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Cuando las primas son un problema (IX)

Noveno artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, hablando de las primas en la selección, con una despreciable maniobra del mítico Zamora.

Noveno artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, hablando de las primas en la selección, con una despreciable maniobra del mítico Zamora.
El mítico Ricardo Zamora fue un gran portero, pero también autor de una despreciable maniobra hacia sus compañeros de selección por las primas. | Archivo

Hasta el umbral de los años 60, en el pasado siglo, era muy habitual otorgar las riendas de la selección nacional no a técnicos renombrados, sino a federativos e incluso a periodistas de relieve, como José María Mateos, Eduardo Teus, Ramón Melcón Bartolomé o Pedro Escartín, los dos últimos, además, llegados a la máquina de escribir y el frenesí característico de las antiguas redacciones, tras sacar brillo al silbato arbitral. Ejercían fundamentalmente, más como jefes de expedición que en tareas tácticas o técnicas, encomendándose a veces el adiestramiento deportivo a profesionales del banquillo. Por cuanto a la confección de alineaciones, se pasó paulatinamente de elaborarlas los seleccionadores, a contar con el mejor saber y entender de esos técnicos contratados al efecto. Y aun así con matices, pues gracias al testimonio de distintos internacionales, consta que allá por los años 30 solía ser Ricardo Zamora, en la cúspide de su fama, quien decidía los que jugaban, o como mínimo qué hombres resultaban imprescindibles. Otro fútbol muy distinto al actual, sin tácticas revolucionarias ni aspavientos, donde se pensaba que por cuanto al balón respecta, todo se había inventado ya.

José María Mateos

José María Mateos debutó como seleccionador único en Sevilla, ante Portugal, el 17 de marzo de 1929 (1), después de que una humillante derrota ante Italia por 7-1 (4 de junio de 1928, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam) conllevara el cese de José Ángel Berraondo. El estreno de Mateos tuvo lugar en un amistoso donde los españoles, vistiendo de blanco y azul, se impusieron al equipo luso por un contundente 5-0, con goles de Gaspar Rubio (3) y José Padrón (2), marcados todos ellos durante los primeros 45 minutos. Tras la reanudación del choque, en el segundo tiempo, Mateos observó que su equipo se lo tomaba con excesiva calma, casi como una pachanguita. Lazcano, Monchín Triana, Gaspar Rubio, Padrón y Bosch, combinaban admirablemente, trenzando bellas jugadas, pero sin rematar a gol. Prats, Solé y Peña, la tripleta para la zona ancha del campo, hasta se sumaban alegremente al ataque, aunque ello no redundara en una mayor profundidad. Y tanto los zagueros, Urquizu y Quesada, como Ricardo Zamora bajo los postes, se diría eran meros espectadores ante la impotencia portuguesa. Estaba claro que nuestros seleccionados no querían hacer sangre, por más que con su actitud pasiva aguaran el espectáculo.

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José María Mateos, celebrado periodista y seleccionador nacional con buen saldo estadístico, vivió en el campo aragonés de Torrero una de las situaciones más chuscas de nuestro fútbol.

El propio José María Mateos se encargó de narrar, transcurridos 25 años, lo que vino después: "Mi informe a la Nacional fue claro, aconsejando que para lo sucesivo se crease una prima por cada gol que superase el de la victoria. Como la Junta Directiva accediese a ello, se acordó fijar ese estímulo en 50 pesetas por gol".

La traición del ‘Divino’

Un mes después, el 14 de abril, España disputaba el segundo encuentro de la temporada ante Francia, en el zaragozano campo de Torrero. Y esa vez sí se jugó con mordiente. Los españoles, luciendo camiseta roja y pantalón azul, buscaron una y otra vez la portería adversaria. Paco Bienzobas y Gaspar Rubio celebraron con enorme júbilo el par de dos goles con que concluyera el primer tiempo. En la reanudación, ante un equipo galo más cansado, el quinteto atacante compuesto por Jaime Lazcano, Severiano Goiburu, Bienzobas, Gaspar Rubio y Mariano Yurrita, empequeñeció a los franceses, que con un único hombre en punta bastante hacían manteniéndose al pairo. Los tantos españoles, de ese modo, fueron cayendo como fruta madura. Gaspar Rubio, que estuvo memorable, celebraría otros tres, anotados en los minutos 57, 77 y 84. Bienzobas otro, de penalti, y Goiburu un par, en los minutos 72 y 79. Quesada incluso falló un penalti por su empeño en ajustar la pelota al poste, en vez de dirigir el clásico cañonazo de puntera, fórmula muy habitual entonces. Con el partido a punto de concluir, el tanteador señalaba un 8-0 favorable a España y los nuestros seguían tratando de anotar el noveno. Fue el momento que Ricardo Zamora eligió para forzar un posible negociete, sin entrar en consideraciones éticas o repugnarle mucho vender a sus compañeros.

"Ya eran siete los tantos acumulados, y la prima por victoria, sumada a la goles, se presentaba cuantiosa -rememoró también Mateos, con ese lapso de cinco lustros-. Estaba yo sentado tras la puerta española cuando aprovechando que el dominio de los nuestros era mayor, Zamora acudió a mi lado abandonando la portería y me dijo, socarronamente: Por los goles son 350 pesetas para cada uno. ¿Cuánto me da usted si me dejo marcar un gol? Se ahorrarían 550 pesetas y… No tuvo tiempo de seguir, puesto que un delantero francés se había apoderado de la pelota y encaraba el marco español, sin dar tiempo a Zamora para impedir el tanto".

En efecto, ante el estupor del seleccionador nacional por el descaro del mítico guardameta, el interior francés Veinante lograba hacerse con un despeje de su zaga, sorprendía adelantados a ‘Pachuco’ Prats, Marculeta y Peña en la zona ancha española, y viendo el marco expedito, quizás sin mucho aliento, osaba disparar desde casi cincuenta metros, antes de vérselas con Félix Quesada y Jacinto Quincoces, lanzados al cruce como dos locomotoras. La pelota concluía en la red, mansamente y tras botar en el área pequeña, sentenciando el definitivo 8-1 tres minutos antes de que el inglés Albert James Prince-Cox señalara el camino de los vestuarios. Rotunda victoria española, 300 pesetas de prima para cada futbolista triunfador y tremendo enojo general contra Ricardo Zamora, por haber impedido que aquella paga extra alcanzase los 70 duros.

La bronca de Gaspar Rubio al mítico cancerbero fue de órdago, sin que tampoco Quesada se librara del todo, por aquel fallo en la máxima pena. Poco pudo hacer el propio seleccionador nacional por rebajar su enojo, puesto que el vocerío llegó nítidamente hasta los periodistas que aguardaban junto de la caseta: "¡Ricardo, ya puedes estar contento! Tu excursión campestre nos ha costado diez duros a cada uno. Pero claro, el señorito se aburría, tenía que entretenerse saludando al público. Deberías rascarte el bolsillo y aflojarnos esas 500 pesetas, que a ti parece sobrarte el dinero…" La mirada de Zamora saltaba desde tremendo enfado de Gaspar, que habría de pasar a nuestra historia deportiva tanto por sus escapadas y deserciones como con los apodos de "Rey Gaspar" o "Rey del Astrágalo", a la perplejidad del seleccionador nacional, temiendo quizás que éste empeorase las cosas si aireaba por qué la portería quedó empantanada, o pespuntease tan poco edificante conversación. Por fortuna para él, José María Mateos era un hombre lo bastante sensato para no añadir más leña al fuego, y ya bragado en rifirrafes de muy distinta índole. Lo que salió de su boca fueron felicitaciones y llamadas a la reconciliación: "A ver, chicos, no convirtamos este brillante triunfo en un disgusto y malas caras. Habéis estado formidables. Mañana la prensa os llevará a la gloria. Veámoslo todo desde el lado positivo y pongámonos en la piel de en nuestros adversarios. ¿Qué pensarán oyéndonos discutir después de haberles borrado del campo?. Seamos elegantes, si cabe más en el triunfo que en la derrota".

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Ricardo Zamora Martínez, ‘El Divino’, trató de ‘vender’ a sus compañeros de selección por un puñado de duros.

Más triunfos que decepciones

Las aguas volvieron a su cauce, y Ricardo Zamora es de suponer se sentiría muy en deuda con el brillante periodista y seleccionador nacional. Por cuanto respecta a los siguientes choques, hubo más triunfos que decepciones, una racha de resultados raquíticos ante adversarios de mucho fuste, y primas apenas testimoniales hasta que el 13 de diciembre de 1931 España derrotase a Irlanda en Dublín por 0-5, con dos dianas de Luis Regueiro y una, respectivamente, del canario Arocha y los catalanes José Samitier y Vantolrá.

José Mª Mateos permaneció al frente de la selección hasta el 23 de mayo de 1933, fecha en que el equipo nacional habría de alcanzar su victoria más apabullante en 102 años: 13-0 ante Bulgaria, en el madrileño estadio de Chamartín. Queden para la anécdota la alineación de aquella tarde y el reparto de goles. Zamora; Ciriaco, Quincoces; Cilaurren, Gamborena, Marculeta; José Prat, Luis Regueiro, Elícegui, Chacho y Bosch. Eduardo González Valiño, para el fútbol ‘Chacho’, marcó 6 tantos. Elícegui 3, Regueiro 2, Bosch 1, y el defensa búlgaro Mishtalov en propia puerta cuando se llevaban 46 minutos de juego, con la cuenta favorable a España cifrada en media docena. Los porteros búlgaros Dermoski, y Maznikov se repartieron la goleada, puesto que el primero extrajo el cuero de sus redes en cinco ocasiones, y su sustituto ocho veces. Una tarde épica, al tiempo que catastrófica para el tesorero de la Federación Española, pues no en vano tuvo que devengar 600 ptas. a cada jugador en concepto de prima, totalizando la friolera de 6.600, cifra en absoluto desdeñable para la época.

Los 16 partidos del redactor deportivo e historiador del Athletic Club bilbaíno arrojaron el siguiente saldo: 10 victorias, 3 empates y 3 derrotas; 48 goles a favor y 19 en contra. Los empates tuvieron lugar ante Italia, en Bilbao (19 de abril de 1931), Irlanda, en Barcelona (26 de abril de 1931), y Yugoslavia, en Belgrado (30 de abril 1933). Las derrotas ante Checoslovaquia, en Praga (14 de junio de 1930), Inglaterra, en Londres (9 de diciembre de 1931), nada menos por 7-1, y Francia, en París (23 de abril de 1933). Entre los triunfos más celebrados, el 4-3 ante Inglaterra, en choque amistoso, y un 3-2 ante Italia, en Bolonia, es decir a domicilio. Para los dos partidos contra Checoslovaquia y la victoria ante Italia, Mateos contó con la colaboración del británico Frederik Beaconsfield Pentland, entrenador que habría de actualizar nuestro fútbol allá por los años 20 y 30 del pasado siglo, al frente del Racing de Santander, Arenas de Guecho, Athletic Club, Oviedo y Athletic de Madrid. Ya sin Mateos al frente del equipo nacional, las primas por diferencia de goles desaparecieron, no tanto ante la eventualidad de nuevos altercados entre futbolistas, sino para no reincidir en descuadres contables tan soberanos como el sobrevenido al aplastar a Bulgaria.

Trayectoria periodística de Mateos

José María Mateos Larrucea (Bilbao, 31 de marzo de 1888 – 22 de diciembre de 1963) había tenido su primer contacto con el fútbol mientras estudiaba con los escolapios, alineándose en el equipo colegial. Hombre muy religioso, hizo gala de su inclinación periodística al ingresar en "Los Luises", organización juvenil jesuítica cuya revista, Semana Católica, dirigiría en seguida. Aunque se matriculara en la Universidad de Deusto, bien pronto abandonó los estudios para dedicarse al periodismo en cuerpo y alma, formando parte de la redacción de El Porvenir Vascongado apenas con 20 primaveras a cuestas. Sólo dos años después se integraba en La Gaceta del Norte, cabecera donde iba a desarrollar su fecunda actividad profesional. Pero ni el reporterismo ni las linotipias lograron apartarle de su afición por el deporte. Presidente de la Federación Atlética Vizcaína en 1917, también detentó la presidencia de la Federación Vizcaína de Fútbol, al tiempo que manifestaba su inquietud social con vocalías en el Asilo de Huérfanos bilbaíno, la Sala Cuna, la Junta Provincial Antituberculosa y un cargo de concejal en el consistorio de su ciudad. Fundador en 1912, junto con otros colegas, de la Asociación de Prensa de Bilbao, fue designado director de la Hoja del Lunes desde su primer número y tiempo después presidiría el órgano que contribuyese a fundar.

En La Gaceta del Norte no sólo redactó infinidad de crónicas periodísticas, sino que estuvo ejerciendo como redactor jefe, mientras paralelamente se convertía en el primer historiador del Athletic Club, publicando una glosa en 1922 y el libro de las Bodas de Oro en 1948. Falsas bodas de oro, cabría puntualizar, puesto que tomó como fecha fundacional no la del Athletic, sino la del Bilbao Club, entidad más veterana que ante sus dificultades financieras concluiría integrándose en la estructura atlética. Profundo conocedor de las interioridades del fútbol, a menudo acudían hasta él directivos o presidentes del club rojiblanco para consultarle cuestiones peliagudas, o rogar su intercesión en los despachos federativos. Al menos en dos ocasiones trataron de convertirlo en directivo, tropezando con su alto concepto de la imparcialidad periodística: "Mal plumilla sería si escribiese sobre el Athletic sentado en su mesa de juntas -adujo-. ¿Cómo podría criticar entonces cualquier cuestión que en verdad lo mereciera?". Mordido por la enfermedad, tuvieron que amputarle una pierna, al tiempo que disminuía su capacidad visual. Y durante el mes de diciembre de 1958, en la basílica de Nuestra Señora de Begoña, le fue impuesta la Cruz de Beneficencia como tributo a su buena labor en beneficio de los demás. También el club del bocho, su Athletic, supo mostrarse agradecido, otorgándole la insignia de oro y brillantes. E igualmente recibió un homenaje tardío de la prensa y el deporte, poco antes de fallecer en su domicilio, cuando, casi ciego, ya le resultaba imposible escribir.

Gaspar Rubio, tan genial como indolente

Gaspar Rubio Meliá (Serra, Valencia, 14 de diciembre de 1907 – México, 3 de enero de 1983), coprotagonista del rifirrafe en el vestuario de Torrero, fue un delantero centro tan genial como indolente y conflictivo, que con otro carácter hubiera marcado época.

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Gaspar Rubio, un fuera de serie si estaba inspirado, aunque egoísta, díscolo y proclive a las deserciones, las tuvo muy tiesas con Ricardo Zamora pese a desconocer la despreciable maniobra del gran portero.

Había emigrado a Cataluña con su familia, siendo niño, y bien pronto ofreció sobradas muestras de precocidad, hasta el punto de competir como profesional en el Noya, de San Sadurní, con tan sólo 14 años. Luego, a razón de club por campaña, iría saltando desde el Reus Deportivo al Gracia, Sans, Levante y Real Madrid, en cuyo seno ingresó con 20 años. En paralelo, además, iría cultivando un ego sin límites. Emilio Villa, compañero de equipo la temporada 1933-34, narró que durante una tertulia había explicado grandilocuentemente cuatro formas diferentes de marcar gol; en el siguiente partido, para pasmo de todos, anotó 4 tantos precisamente del modo que explicara. Frío sobre el césped, calculador hasta el punto de no ir nunca al choque en un fútbol fundamentalmente físico, con mucho carácter fuera de los estadios, individualista, abusón del dribling y dotado de un gran sentido del espectáculo, solía retrasarse hasta el centro del campo para apoderarse del esférico y regatear a cuantos contrarios le salieran al paso. Su rivalidad deportiva con el barcelonista José Samitier casi frisó la épica, puesto que llegaría a definir su propio juego como :"Una cosa parecida a lo de Samitier, pero en mejor".

Futbolista muy cotizado, por su traspaso llegó a abonar el Levante en 1927 la nada despreciable cifra de 5.000 pesetas. Posteriormente, tras dejar empantanado al Madrid para irse a jugar con el Club Asturias de La Habana durante el verano de 1930, cosechó una denuncia ante la FIFA, cuyo resultado se tradujo en la prohibición de alinearlo. Puro disparo de fogueo, porque se había partido una pierna mientras jugaba su segundo encuentro en Cuba. Escayolado, embarcó rumbo a México, país no afiliado al organismo internacional, fichando como entrenador del España hasta 1931, con un salario mareante para cuando estuviese recuperado de su fractura: 14.000 pesetas. mensuales al cambio, considerándose en España un buen sueldo si rondaba las 500. Mientras permaneciera en la capital mexicana también estuvo jugando con el Juventud Asturiana, Atlante y Toluca.

De regreso a Madrid, en abril de 1932, no fue bien recibido por sus compañeros de vestuario al considerarlo un egoísta advenedizo. Ante tal situación supo servirse de unas declaraciones tremendas contra Hilario Marrero y Luis Regueiro, para forzar su salida hacia el Atlético de Madrid mediante permuta con Ordóñez. La nueva ficha colchonera tampoco tuvo nada de baladí: 2.000 ptas. mensuales durante 5 años, que desde luego no habría de cumplir, puesto que hartos de problemas los rojiblancos concluyeron endosándoselo al Nacional, por 15.000 pesetas. E increíblemente todavía, luego de una trayectoria tan sembrada de encontronazos, el Valencia se arriesgó a contratarlo mediante el abono de 3.000 ptas. en mano y el resto hasta 15.000 en plazos mensuales. Por no variar, la división de opiniones fue grande entre la plantilla ché, sin que él tratara de granjearse amistades, pues si bien afirmó llegar ilusionado pudo vérsele pateando pelotas de papel en plena calle Sagasta la madrugada de su primer día junto al Turia.

Tras la Guerra Civil aún siguió en activo, luciendo las camisetas del Levante, Granada, Murcia y Balompédica Linense, entre 1939 y 1944, pero dado su lamentable estado físico se arrastraba por los campos, literalmente. Convertido en entrenador, pasó por los banquillos de la Balompédica Linense, Levante, Melilla, Hércules en dos etapas distintas, Granada, At. Baleares, Orihuela, Onteniente y Lérida, hasta 1955, puesto que volvió a partir hacia México para dirigir al Atlante la temporada 1956-57, en aquella 1ª División. Aunque sólo fuera internacional en 4 ocasiones, anotó 9 goles, y su palmarés se engalanaba con sendos títulos de Liga y Copa. Noticia igualmente en su vida privada, contrajo matrimonio civil en La Coruña el 5 de agosto de 1932, siendo la primera vez que se celebraba tal ceremonia en dicha ciudad cantábrica.

Este deslumbrante, a la par que anárquico, egoísta y poco fiable jugador de equipo, falleció en México, donde acabara echando raíces, apenas se hubo estrenado el año 1983.

Las primas, siempre presentes

Las primas o sobre estímulos económicos, mientras el fútbol se abrazaba a una desmesurada profesionalización, no es que reapareciesen, sino que nunca dejaron de estar presentes. Antes de iniciarse cada temporada, los clubes, fuesen grandes, medianos o pequeños, fijaban cuantías económicas por cada victoria en casa o a domicilio, y empate en campo ajeno. Ocasionalmente, si las campañas salían redondas, la acumulación de estímulos podía representar para muchos futbolistas un 25 o 30 % de su ficha anual. Y claro, como el dinero acostumbra a ser sagrado y la economía de casi todas las entidades ni mucho menos resultaba boyante, tarde o temprano surgían reclamaciones de pago, malas caras, críticas de arriba abajo o de abajo hacia arriba, y no pocos desplantes.

En la propia selección nacional, determinar las primas por victoria, clasificación para las fases finales de distintos torneos o su papel en ellos, tampoco solía ser tarea fácil. Cuando los internacionales españoles estuvieron acaudillados por hombres de personalidad curtida o un carácter fuerte, como fueron los casos de Emilio Butragueño, Fernando Hierro o Sergio Ramos, algunas negociaciones tuvieron lugar a cara de perro. Y eso que la Real Federación Española colocó en el mismo platillo de la balanza sus esponsorizaciones. Dicho de otro modo, jugosas cifras económicas por el rodaje de spots publicitarios, donde los rostros más reconocibles del elenco intervenían en favor de empresas mercantiles, patrocinadoras del ente.

Como solía afirmarse en los antiguos circos de animales adiestrados, cuando la foca se ha acostumbrado a su pitanza de sardinas, sin sardina ni saluda ni trabaja.

Aunque por cuanto respecta al fútbol, más que de sardinas cabría hablar de caviar, langosta, o demás manjares suculentos.

(1).- Antes había formado un triunvirato de seleccionadores junto a Salvador Díaz Iraola y el también periodista Manuel de Castro ‘Hándicap’, para derrotar a Francia por 0-4 en el campo bordelés de Bouscat (30 de abril de 1922). Y todavía entre 1925 y 1927, compartiendo nuevos triunviratos con el gallego ‘Hándicap’, Cabot y Montero, volvió a cosechar éxitos ante Austria, Hungría, Suiza, Francia y Portugal, así como una derrota ante Italia, en Bolonia, el 29 de mayo de 1927. Un total de 7 triunfos y un encuentro perdido, en tiempo de triunviros.

* José Ignacio Corcuera es socio del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE)

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