A tres días para que comience el Mundial de Fútbol, Brasil vive con tensión el comienzo de un evento deportivo que ha dividido al país, sometido a una crisis social que amenaza un evento millonario.
Las autoridades locales se agarran a la masiva llegada de turistas por de justificar el gasto de más de 2.500 millones de euros en los estadios del torneo y las demás inversiones en ciudades y transportes. Las protestas se han convertido en algo habitual en el país, miles de personas reclaman que el gobierno brasileño ha cometido un despilfarro para acoger el mayor evento del fútbol y reclaman que se ha dejado de invertir en necesidades sociales.
A pesar de haber duplicado la inversión inicial prevista en los estadios, las obras no han llegado a tiempo y en algunos de ellos se trabaja a contrarreloj para albergar los partidos. Los equipamientos de algunos campos están a medio hacer y existen problemas serios de acceso. Las autoridades aseguran que llegarán a tiempo bajo las continuas acusaciones de falta de seguridad en el entorno laboral.
Hasta nueve obreros han fallecido en las obras de construcción de las infraestructuras para el torneo. El último accidente se produjo este martes cuando un obrero murió y otros dos resultaron gravemente heridos por la caída de una de las vigas de un monorraíl en construcción en Sao Paulo, que unirá su aeropuerto internacional con una zona hotelera de la ciudad. Los operarios estaban en una de las áreas de obras cuando la viga se desplomó por razones aún desconocidas.
Las cuestionadas condiciones laborales se unen a los problemas de seguridad existentes en las ciudades. Aún no ha comenzado el Mundial y el cuerpo técnico de la selección de Bosnia ya ha sufrido un intento de robo. La seguridad de los turistas y el éxito con el que se desarrolle el campeonato son también un punto clave de cara a lo que pueda suceder en los próximos Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016.