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El duro final de Antonio Gades: su vida fue pura pasión, en el baile y en el amor

El bailarín, eterno seductor y exponente de la coreografía española, murió hace quince años debido a un cáncer.

El bailarín, eterno seductor y exponente de la coreografía española, murió hace quince años debido a un cáncer.
Antonio Esteve Ródenas, más conocido como Antonio Gades | Cordon Press

Cuesta asimilar las últimas imágenes de Antonio Gades, pocos meses antes de morir, hace de esto ahora justo quince años. A las puertas de su vivienda, saliendo a la calle para caminar pasito a pasito, tomar un poco el sol o ser llevado a la clínica para curarse de un cáncer que terminó devorándolo. Siempre fue delgado, mas en esa etapa final, apenas pesaría cuarenta o cincuenta kilos: demacrado, los ojos hundidos, con las huellas de su enfermedad instaladas en su rostro, ya sin aquella mirada y sonrisa pícara con la que siempre saludaba a sus amigos. Le llegó la visita de la Vieja Dama la tarde del 20 de julio de 2004, a la taurina y lorquiana hora de las cinco de la tarde, en la habitación que ocupaba en el hospital Gregorio Marañón, de Madrid, rodeado de quien fue su última compañera, Eugenia Eriz, con la que convivió apenas un año, y las tres hijas habidas en su unión con Pepa Flores, Marisol.

Quien había sido en el baile cual un junco, un pino, puede que un roble, espigado, ligero pero recio, viril; el que llegó a la danza sin tener ni idea de cómo mover los pies; revolucionario en sus coreografías, sin perder la esencia españolísima en sus espectáculos aplaudidos en todo el mundo, acababa sus días en lamentable estado físico, entre su casa y el hospital, sin querer ya ver a nadie, lo que nos parece lógico, digno. Inconmovible en sus ideas, nos importa resaltar su arte genial. En persona, Antonio Esteve Ródenas, que es como se llamaba en realidad, resultaba franco en el trato, sincero en sus pensamientos y creencias, sencillo, aunque nada propicio a las entrevistas. Luego estaba su faceta seductora, la de un mujeriego que no desaprovechaba ninguna oportunidad cuando miraba, o lo miraba, una mujer. Su vida fue pura pasión, en el baile y en el amor.

Era hijo de un albañil especializado en mosaicos, natural de Elda. El bailarín alicantino, vivió la mayor parte de su vida en Madrid. Procedía de una familia acosada por el hambre. La filiación política de su padre, pienso que tampoco lo ayudaría para encontrar trabajo al acabar la guerra civil. Con once años, Antonio ejerció de botones unos años en el estudio fotográfico que el gran Juan Gyenes tenía a espaldas de la Gran Vía. Intentó ser torero, boxeador, ciclista... pero nunca se vio con futuro en esas actividades. Una vecina, sabedora de sus deseos para ganarse la vida y ayudar a los suyos le sugirió por qué no probaba en una academia de baile, cercana al barrio en que estaban, la de la maestra Palito. Como no tenía nada que perder, allí que se fue, sin tener la más remota idea de "mover el esqueleto". Con el paso del tiempo tuvo la fortuna de que Pilar López lo viera bailar en un tablao flamenco. Y le propuso aleccionarlo en su estudio. La hermana de la legendaria 'Argentinita' consiguió convertirlo en un bailarín excepcional, bautizándolo artísticamente con el apellido Gades, evocando históricamente a Cádiz.

Dejando de lado su biografía artística, sus grandes montajes , Antonio Gades fue un gran seductor siempre. Nunca en el mundillo artístico se entendió aquella boda del bailarín con Marujita Díaz. Pudo más el empeño de ella, que era millonaria y Antonio apenas había ahorrado lo suficiente para emprender los sueños de estrenar un gran espectáculo. Ceremonia religiosa celebrada en la castiza ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, verano de 1964. Duraron poco. Antonio estrenó el ballet 'Don Juan'. Se arruinó con lo poco que tenía, pidió ayuda económica a su mujer, no se la prestó y se dijeron adiós. Ni siquiera cuando el divorcio se instituyó en la España de la transición se preocuparon de obtenerlo. A él, menos que a ella, le importaba poco ese documento. Porque las relaciones que tuvo después con otras mujeres nunca llevaban viso de llegar a legalizarse ni por la Iglesia ni luego civilmente. Con Pilarín Sanclementer, bailarina y actriz, tuvo dos hijos. Gades era como un caballo indomable, incapaz de estar sujeto a unas costumbres familiares. Tuvo más romances, alguno de ellos sonado porque su pareja fue nada menos que Gina Lollobrígida, encaprichada en llevarse a la cama al bailarín.

Una noche de 1973, creo que se trataba del debut de Chavela Vargas en la sala de fiestas Florida Park, en el Retiro madrileño, Antonio Gades ocupó una mesa destacada junto a Marisol, que por entonces ya era Pepa Flores en el mundo del cine y la canción. Estuve presente junto a otros colegas. Y escribí sobre aquella pareja, intuyendo que podía ser el comienzo de una gran amistad, como se decía en la película Casablanca. El apoderado del bailarín se encargaba por entonces de avisar a los reporteros cuando su jefe iba a algún "sarao", proporcionándole así publicidad gratuita para su local, un restaurante-pizzería, que había sido antes taberna, situado cerca de las Salesas. Se puso de moda en seguida y Gades ganó mucho dinero. Además, cada semana aparecía en las revistas del corazón junto a Marisol. Se iban a Altea muchas veces a navegar en el velero de Antonio, con el que llegó a cruzar el Atlántico. Tenía sangre marinera.

Con Marisol tuvo Gades tres hijas. Simularon una boda en La Habana, sin ningún efecto legal en España, con Fidel Castro como testigo y la bailarina Alicia Alonso. La convivencia entre ambos artistas terminó quebrándose. Ella se había enamorado hasta los huesos de Antonio. Pero fue, por culpa del bailarín, disipándose el amor; quedaron como amigos al final, aunque ella entristecida, desolada, acabaría huyendo de Madrid para refugiarse en su Málaga natal donde, por fín, halló el equilibrio y el amor que necesitaba. Pero Antonio, no digo yo que no se acordara más de Pepa, y desde luego de sus hijas, que tanto quiso, pero no podía superar su constante: la de seguir conquistando a nuevas mujeres. Y así, se enamoriscó de una rubia suiza llamada Daniela Frey, que era dueña de una cadena de cines, además millonaria. Fueron amantes desde 1993 y 1998, entre viajes y rápidas visitas para encontrarse, pues él no dejaba sus contratos con su compañía de baile. Un día le fallaron sus rodillas cuando representaba el ballet Fuenteovejuna en el Lope de Vega madrileño. Y entonces se retiró como bailarín aunque continuó dirigiendo y montando sus sensacionales espectáculos.

Cuando ya no pudo hacer frente a su grave enfermedad, que lo iba devorando, su compañía continuó sus giras llevando el nombre del gran artista, y hoy incluso se mantiene ese legado a través de una Fundación que controlan las hijas de Antonio Gades, quien quiso que sus cenizas se repartieran entre La Habana y Altea. En la capital cubana se depositaron en el Mausoleo de los Héroes de la Revolución Cubana. Y en la ciudad marinera alicantina, sobre las aguas que surcan el Mediterráneo. Esto, queda dicho, fue hace ahora tres lustros.

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