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Mussolini truncó el sueño de España y del Equipo Maravilla para ganar 'su' Mundial

Austria y España llegaban a la cita como las grandes favoritas. Sin embargo, no contaban con el mayor enemigo posible: Benito Mussolini.

Austria y España llegaban a la cita como las grandes favoritas. Sin embargo, no contaban con el mayor enemigo posible: Benito Mussolini.
Los jugadores de Italia, realizando el saludo fascista justo antes de comenzar un partido.

El Mundial de Fútbol desembarcaba en Europa después de su primera edición en Uruguay. Lo haría en Italia, donde Mussolini vio la importancia del uso del deporte como elemento propagandístico. Aglutinaba varios de los rasgos característicos que exaltaba su régimen fascista: juventud, acción, fuerza, y la misma violencia. Y no bastaba con organizar la Copa del Mundo. Había que ganarla. Como fuera. Todas las crónicas de la época hablan de España y Austria -en ausencia de Uruguay- como las dos grandes favoritas al título. Pero el Duce se empeñó en que no fuera así.

- "No sé cómo hará, pero Italia debe ganar este campeonato", le espetó Mussolini a Giorgio Vaccaro, presidente de la Federación Italiana de Fútbol y miembro del Comité Olímpico Italiano

- Haremos todo lo posible...

- No me ha comprendido bien, General… Italia debe ganar este Mundial. Es una orden.

La primera participación española

El sistema de competición varió respecto al de 1930. Ya no había grupos, y las eliminatorias se celebraron por sorteo. 16 selecciones: doce europeas, tres americanas (Argentina, Brasil y Estados Unidos) y Egipto. Los favoritos, la España de Lángara y Zamora; Austria y su wunderteam, uno de los mejores combiandos de todos los tiempos; y Checoslovaquia. Italia no estaba entre los mejores, por mucho que jugara en casa, pero contó con el mejor aliado posible.

Arrancan los octavos, a eliminatoria directa, con la eliminación de las tres selecciones americanas. Destaca sobre todo el 3 a 1 que España, debutante mundialista, le endosa a Brasil. En el Luigi Ferraris de Génova, el equipo dirigido por el Doctor Amadeo García Salazar llevó a cabo una exhibición que sorprendió a todos los presentes. Al descanso los nuestros ya ganaban por 3-0, gracias a los tantos de Chato por partida doble y Lángara. Leónidas, en el tramo final del encuentro, sólo pudo maquillar el resultado.

Italia, por su parte, se deshacía con comodidad de Estados Unidos (7-1). Los dos equipos latinos debían enfrentarse en cuartos de final, siendo España la favorita. Era superior, pero se encontró con un obstáculo con el que no contaba.

Mussolini arrebató el sueño a España

Giovanni Berta fue un mártir fascista fiorentina, asesinado por los militantes comunistas durante la batalla de Pignone en 1921. A él le dedicaron el estadio de fútbol de Florencia, construido en 1930 con forma de D, por el Duce, y con múltiples esvásticas en varias de sus puertas, que aún hoy pueden verse.

En ese escenario debía España afrontar su partido de cuartos de final ante la selección italiana, el 31 de mayo de 1934. Desde el comienzo, Italia, consciente de su inferioridad, se empleó con una dureza inaudita. El tanto del vasco Regueiro a la media hora de juego sólo sirvió para que los italianos aumentaran aún sus tretas.

Antes del descanso, un balón colgado al área mientras Schiavio, delantero italiano, agarraba a Zamora, portero español, para que no pudiera moverse, terminó con Ferrari enviando el balón al fondo de las mallas, logrando la igualada. El árbitro Lous Baert, de origen belga, no quiso señalar nada, ante la inmensa "presión ambiental".

En la segunda mitad, los jugadores españoles fueron cayendo uno a uno, víctimas de la dureza de los italianos. En un tiempo en el que no había sustituciones, cualquier lesión suponía un contratiempo severo. Y España terminó con siete lesionados: Zamora, Ciriaco, Fede, Lafuente, Lángara, Gorostiza y Iraragorri.

El héroe azzurro, causante de varias de aquellas magulladoras, fue Monti, un futbolista que ya había disputado la final del Mundial anterior con la camiseta de Argentina -y del que por cierto ya se habían quejado los futbolistas uruguayos-, y que los emisarios italianos convencieron a cambio de 5000 dólares mensuales de la época para que se trasladara a Italia y jugara con la selección transalpina.

Al día siguiente tocaba disputarse el partido de desempate. También en Florencia. El entrenador español tuvo que confeccionar un once de circunstancias tras las numerosas bajas, pero Italia necesitó de nuevo de la ayuda arbitral para vencer. Primero, para anular dos goles legales por inexistentes fueras de juego, a Regueiro y Quincoces. Y posteriormente para dar por bueno el tanto del mítico Giuseppe Meazza, a pesar de que el italiano Demaría estaba obstaculizando a Nogués, portero que sustituía al lesionado Zamora, con dos costillas rotas.

Por no hablar de las lesiones: en este partido fue el turno de Bosch, Quincoces y el propio Regueiro. Así que finalmente, 1-0 para Italia, que pasaba a semfinales; España, por contra, sufría el primer batacazo histórico en cuartos de final. El árbitro de este segundo partido, por cierto, el belga Rene Mercet, fue expulsado de por vida tanto por la FIFA como por la Federación Suiza.

El 'Wunderteam', también aniquilado por Mussolini

Paralelamente al camino de Italia, otra selección estaba brillando con luz propia. Austria había enamorado a propios y extraños, más por su espectacular juego, que por sus resultados: eliminó a Francia en octavos y a Hungría en cuartos, aunque en ambos partidos por la mínima (3-2 y 2-1). Liderados por el magnífico Matthias Sindelar -cuya heroica y trágica historia ha quedado para los anales de la historia del fútbol mundial- su fútbol de ataque había extasiado a todos aquellos que le vieron jugar.

Era el conocido como Wunderteam, el EquipoMmaravilla. Uno de los primeros que decidió que al fútbol se jugaba por el suelo, y no por el aire. Para muchos, el creador del fútbol total. Una selección capaz de conseguir 28 victorias, un empate y dos derrotas entre 1931 y 1934, goleando a rivales como Alemania (0-5 en Berlín y 5-0 en Viena), o Hungría (8-2).

A aquellas semifinales ante Italia llegaba como gran favorita. No podía ser de otra manera. Pero poco le importaba a Mussolini. Había que ganar como fuera. Mejor dicho, había que ganar como se le había ganado a España. Un gol en fuera de juego de Guaita, un marcaje excesivamente duro de Monti a Sindelar, y un arbitraje más que sospechoso del sueco Ivan Eklind, fueron suficiente para la victoria italiana. Ese fue, además, el final del Wunderteam. Poco después, Hitler se cruzaría en su camino de manera definitiva.

En la otra semifinal, se encontraron Alemania y Checoslovaquia. Un triplete de Nejedly otorgó a los checos la victoria, a pesar de que habían sido los germanos quienes, por medio de Noack, se habían adelantado en el marcador.

E Italia ganó su Mundial

El diez de junio de 1934 se celebraba en el Estadio Nacional del Partido Fascista de Roma la final del Mundial. Italia contra Checoslovaquia. Y como no podía ser de otra manera, la victoria fue para los azzurri. Obviamente, se volvió a contar con la ayuda arbitral: Eklind, el mismo colegiado de la semifinal ante Austria, decretó como falta fuera del área un claro penalti de Eraldo Monzeglio sobre Antonin Puc.

Aún así, se llegó al descanso con 0-0 en el marcador, y afirman las crónicas de la época que en el descanso un enviado de Mussolini se presentó en el vestuario, y le dijo al entrenador "Señor Pozzo, usted es el único responsable del éxito, pero que Dios lo ayude si llega a fracasar". Acto seguido, el técnico italiano se dirigió a sus pupilos: "No me importa cómo, pero hoy deben ganar o destruir al adversario. Si perdemos, todos lo pasaremos muy mal".

Y mucho debieron asustarse cuando en el minuto 76 Puc, tras un gran contraataque, adelantaba a Checoslovaquia. Por fortuna para los italianos, Orsi, con un disparo que días más tarde repetiría hasta veinte veces sin lograr su objetivo, lograría el empate. Y en la prórroga Schiavo batiría a Planicka, dándole la Copa del Mundo a Italia y a Mussolini.

La selección italiana daba así a Europa el primer título Mundial. El triunfo fue, sin embargo, deslucido. Todo el mundo interpretó la victoria como el resultado de una exaltación propagandística del fascismo italiano, más que de un evento estrictamente deportivo.

La gran victoria de Mussolini se había fraguado. El Duce organizaría al día siguiente una fastuosa ceremonia, para exaltar aún más la brillantez del triunfo y, por tanto, del fascismo. Los jugadores de la selección, por supuesto, acudieron con el uniforme del partido. Allí celebraron un triunfo que de ninguna manera hubieran conseguido jugando sólo a fútbol. O tal vez sí...

Ficha Técnica de la Final

Italia: Combi, Rosetta, Allemandi, Pizziolo, Monti, Bertolini, Guaita, Meazza, Schiavio, Ferrari y Orsi. Seleccionador: Vitorio Pozzo
Checoslovaquia: Planicka, Zenisek, Ctyroky, Kostalek, Cambal, Krcil, Junek, Svoboda, Sobotka, Nejedly y Puc. Seleccionador: Karel Petru.

Árbitro: Ivan Eklind (sueco). Roma, 10 de junio (50.000 espectadores)
Goles: 0-1, m.76: Puc; 1-1, m.81: Orsi; 2-1m m.95: Schiavio

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