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El penúltimo raulista vivo

Esos ciento cinco segundos...

Benzema celebra con Ancelotti la clasificación para cuartos de la Champions tras eliminar al PSG. | EFE

El otro día, antes del partido de ayer contra el Paris Saint Germain del Bernabéu, hablé con un madridista que primero me preguntó y después me abrió los ojos. Lo hizo simplemente, sin ambages, con inocencia, como un madridista más, uno anónimo, uno que no tiene la inmensa fortuna que sí tengo yo, que no tiene todas las noches un micrófono a través del cual dirigirse a la gente, que no goza del privilegio de ser tertuliano en el programa deportivo televisivo más popular del país. Me preguntó si estaba nervioso y yo, un tanto pedante y un pelín sobrado, para qué nos vamos a engañar, tiré de manual y le respondí que un madridista sólo se ponía nervioso en una final de la Copa de Europa y el del miércoles, por ayer, era un partido de octavos de final, y entonces me abrió los ojos: "¿Pero no te das cuenta de que no es un partido más? ¿No te das cuenta de que el PSG nos está faltando al respeto, que quiere conseguir con medios ilícitos lo que a nosotros nos ha costado lograr 120 años?"

Ese madridista tenía razón y yo estaba equivocado porque, efectivamente, de repente caí en la cuenta de que ese partido no era uno más y valía casi tanto como una final, "La Decimocuarta", me dijo él entusiasmado. Porque anoche en el Bernabéu se enfrentaban el fútbol clásico, el de toda la vida, y el fútbol cuya finalidad no es otra que blanquear a un Estado en el que no se respetan los más elementales derechos humanos; anoche, en el Bernabéu, se enfrentaban el club que pese a todo sigue perteneciendo a sus socios, el que levantó el campo a pulso y con el apoyo económico extra de sus socios, y el otro fútbol, el fútbol que se salta a la torera el fair play financiero, el fútbol que se permite el lujo de rechazar 180 millones de euros por un jugador. El partido era distinto por eso y porque, en cierto sentido, hay alguien en París que cree que el dinero lo compra todo y que si el dinero no puede comprarlo lo harán las amenazas, como sucedió anoche en el túnel de vestuarios. Hacía falta que alguien pusiera en su sitio al PSG, al soberbio Al Khelaifi y a su botones Leonardo, y ése fue, por supuesto, el Real Madrid.

Hay algo hipnótico en esos 105 segundos que transcurren entre el minuto 75: 41 y el minuto 77: 26. Yo los habré visto repetidos como veinte o treinta veces. Al Khelaifi, al que ya empieza a oler por cierto el culo a pólvora, lleva 10 años tratando de comprar por todos los medios posibles esos 105 segundos, daría su vida deportiva por esos 105 segundos. No sabe que eso no se compra, que la grandeza no se alquila. No sabe que esos 105 segundos son el resultado de años de esfuerzo, de años de compromiso heredado de padres a hijos, de cariño, de amor. Sí, sí, de amor. Esos 105 segundos son el resultado de muchas generaciones de futbolistas, directivos, socios y aficionados unidos por una idea y por el amor. No se compran esos 105 segundos, no están en venta. Es magia. Mbappé quiere esa magia. No hay ninguna duda al respecto de que Kylian jugará la próxima temporada en el Real Madrid, no la hay. Pero si la hubiera, que no la hay, lo que pasó anoche en el Bernabéu serviría por sí solo para que diera el paso definitivo. Nunca va a tener en el PSG esos 105 segundos y Messi y Neymar y el resto de jugadores presos en esa jaula de oro se marchitarán jugando contra el Racing de Estrasburgo, el Clermont y el Lorient. A Mbappé no había que explicárselo, él lo sabe perfectamente y por eso quiere venir aquí, pero si no lo supiera, si no hubiera oído nunca hablar de las noches mágicas de Madrid, ayer tuvo su última mala experiencia, a partir de junio serán sólo buenas.

No sé a quién he oído hoy decir que al Real Madrid tienes que matarlo. Da igual. Al Real Madrid lo llevan matando desde 1902 a diario, especialmente aquí, en España. Lo han matado con fusiles, con metralletas, con carabinas, con escopetas; lo han matado con hachas, con tridentes, con navajas, con machetes, con estoques, con lanzas, con alabardas; lo han matado ahorcándolo, ahogándolo, tirándolo por un precipicio, envenenándolo. Y el Real Madrid siempre ha resucitado. Y este es otro de los pecados que suelen cometer los nuevos ricos, el de la prepotencia, el de pensar que un fajo de petrodólares pesa más que la historia, el pecado que comete el hortera que cuelga un Van Gogh en el cuarto de baño. Tenía razón mi amigo madridista y yo estaba equivocado: el partido de anoche no era uno más, el partido de anoche era una lección de humildad para el soberbio y el recordatorio eterno de que, ni aún rematándolo, el Real Madrid dejará jamás de creer. Mateo 17:20: "Si tuviérais fe como un grano de mostaza, le diríais a ese monte: pásate de aquí allá, y se pasará". La fe movió la montaña... otra vez. Esos 105 segundos, Al Khelaifi, no están en venta.

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