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La tremenda vida de Robin Friday, el jugador más canalla del fútbol inglés

Para cualquier entendido del fútbol inglés, Robin Friday es el mayor talento desperdiciado. Por su inmensa calidad, y por su tremebunda vida paralela.

Para cualquier entendido del fútbol inglés, Robin Friday es el mayor talento desperdiciado. Por su inmensa calidad, y por su tremebunda vida paralela.

El transcurso del fútbol británico está lleno de grandes, de enormes futbolistas. Obvio. Pero también de los más díscolos, de los mayores juguetes rotos que ha vivido este deporte. Desde George Best a Paul Gascoigne, pasando por Stan Collimore, Neil Rudock, Le Tissier o Gavin Grant.

Pero quizá el que se lleve la palma, por su enorme calidad futbolística y por su execrable ritmo vida, sea Robin Friday. Una carrera repleta de goles, pero también de drogas, sexo y alcohol, que dieron al traste con uno de los futbolistas más talentosos de los años 70.

Un atleta que no quería serlo

Robin Friday nació un 27 de julio de 1952 en Acton, un barrio humilde y racista de Londres. Marcó su infancia. Tenía una cualidad que le permitía destacar siempre: era un gran atleta. En cualquier deporte que quisiera practicar, brillaba. Pero era especialmente en el fútbol donde más disfrutaba. Por eso a los 13 años su padre le apuntó a unas pruebas con el Chelsea.

Pruebas que pasó sobradamente, pero duró poco tiempo en el club londinense: su carácter no era el adecuado para una cantera de un equipo profesional. Un año después, no sólo estaba fuera del Chelsea, sino también fuera del colegio. Mucho tuvo que ver en ello que ya comenzara a coquetear con las drogas. Concremente, con el speed. Y claro, eso requiere dinero, así que con 15 años Robin Friday comienza a cometer pequeños robos que terminarían con él entre rejas. Catorce meses.

Un tiempo que aprovechó para ponerse en forma, y seguir practicando fútbol. Brillará en los campeonatos entre prisioneros, llegando a ser elegido en el 'once ideal' de las cárceles británicas. Se le permite entonces entrenar con el juvenil del Reading, antes de ir a dormir al reformatorio. No es de extrañar que cuando sale del reformatorio, varios equipos de la ciudad quieran hacerse con sus servicios.

Pero lejos de interesarle el fútbol, decide marcharse a vivir con su novia, una joven negra llamada Maxine a quien casi de inmediato dejaría embarazada. Una relación mal vista por familiares y amigos. A su boda, poco después, no asisten ni siquiera sus padres. Sólo tiene 17 años.

Juega cuando quiere, y marca

Es el Walthamston Avenue, un equipo de barrio, su primer equipo como senior. Debuta con gol entrando desde el banquillo, pero poco después es expulsado del equipo por varias peleas.

En 1971, el Hayes se la juega con él. Es consciente de su complicado carácter, pero también de su inmensa calidad. Una calidad a la que también acompaña, a diferencia de en su vida cotidiana, una capacidad de trabajo y sacrificio inauditas. Corre como el que más, pelea como el que más, y es el más talentoso del equipo. Pero también el más problemático.

En un partido, el Hayes comienza con diez jugadores. Nadie sabe dónde está Friday; se le ha perdido la pista desde el vestuario. Minutos después aparece en el bar del campo, y con diez minutos de partido ya disputados decide entrar a jugar. Su equipo ganará 1-0. Él será el autor del único tanto.

En aquella temporada el Hayes avanza en la Copa inglesa hasta encontrarse con el Reading. Pese a la derrota, Charile Hurley, el entrenador del Reading, queda prendado por el talento de Friday. Decide acometer su fichaje para la próxima temporada. 750 libras esterlinas será el precio.

La posibilidad del salto

Tan pronto como llega al equipo, comienzan los incidentes. Dentro, y fuera del campo. En cada entrenamiento son varios los jugadores que terminan en la enfermería por diversos golpes y encontronazos con Friday, quien se emplea con tanta dureza que es enviado al segundo equipo a entrenar, con el entrenador temeroso de quedarse sin jugadores por su culpa.

Las cosas no van bien para el Reading, colista en la cuarta división inglesa, y deciden recurrir a su talento para remontar el vuelo. En su debut brilla con luz propia, y en el segundo partido consiguen la victoria merced a un tanto suyo. Friday se convierte de inmediato en el ídolo de la afición: por sus regates, por sus excelentes goles, y por su fortaleza en el campo. Las ventas de entradas se disparan por la cantidad de gente que iba a verle jugar. Es un futbolista que cada vez que recibe una entrada salvaje –y en aquellos años en el fútbol inglés eso era casi cada jugada- se levanta de inmediato para volver a driblar al rival. Es más, se reía de él: le picaba, le hacía caños, le insultaba, o se bajaba los pantalones y le hacía un calvo sin miramientos.

Pero a medida que avanza su fama como futbolista, también lo hace como sujeto de la noche. Es expulsado de múltiples pubs por peleas, o por incidentes como el protagonizado en un bar llamado Churchill’s, donde se presentó en mitad de la noche para ponerse a bailar en medio de la pista ataviado con una gabardina, y cuando decide quitársela, está completamente desnudo. Continúa bailando.

Alterna las expulsiones innecesarias y las actuaciones ridículas –en estado etílico la mayoría de las veces- con grandes partidos y soberbios goles, lo que despierta el interés de varios equipos de Primera División. Pero él no sueña con grandes cosas en el fútbol. Sólo piensa en la próxima cerveza, en la próxima fiesta, en la próxima raya. Decide pintar todas las paredes de su apartamento de negro: "no hay nada peor que estar colocado y mirar figuras extrañas en el empapelado".

Es en el tercer año con el Reading cuando mejor rinde en el terreno de juego. O, mejor dicho, cuando por fin lo hace de manera regular. Tanto, que consigue el ascenso de su equipo a Tercera División. Es elegido mejor futbolista del año de la categoría, tras sumar 20 goles.

Alguno tan espectacular como el que anota de chilena desde fuera del área, ante el Tranmere, y que le vale la admiración incluso del colegiado, el señor Clive Thomas, quien había arbitrado mundiales, eurocopas, y copas de Europa, y a jugadores como Pelé, Cruyff o Beckenbauer. "Es el gol más bello que he visto en mi vida", le comenta éste; "¿En serio? Creo que tendrías que venir más a menudo a verme jugar", le responde Friday.

O el que consigue el día del ascenso del Reading, ante Rochdale, y que terminó con el bueno de Robin saltando la publicidad, y besando a uno de los policías presentes en la banda. "Lo vi tan serio, que quería que tuviera su momento de fiesta. Pero enseguida me arrepentí de haber hecho eso, odio mucho a los policías".

Un verano inolvidable

Terminada la temporada, su mejor temporada, Friday se supera en verano. Decide marcharse a vivir a una comuna hippie de Cornwall, donde el sexo, las drogas y el alcohol se multiplican. Obviamente, se separa de Maxine, y no tarda en contraer un segundo matrimonio, en este caso con una estudiante de Reading llamada Liza. En la boda, todos terminaron fumando marihuana, lo que se tradujo en un psicodélico festejo lleno de escenas grotescas, peleas, y robos.

Cuando regresa al equipo lo hace en unas condiciones infames, así que durará poco en él. Sus compañeros ya no soportaban su comportamiento. Pero eso no fue óbice para que el Cardiff, un equipo de Segunda División, acometiera su fichaje. Enseguida supo lo que estaba haciendo: el primer día que se desplaza a Gales, es detenido nada más poner el pie en la estación de tren. Había viajado sin billete.

Pero en el fútbol seguía brillando. El día de su debut, ante el Fulham, logró un doblete en la victoria del Cardiff por 3-0. No contento con eso, aprovechó que en el equipo rival estaba dando sus últimos coletazos Bobby Moore, quien fuera capitán de la selección inglesa campeona del mundo en 1996, para darle de manera voluntaria un taconazo en los testículos. Fue como un modo de decir "vale, tú eres una leyenda y campeón del mundo, pero yo soy Robin Friday y no me importas un carajo".

Todos ya le conocían; sabían de lo que era capaz, para lo bueno y para lo malo. Incluso cuando lo hacía sin querer. Como cuando en un enfrentamiento ante el Luton, chocó de manera involuntaria con el portero rival, Aleksic. Le tendió la mano para que se levantara, pero el meta, temiendo que lo había hecho a drede, se la rechaza. El enfado de Robin es mayúsculo. Tanto que en la jugada siguiente roba el balón, encara al portero, lo deja en el suelo, y marca a puerta vacía. La dedicatoria al portero fue clara: los dos dedos en forma de V con la palma hacia dentro. Es decir, el 'fuck of'. Le valió dos partidos de sanción, pero poco le importó.

Aún así, acaba bien la temporada, lo que le vale para continuar un año más. No lo iba a cumplir. Su consumo de alcohol y estupefacientes no hace más que aumentar, lo que sin duda se refleja en el campo. Aparece cada dos por tres en los entrenamientos con moratones, ojos hinchados, la nariz golpeada...

La gota que colmó el vaso fue ante el Brighton. Ahí juega un tal Mark Lawrenson, un central que decide coserle a patadas. Hasta que tras una de ellas, Friday se revuelve y le pega una patada en la cara. Obviamente, es expulsado. Pero en lugar de ir a la ducha, se va al vestuario del Brigthon. Ahí encuentra la mochila de Lawrenson, y se caga, literalmente, en ella. Ese fue su último partido con el Cardiff, y su último partido como profesional. Tenía 25 años.

Un final esperado

Regresa a Londres, y comienza a trabajar como asfaltador. Es un trabajo miserable para una estrella del fútbol, pero a Friday ya le va bien así: puede beber todo lo que quiere, drogarse siempre que quiere, y no pasar cuentas a nadie.

Dos años después, y tras una colecta de firmas de los aficionados, el Reading le pide que regrese al terreno de juego. Pero Friday rechaza la opción cuando el entrenador le dice que tendrá que comportarse, sacrificarse, entrenar bien... Tras preguntarle la edad al míster, Friday le responde "Yo tengo la mitad de años, y ya he vivido el doble que tú". Obviamente, no iba a volver. Nunca iba a volver.

En realidad, sólo fueron cuatro años como profesional. Su vida futbolística pasó tan rápido como su vida amorosa: con 24 años ya tenía dos divorcios. Pronto llegaría un tercer matrimonio, y un tercer divorcio. Las drogas le consumían. De cada vez estaba más sólo y demacrado. En 1980 fue encarcelado por fingir ser un policía y robarle las drogas a sus incautas víctimas.

"Pasé mucho tiempo entre tormentas, bajo las nubes de mi dilema, y ahora no hay mucho que hacer", decía la canción que los Super Furry Animals le dedicaron a Robin Friday. "El hombre no me importa una mierda", era el título.

Murió un 22 de diciembre, un día como hoy, de 1990. Tenía sólo 38 años. Lo hizo, como era de esperar, solo, y por una sobredosis de heroína. Todo en su vida fue demasiado rápido, demasiado fugaz.

Pese a jugar sólo tres años y medio en el Reading, los aficionados le eligieron "el mejor futbolista del milenio". Tampoco el periodista de la BBC experto en fútbol internacional David Cole se olvidó de él a la hora de confeccionar la lista con los 50 mejores futbolistas de la historia del fútbol mundial. Ahí estaba Robin Friday, compartiendo honor con Maradona, Pelé, Di Stefano, Cruyff o Beckenbauer. Pero Friday nunca llegó siquiera a jugar en Primera. No le dio la gana.

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