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El penúltimo raulista vivo

Y ahora es cuando explico más detenidamente por qué me la sopla esta final de la Copa

Aún con la absoluta certeza de que no servirá absolutamente para nada y que el convencido seguirá estándolo y quien no lo está no lo estará jamás, voy a tratar de explicar por qué hoy he escrito en el diario Marca un artículo titulado "Por qué me la sopla esta final de la Copa". En primer lugar lo he escrito, y ahora estoy sosteniéndolo aquí, porque puedo. No es este un asunto baladí, no, qué va, porque hoy, ahora, en España hay mucha gente que querría escribir este artículo pero no puede o podría hacerlo pero no quiere, y si no quieren aunque puedan es porque decir algo así públicamente te puede acarrear problemas. Yo puedo escribirlo porque trabajo en medios de comunicación en los que tengo absoluta independencia para hacerlo y, además, quiero escribirlo porque me parece que estamos en un momento histórico en nuestro país en el que alguien tiene que poner pie en pared.

¿Por qué digo que me la sopla la final de esta Copa del Rey? ¿Lo digo porque me he levantado con el pie izquierdo? ¿Lo digo porque tengo algo contra el Athletic o contra la Real Sociedad? No, lo digo por un motivo, y lo explico aunque no debiera hacerlo porque me parece que no hace falta. Digo que esta final de la Copa me la sopla porque tengo el firme convencimiento de que, si finalmente se disputa con público, se insultará al rey de España, que es mi rey, y se pitará el himno nacional español, que es mi himno. Mi convencimiento está nuevamente sustentado en la experiencia previa y no en un arrebato: desde hace algunos años, y siempre que el Athletic o el Barcelona han jugado la final de Copa, el partido ha servido como plataforma reivindicativa del secesionismo y se ha empleado como akelarre independentista. No hace falta ser Hércules Poirot para saber que esto volverá a ser así porque, además, los antecedentes de hecho van en esa dirección; el otro día, sin ir más lejos, el presidente del Partido Nacionalista Vasco dijo que si se pitaba el himno nacional sería por algo y sugirió que debía cambiarse el nombre de la final de la Copa del Rey por final de la Copa del Lehendakari. Hombre, a mí también me gustaría cambiarle el nombre al PNV, de hecho me vienen a la cabeza algunos muy divertidos, pero sería una absoluta falta de respeto por mi parte ir por ahí cambiándole el nombre a las personas o a las cosas sin consultar, ¿no?

Hoy el periodista Eduardo Velasco, a quien también he citado en el artículo, me ha escrito muy temprano un watshapp para preguntarme qué me pasaba, y yo le he respondido que lo que me pasaba estaba exactamente recogido en el artículo pero como no habrá podido leerlo todo el mundo lo explicaré: el otro día, en El Chiringuito, Velasco, como antes que él Ortuzar, faltó gravemente al respeto al jefe del Estado español al preguntarse en voz alta y en tono irónico quién era el Rey de España. El Rey de España es Felipe Juan Pablo Alfonso de Todos los Santos de Borbón y Grecia y ostenta el mando supremo de las Fuerzas Armadas españolas. Es, además, Rey de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, Archiduque de Austria o Señor de Vizcaya pudiendo utilizar el título de rey católico. No he sido nunca especialmente monárquico, jamás, pero algunos comportamientos me están convirtiendo en el primer y más fiel seguidor de Su Majestad.

Por cosas como esas me la sopla esta final de la Copa. Porque, como trato de no dar una puntada sin el correspondiente hilo, el pronombre demostrativo femenino no está colocado ahí al azar. Una final copera entre los otros dos semifinalistas, Mirandés y Granada, no me la habría soplado porque sé que no se habría aprovechado para ofendernos a los españoles. Tampoco me la habría soplado una final Valencia-Sevilla u otra entre Betis y Valladolid, por poner dos ejemplos. El que me la sople esta final de la Copa del Rey no tiene absolutamente nada que ver con el hecho de que en ella no esté mi equipo, que es el Real Madrid, sino con la sensación de absoluta indefensión que tenemos quienes amamos a España y nos vemos obligados a ver una y otra vez cómo se ofende gratuitamente a nuestras instituciones. Lo llaman "libertad de expresión", pero parece que el artículo 20 de la Constitución sólo funciona en una dirección porque, haciendo uso de ella, el presidente de un partido independentista puede faltarle al respeto a Felipe VI pero yo no puedo decir que esta final me la sopla. Pues me la sopla, qué queréis que os diga. Me la sopla.

Hoy he mantenido un entretenido rifirrafe tuitero con el periodista Paul Giblin, que es un fiel seguidor del Athletic. A Paul, que es inglés de Hull, le pasa como a muchos extranjeros en nuestro país, que lo primero que aprenden es a insultar en español. Bueno, aunque me ha llamado una cosa muy fea... pelillos a la mar por mi parte. Paul ha escrito bien el insulto aunque el resto de sus tuits era francamente mejorable y eso es probablemente debido a que ha leído poco en nuestro idioma. Hombre, que un inglés de una ciudad portuaria del condado de Yorkshire del Este venga a contarme a mí qué está pasando en España y a hablarme de himnos no es de recibo. Probablemente mi amigo Giblin quiera para nosotros lo que ocurre en Reino Unido, que tienen hasta tres distintos. Yo no quiero eso, no señor. Por eso me la sopla esta final de la Copa del Rey, por eso y porque hay quien no ha resulto aún la contradicción de matarse por jugar la final de la competición de un rey al que no respetan de una nación a la que no quieren. Ese es su problema, no el mío. Un problema, por cierto, de bata blanca, y no precisamente del blanco del Real Madrid.

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