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La Copa del Mundo tuvo su origen definitivo en Barcelona

En 1929, en Barcelona, se sentaron las bases para, un año después, comenzar con el mayor evento deportivo de todos los tiempos.

En 1929, en Barcelona, se sentaron las bases para, un año después, comenzar con el mayor evento deportivo de todos los tiempos.
Jules Rimet, en el momento de llegar a Uruguay, y comenzar así la historia de los Mundiales.

Un Mundial de fútbol es, a día de hoy, el mayor evento deportivo del planeta. Aquello con lo que sueñan prácticamente todos los niños de los cinco continentes. Todo el mundo se detiene. Todas las televisiones lo emiten. No hay nadie que pueda escapar al hechizo de un Mundial. Sin embargo, sus comienzos fueron humildes. Casi miserables. Y tuvo que conocer diversos fracasos para ver la luz. Aunque nadie duda de que, en definitiva, ha valido la pena.

Un fracaso para empezar

Los británicos fueron los inventores del fútbol moderno. Pero la idea matriz del primer Mundial vino de Francia. Concretamente, de la figura de Robert Guerin, el primer presidente de la FIFA tras su constitución en 1904.

Como la idea ya llevaba tiempo rondando en su cabeza, una de las primeras medidas que tomó Guerin tras su nombramiento fue la de crear una especie de cláusula de reserva con la que, de alguna manera, patentaba la idea de los mundiales. Quería que se hiciera, y quería hacerlo él. Pero había que ir despacio.

Porque la primera intentona fue un fracaso. Con el paulatino crecimiento de países afiliados a la FIFA -todos procedentes de Europa- Guerin quiso poner en funcionamiento su plan. Además de las selecciones que ya formaban parte -como Alemania, España, Francia, Bélgica o Italia- se decide invitar a las federaciones británicas, ya existentes anteriormente: Inglaterra, Irlanda, Escocia y País de Gales. La idea, celebrar un Campeonato del Mundo ya en 1906 (aunque en realidad sería más bien una Eurocopa). Suiza debía ser el país anfitrión, y se llega incluso a establecer las reglas de funcionamiento: cuatro grupos, 15 selecciones, semifinales y final.

La idea, en principio, es bien acogida por todos los países invitados pero, a la hora de la verdad, se cumple el plazo de inscripciones y nadie, ni siquiera Suiza como organizador, se atreve a dar el primer paso. En la tarde del 31 de agosto Guerin encontró un documento firmado por el representante de las federaciones británicas en el que se afirmaba "La FIFA todavía no está asentada en bases suficientemente estables para emprender la creación de un campeonato mundial. Para pensar en esta realización haría falta la seguridad previa de que en cada país existiera una asociación nacional". El proyecto, pues, quedó abortado de manera tan fulminante como espectacular.

La segunda etapa, un paso menor pero firme

No obstante, poco después se llevaba a cabo el primer campeonato internacional de fútbol. Fue, eso sí, dentro del marco de los Juegos Olímpicos. Concretamente, en los de Londres de 1908. Fue a cargo de la Football Association, no afiliada aún a la FIFA, aunque mantenía una estrecha relación con ella. La victoria fue para el Reino Unido.

El torneo se mantuvo en los Juegos Olímpicos de Estocolmo de 1912. Y aunque continuaba siendo un campeonato amateur, no profesional, como eran entonces los Juegos, el número de países participantes iba aumentando. Y así la FIFA decidió 'adoptarlo'. Aunque lo tildó de "campeonato mundial de fútbol para amateurs", se hizo responsable para las futuras ediciones.

Y así, tras la Primera Guerra Mundial, en los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920, se realizó el primer torneo intercontinental. Participaron trece equipos europeos junto a la selección de Egipto. Se había dado un paso más. Porque en la segunda edición organizada por la FIFA, en París 1924, se integraron también los equipos sudamericanos. Y aquello significó el adelanto definitivo.

El doble influjo de Uruguay

La importancia de Uruguay para la creación del primer Mundial de fútbol fue capital. Por un lado, por la vertiente deportiva. En los Juegos mencionados de París de 1924 los charrúa se hicieron con la victoria, ganando todos los partidos, varios de ellos por goleada. Aquello significó un mazazo para los europeos, quienes se consideraban a sí mismos dueños absolutos del fútbol mundial.

Pensaron que había sido un golpe de azar, pero en 1928, en los Juegos Olímpicos de Amsterdam, Uruguay volvía a repetir victoria. No sólo eso: la final la disputaron ante Argentina. Sudamerica había sobrepasado claramente a Europa. Algo que no podía consentir el Viejo Continente. Había nacido una importante e histórica rivalidad. Para siempre.

Por el otro, porque aquel crecimiento del fútbol como deporte universal termina de convencer a Jules Rimet, presidente de la FIFA desde 1921, de que ha llegado el momento definitivo de crear el Mundial, y que es América -también Estados Unidos, donde el fútbol gozaba por entonces de una envidiable salud- el lugar ideal para llevarlo a cabo.

Henry Delaunay, mano derecha de Jules Rimet, también se anima y proclama la necesidad de que el fútbol tenga su propia competición internacional al margen de los Juegos Olímpicos donde, pese a que estaba alcanzando cotas de interés auténticamente increíbles, no dejaba de ser un torneo amateur.

España, decisivo

Con ese objetivo, en 1928 se celebra un Congreso de la FIFA en Amsterdam en el que se establecen los cimientos de lo que debería ser el primer torneo intercontinental de fútbol profesional. Jules Rimet anuncia, sin embargo, que la decisión definitiva se tomaría al año siguiente en Barcelona. Y así, en 1929, puede afirmarse que la Copa del Mundo tuvo en España su plataforma de lanzamiento.

Porque el 18 de mayo de 1929 se aprueba en el Salón María Cristina del Ayuntamiento de Barcelona la propuesta del Comité con 23 votos a favor, cinco en contra, y la abstención de Alemania. Los mundiales de fútbol ya están en marcha.

En aquel Congreso de estableció que Uruguay, como era intención de la FIFA, sería la sede de dicho Mundial, a disputarse en 1930. La gran actuación uruguaya en los Juegos Olímpicos, el buen estado económico que disfrutaba el país sudamericano y la coincidencia con el centenario de la jura de la primera Constitución uruguaya llevaron a que los otros candidatos cedieran el honor al país sudamericano. Eso, y la promesa uruguaya de que correrían con los gastos de todos los participantes, y que se iba a construir un estadio para cien mil espectadores.

El trofeo

Por supuesto, debía crearse un trofeo a la altura del gran campeonato que estaba a punto de ver la luz. Y no se reparó en gastos para ello. En 1929 el escultor francés Abel Lafleur daba vida a la Copa Jules Rimet. Medía treinta y cinco centímetros de altura y pesaba cuatro kilos de oro macizo sobre una base de piedras semipreciosas. La estatuilla representaba a la diosa de la victoria, tenía una mujer alada llevando sus manos al cielo simbolizando el triunfo. Sobre la cabeza, un vaso octogonal en forma de copa. En la base había una placa de oro con el nombre del trofeo. En total, costó cerca de 50 millones de francos.

No se terminan las trabas

Aún así, la designación de Uruguay como sede no terminó de convencer a todos. La mayoría de países europeos se mostró en contra. Suponía un gasto demasiado elevado -no sólo económicamente, sino también de tiempo- y pronto selecciones como España, Austria, Checoslovaquia, Italia, Hungría o Alemania se negaron a viajar, alegando la imposibilidad de aplazar sus campeonatos durante dos meses, y falta de tiempo material para aclimatarse al invierno uruguayo.

Pero esa es otra historia. Otra historia que conocerán la semana que viene, en el segundo capítulo del serial sobre la historia de los mundiales que hoy aquí comienza.

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