Quizá como consecuencia de la obsesión por la fama renovada a raíz del éxito de shows como OT y similares, Smash centra sus miras en la creación de un musical de Broadway basado en la vida de Marilyn Monroe. En el proceso participan los compositores Tom y Julia (Christian Borle y Debra Messing, vista en Will & Grace), el ambicioso director Derek Wills (Jack Davenport, Piratas del Caribe) y la productora Eileen Rand (Angelica Huston). No obstante, el corazón de la ficción urdida por Rebeck parece centrarse en la rivalidad entre las aspirantes a estrella, la rubia Ivy Lynn (Megan Hilty) y la morena y novata Karen (Katharine McPhee).
Smash es un melodrama musical cuya trama divide su atención entre el proceso de elaboración de una obra musical de Broadway y el seguimiento de la vida personal de cada uno de esos personajes. Y en esa opción, que sobre el papel resulta perfectamente lógica y hasta prometedora, radica su problema. Con un puñado de capítulos vistos, incluyendo los ya emitidos en España, lo cierto es que la serie interesa en la primera de las facetas, el retrato de la trastienda del mundo del espectáculo. No obstante, la segunda flojea debido a unas tramas simples y tópicas y unos personajes que, en la mayoría de los casos, nunca llegan al espectador.
Todo ello amortigua el efecto de lo que, sin duda, debería ser la gran atracción de la función: las canciones y la música. Tanto lo uno como lo otro vienen de la mano de profesionales de eficacia probada como el compositor Marc Shaiman (South Park, Hairspray o Algo para recordar) y Scott Whitman. Pero pese a la existencia de momentos fascinantes, y la excelente labor de ese descubrimiento llamado Katharine McPhee, de la que hablaremos más adelante, el resultado en este aspecto es igualmente irregular. En Smash no hay demasiados números musicales y, lamentablemente, cuando finalmente llegan tampoco duran demasiado.
El tono que sus responsables quieren imprimir, en definitiva, nunca es demasiado claro, lo que redunda en la falta de emoción y garra de la serie. La culpa de ello la tienen unas tramas inanes, en la que no damos un duro por los problemas personales de los protagonistas. Ya sea Julia intentando adoptar un bebé, Derek comportándose como un depredador sexual con sus actrices, o los problemas sentimentales de Karen, todos ellos resultan problemas episódicos, poco apasionantes y aburridos. Cuando la antipática Ivy es inicialmente elegida para el papel en detrimento de Karen, el espectador no siente nada ni por la primera ni por la segunda.
Menos mal que existe ese milagro llamado Katharine McPhee, vista en la terrible Tiburón
A lo largo de la primera temporada -al margen de la previsible evolución de Ivy-, y en la segunda que sobreviene ¿van a seguir siendo todos tan planos o nos espera algún giro que haga a la ideal menos ideal, lo cursi menos cursi?.