En plena resaca de la última entrega de Batman, ahora mismo batiendo todos los récords de taquilla pese a los trágicos sucesos que han acompañado su estreno, quizá esté bien echar la vista atrás y rememorar los comienzos audiovisuales del denominado caballero oscuro… sobre todo cuando Batman fue un tipo bailongo, mucho menos oscurito y retorcido.
Batman es, en realidad, un anciano de 73 años con muy buena salud. El enmascarado con alas de murciélago creado por Bob Kane en 1939 por encargo de la editorial DC, deseosa de presentar un personaje de impacto similar al de su Superman, era mucho menos sofisticado en sus orígenes que en la actualidad. Pero ni que decir tiene que Kane acertó de lleno con un personaje dúctil e intemporal, perfectamente capaz de adaptarse a los gustos y estilos de cada época. La prueba está en las diferentes aproximaciones que ha tenido en la gran pantalla, con directores tan opuestos como Christopher Nolan o Tim Burton pilotando la franquicia.
No obstante, nada es eterno. Si ahora es el propio Nolan el que ha anunciado que abandona el barco tras siete años al frente de las aventuras del caballero oscuro, ya en los años sesenta y después de dar sus primeros pasos en el papel, el Bruce Wayne del cómic estaba de capa caída debido al bajón en la calidad de las historias y el creciente empuje de Marvel, que contaba en sus filas con figuras estelares como Stan Lee.
Tuvo que ser la adaptación televisiva que nos ocupa, pergeñada por la cadena ABC, la que sacase del hoyo de la popularidad al personaje. A menudo denostada por su visión colorista y ridícula del hombre murciélago, repleta de onomatopeyas para plasmar los golpes y momentos muy alejados del toque siniestro del personaje, lo cierto es que la aportación abiertamente kitsch de la serie protagonizada por Adam West resultaba comprensible si contextualizamos: al fin y al cabo, se trataba de un serial ideado en parte para aprovechar los brillantes colores de la nueva generación de aparatos a color (y con una melodía de las que se te clavan en el cerebro):
Durante los 120 episodios que duró, de 1966 hasta 1968, la serie levantó las alicaídas ventas de los cómics e incorporó algunas de las ideas más delirantes que ya estaban sobre el papel. Tan delirante, que los Batman y Robin de Alan West y Burt Ward se alzaron con el tiempo, y quién sabe si de forma involuntaria, como dos de los representantes más claros de la
Pero volvamos otra vez atrás. Gracias al éxito de la serie llegó Batman, la primera película sobre el héroe DC, que se estrenó en las pantallas de EEUU allá por 1966, en pleno apogeo de la teleserie. La película, que dirigió Leslie Martinson, fue diseñada como mera prolongación en cines de la serie, enfrenta al enmascarado no tan nocturno al triplete de villanos de siempre, Joker, Pingüino y Acertijo, que armados con un aparato liofilizador (¿?) tratan de borrar de la faz de la tierra a los máximos dirigentes mundiales, reunidos en Gotham. Aquí la tienen, bien completa:
Batman, un tío gay
El éxito del Batman intepretado por Adam West, por muy ridículo que sea ahora, mantuvo vivo y coleando al personaje hasta sus brillantes años ochenta, cuando antes de la adaptación al cine de Tim Burton el guionista Frank Miller tomó magistralmente las riendas del personaje en El regreso del Caballero Oscuro, y remozaría su cara para los nuevos tiempos, reviviendo a Batman con tal vigor que DC encargó a Miller y Mazzuchelli que reformularan los orígenes del personaje en Año Uno. El resultado fue similar e impulsó al hombre murciélago al Olimpo heroico que de momento no ha abandonado. Entre medias, las adaptaciones cinematográficas y las aportaciones de Jeph Loeb, quien con Tim Sale ideó El largo Halloween y Victoria Oscura, sin olvidarnos de Grant Morrison. Pero eso es otra historia.