Es que no ponen nada en la tele. ¿Se acuerdan cuando decían esa frase? No hace tanto, pero cuesta acordarse de esos tiempos en los que, apoltronados en el sofá, consumíamos horas a la espera de que algún programador tuviera a bien, entre anuncio y anuncio, ponernos algo mínimamente interesante. Mientras disfrutamos del último capítulo de Homeland, o decidimos qué tal está la serie de moda en Reino Unido, nos sentimos muy gafapastas, orgullosos de haber recobrado el control de nuestro ocio televisivo. ¡Ya nadie me dirá qué tengo que ver o a qué hora! ¡Adiós a los bodrios, a las TV Movies, o a la enésima reposición! ¡Ahí os quedáis anuncios! Stop. Pospongan el momento Escarlatta O’Hara y hagan una pausa en sus circunloquios sobre el reinado de la HBO o el decaímiento de David Chase: ¿No se han olvidado de algo?
Correcto: su madre. Seguro que usted es de los que, como buen seriéfilo, anda regalando recomendaciones personalizadas a sus amigos, sugiriéndoles tal o cual serie en función de sus gustos. Y mientas, desoye los gritos de auxilio de su señora progenitora, que repite eso de Es que no ponen nada en la tele, y acaba viendo la última oferta de pelapatatas de la teletienda o bostezando ante ese Talk show donde gente mal vestida solloza porque su pareja se fugó con el vecino. Puntualizo, antes de que saquen las antorchas: tan feo está censurarle a su madre que disfrute viendo cosas que nos horrorizan; como negarle la posibilidad de que pruebe esa otra televisión que a usted le ha fascinado, y le impide volver a llamar caja tonta a ese pozo de entretenimiento.
Su madre ya conoce de sobra lo que tiene que ofertarle la televisión actual. Quizás esté harta, o quizás no. Pero, haga la prueba, y enséñele ese mundo que hay allá fuera sin eternas pausas publicitarias, ni tramas tan manidas que siempre parecen la misma. Lo decía hace tiempo Hernan Casciari: Salva a tu madre y salvarás el mundo. Póngale una buena serie y comprobará que está tan hambrienta de buena televisión como usted. Además, sentirá el regocijo de comentar el capítulo con ella, como ya hace con los buenos libros. Aunque, cuidado, también puede volvérsele en contra: la mía me lleva capítulos de delantera en Homeland y me espoilea sin rubor. (Un beso, mamá)
Así que, sin nigún tipo de rigor demoscópico, haremos un repaso por algunas de las series que muchos seriéfilos hemos ‘descubierto’ a nuestras madres. Afinen en gustos y dénle al play.
Sin duda, la joya de la corona. Si su madre es de las que no se pierden un culebrón, no puede pasar un minuto más sin amigarse con Bree, Lynette, Gabrielle y Susan. Recomendable también si la mujer que le trajo al mundo sigue negando (sin éxito) que viera en algún momento Falcon Crest. La serie tiene de todo para triunfar entre las acólitas de los dramones y los giros dantescos, pero con dosis extra del glamour de Beverly Hills. A buen seguro que le propocionará encarnizadas discusiones entre ‘las favoritas’ de ambos, y como extra, su madre tomará nota de los modelitos. Convencerla de que los Gucci no le quedarán como a la Longoria es tarea suya.
2. Dowton Abbey
La producción británica que ha encandilado a EEUU hará las delicias de su madre si, por ejemplo, disfrutó viendo Arriba y abajo. Hecha con el mimo británico caracterísitico, la serie es un culebrón más elegante y sobrio, que recoge la estela de La saga de los Forsyte. Para mamis elegantes y de paladar refinado. Si quieren producto nacional, prueben con la patria Gran Hotel, aunque sin Maggie Smith (la condesa viuda de Grantham) la copia desluce bastante.
3. The Big ‘C’
Aquí entramos en un terreno complicado y muy sensible. La bellísima serie (su primera temporada, al menos) aborda el tema del cáncer, y quizás no sea recomendable según qué circunstancias. Pero aún así, la recomiendo: aunque se antoja de difícil digestión, la serie consigue hacer luminoso un asunto obviamente sombrío, y sus 13 episodios son emocionales, sin sucumbir al dramón. Desconozco que ocurre a partir de la segunda temporada, pero mi experiencia es más que positiva con ella: la historia de una mujer que, con el descubrimiento de la fatídica enfermedad, huye de los dramatismos y da un giro a su vida. Tierna y bastante real. Un ejemplo de cómo patearle la cara (sin dejar de sonreír) a esa “gran C”, la gran maldita.
No se me sonrojen, que ya sé por dónde van: ¿Qué pasa, que les intimida recomendar a sus madres una serie con escenas sexuales como Juego de Tronos? Pues si superan el azoramiento, les diré que la producción de la HBO tiene todas las de ganar para hacerse un hueco en el corazón materno; en especial si les van las aventuras, las intrigas palaciegas y el misterio. Sacúdanse los prejuicios, y llévele las dos primeras temporadas: ella se lo agradecerá.
Si su madre ha leído (y le gustó) Pétalo Carmesí, Flor Blanca de Michel Faber, corra a ponerle esta miniserie de la BBC, que una vez más, demuestra su tino con las adaptaciones literarias. Arránquenles las sombras de Grey de las manos, y dénle a su madre un motivo para disfrutar delante de la pantalla, que se lo merecen. A medio camino entre la novela romántica, el culebrón victoriano y la serie de época, la historia de William Rackham y la prostituta Sugar le hará disfrutar de lo lindo. Palabra.