A finales de los 30 y principios de los 40, Alemania vivió uno de los peores escenarios que se recuerdan en la historia reciente. Los campos de concentración nazis. Allí se maltrató, se asesinó y se aniquiló a personas procedentes de toda Europa, por ser judíos, opositores, indis, roma, homosexuales o testigos de Jehová. Las cifras hablan de en torno a seis millones de muertos, ya fueran mediante palizas, disparos, o cámaras de gas. La mayoría de ellos eran judíos.
Y allí, como no podía ser de otra manera, también se jugaba al fútbol. El deporte rey ya se había instalado en la sociedad europea, y para muchos era una de las pocas válvulas de escape en los peores momentos de su vida. Eso, con suerte; para otros, eran los últimos momentos de su vida.
Las ligas de Sachsenhausen
A pocos kilómetros de Berlín, la ciudad donde en dos días se jugará el partido más importante del año, existía un campo de concentración: Sachsenhausen, donde más de 30.000 prisioneros de todo tipo fueron asesinados, y centro de la Operación Bernhard.
En Sachsenhausen se usó el fútbol a modo de incentivo. Aquellos que mejor habían realizado las tareas de 'producción' encomendadas, eran obsequiados con un partidito de fútbol. De ese modo, conseguían aumentar su moral para, así, seguir produciendo.
Se llegaron a disputar ligas, con equipos formados según la procedencia. Podía jugarse un Inglaterra-Irlanda o un Viena-Praga. Siempre siete contra siete, con un tiempo de duración de 35 minutos. Incluso se llegó a crear una comisión de arbitraje, para dirigir los partidos.
Obviamente, el estado físico de los presos era deplorable. Y eso significaba que, pese a que en ocasiones venía bien jugar un partidito, en muchas otras el cansancio y el hambre lo hacían imposible. Sin embargo, como el fútbol también era una diversión para los nazis, en muchas ocasiones obligaban a los presos a jugar. Acababan exhaustos.
La historia de Ignaz Feldmann
Varias son las historias que han trascendido sobre el fútbol en los campos de concentración. Quizá la más extraordinaria sea la de Ignaz Feldmann, prisionero austriaco preso en Auschwitz, y que salvó la vida gracias a que fue reconocido por un sargento de las SS con quien había competido en equipos rivales en la liga austriaca. Así lo relata el ganador del Premio Nobel y sobreviviente judío del Holocausto Imre Kertesz.
Algo similar sucedió con el italiano Ferdinando Valletti. Futbolista del Milan durante varios años, fue capturado por los nazis en 1944, y deportado a Mauthausen y posteriormente a Gusen. En el campo de concentración se iba a disputar un partido, y le llamaron para completar un equipo. Obviamente, fue el mejor de todos, y los oficiales le permitieron diversos favores a cambio de jugar en su equipo. Salvó así la vida.
O la del español Saturnino Navazo, futbolista burgalés de los años 30, que huyó de España tras el final de la Guerra Civil, para terminar poco después en Mauthausen. Su talento le permitió una posición de privilegio dentro del campo: jefe del barracón donde se hallaban los españoles, y ayudante en la cocina, donde podía organizar partidos de fútbol. Aquello le permitió sobrevivir hasta que llegó la liberación, y entonces regresó a España.
Peor fortuna corrió Julius Hirsch. Futbolista que llegó a ser internacional con Alemania y todo un ídolo en el Karlsruher, donde ganó varios títulos, fue expulsado de sus labores como técnico en 1934 a causa de su origen judío. En 1943 fue deportado a Auschwitz, y aunque pronto se erigió en el favorito de los militares nazis por su calidad a la hora de jugar partidos de fútbol –para ellos, las victorias de los presos alemanes ante equipos de otros países eran una muestra más de la superioridad germana-, no tardaría mucho en ser gaseado.
También en Sachsenhausen, en Berlín, existen recuerdos escritos sobre historias de fútbol. Odd Nansen, el hijo del Premio Nobel de la Paz noruego Fridtjof Nansen, anotó en su diario que se estaba disputando un partido de fútbol "cuando dos presos aparecieron con un cadáver en la camilla. Pusieron el cuerpo hacia abajo, y se dedicaron a contemplar el partido. Una vez terminado, recogieron el cadaver, y continuaron su camino hacia la fosa común".
Y es que otro aspecto relacionado con el fútbol en los campos de concentración era el de los espectadores. Generalmente, no se permitían; pero cuando se hacía una excepción, eran muchos, muchísimos, los prisioneros que disfrutaban viendo un partido. Escritos recogen que en Theresienstadt –cerca de Praga- podían juntarse hasta 3.000 personas para ver los partidos. La primera fila estaba siempre reservada para las SS.
El fútbol, también como publicidad
Obviamente, no eran todos quienes podían jugar a fútbol. Las SS decidían quién lo hacía y quién no. Se suspendieron muchos equipos, generalmente los formados por judíos. Los jóvenes, con buena salud y atléticos solían ser los escogidos para disputar los partidos. Servía, además, como baremo para discernir aquellos que estaban bien físicamente, de los que no.
Como relata el periodista Eugen Kogon, el fútbol en los campos de concentración tampoco escapaba a la genunia maquinaria propagandística nazi. De hecho, se rodó una película en Theresienstadt, titulada "El líder de los judíos en la ciudad", con la que se pretendía reflejar que los judíos del campo de concentración checo llevaban una vida normal, en la que incluso se divertían jugando a fútbol. En la película, además de otras actividades, se ven fragmentos de partidos de fútbol.
Primo Levi, uno de los escritores más celebres de los supervivientes a los campos de concentración, también dejó constancia de ello. "Me enteré de que se estaba haciendo una película de propaganga en Checoslovaquia, mostrando judíos siendo bien tratados, incluso en un partido de fútbol. Pero hecha la película todos fueron enviados a la cámara de gas y exterminados allí".
Y es que no hay que olvidar que, aunque se jugara al fútbol, y en muchas ocasiones como diversión, no dejaba de ser eso, un campo de concentración, de exterminio. Quien mejor lo relata es el escritor polaco Tadeusz Borowski, superviviente de Auschwitz: "La pelota pasó de un pie a otro, y se fue muy cerca de la portería. Peleé por ella, pero se fue a la esquina. Cuando fui a buscarla y conseguí cogerla me quedé helado: la rampa estaba vacía...Volví con el balón y lo dejé en la esquina. A mis espaldas estaban siendo gaseadas tres mil personas"