativa para acabar impactando al espectador… pero alejándose de ensayos o maniobras de estilo, de la explosión kitsch o incluso del previsible alegato gay, y manteniéndose en un plano puramente emocional y -eso sí- perfectamente ejecutado en lo formal. Behind the Candelabra no es Philadelphia, tampoco Brokeback Mountain, y además tampoco quiere. La película lo tiene claro y además nunca aburre, va aumentado la implicación emocional, y créanme que lo hace bastante rápido pese a la gran horquilla de años que abarca su acción. Es lo que la propia Contagio fue para el thriller, pero dentro de los dramas románticos gays.

Pero el tema no iría más allá del candelabro de marras sin Michael Douglas y Matt Damon, dos iconos de la masculinidad más furiosa y tranquila (respectivamente) que realizan aquí las interpretaciones de su carrera. Y esto no admite discusión. Pero también es cierto que nos lleva al que es, de puro rebote, el aspecto más decepcionante de Behind the Candelabra, un telefilme hecho para la tele… pero que debería haberse estrenado en cines (en algunos países como Australia, lo hará), aunque sólo fuera para que Michael Douglas pudiese ganar otro Oscar al mejor actor (como productor también lo tiene, por Alguien voló sobre el nido del cuco).

Porque no lo duden: lo ganaría.

Douglas, que no es precisamente conocido por dar vida personajes risueños (en mi recuerdo siempre estarán su Nick Curran de Instinto Básico, y su D-Fens en Un día de Furia) abordó el papel nada más superar su cáncer de garganta. Y quizá por haber superado esa experiencia límite, consigue destripar al personaje con un dominio escénico, supremacía artística y madurez vital que sorprenden desde el primer momento en el que Liverace aparece en pantalla. El protagonista de Acoso impresiona, conmueve, se transforma por dentro y por fuera, pero sin que le delate esa ambición de ganar premios o reconocimiento que normalmente se oculta tras este tipo de cambios de registro. Al contrario, Douglas caracteriza a Liberace en toda su ostentación y exceso, como un risueño devorador de jóvenes homosexuales, pero mostrando una afabilidad y humanidad que sorprenden aún más que sus modales amanerados. Humilde y grandilocuente, estamos ante la mejor y más entregada interpretación de este año en todo el audiovisual estadounidense, perfectamente conjugada con el trabajo de su compañero de reparto, Matt Damon. El Bourne cinematográfico, que enseña el trasero en cuatro o cinco ocasiones, le responde permaneciendo en un plano más discreto y opaco al principio, al menos hasta que su personaje recobra el protagonismo en el último acto, obligando al actor a salir de su habitual ambigüedad y demostrando que su displicencia inicial era una opción buscada. Triunfa.

Behind the Candelabra es también la primera película de Soderbergh que, tras muchos años, se preocupa verdaderamente por sus personajes y no los usa como fichas de ajedrez para salirse por la tangente. Y lo logra conservando sus señas de autor, el ritmo implacable de sus mejores obras y ese cierto realismo estético que remite directamente a las películas de los setenta. Soderbergh, que al igual que el más veterano Peter Hyams (Atmósfera Cero) es uno de los pocos realizadores que ejercen también de directores de fotografía (sólo que él bajo el pseudónimo de Peter Andrews) imprime ese estilo visual brumoso, elegante y melancólico que caracteriza la imagen del cine de aquella época, y que de manera nada casual ha estado presente en todas sus aventuras para la gran pantalla. Behind the Candelabra es el telefilme con textura y aspecto más netamente cinematográfico que nos hemos echado a los ojos en mucho tiempo, sin concesiones al formato televisivo.

Pero más allá de ello, lo importante es que la columna vertebral de semejante tinglado kitsch no es sólo el diseño de producción (brillante) sino ese arrebatador, hortera e imposible amor fou masculino, un romance entre un vejestorio pervertido y un rubio efebo criado en una granja, ambos con pavor a la soledad, que por estas cosas de la vida resulta que fue más de verdad que el de cualquiera. Soderbergh empieza haciendo gala de su habitual frialdad y distancia, pero según transcurre la película esa tristeza se acopla progresivamente bien al devenir frívolo y escandaloso, pero por eso mismo, divertido (¡atención a la aparición de Rob Lowe como cirujano de la estrella!) de una relación auténtica, real e imposible. Y que como toda historia de amor que se precie, en última instancia resultó desgarradora. Si quieren una frase grandilocuente, una frase a lo Liberace, aquí la tienen: Behind the Candelabra es una de las mejores obras televisivas de la década.

Y aquí tienen el careto de Rob Lowe para demostrarlo:

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