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Historias de Fútbol

1963: Cuando Kubala fichó por el Español tras jugar en el Barcelona

Vigésimo primer artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando la carrera del mítico Kubala.

Vigésimo primer artículo de Historias de Fútbol, de la mano de CIHEFE, recordando la carrera del mítico Kubala.
Ladislao Kubala, el día que fichó por el Español. | CIHEFE

Supuso un verdadero escándalo en su momento, conmoviendo a la Barcelona futbolística en el verano de 1963 con la fuerza de un auténtico terremoto: Ladislao Kubala, el ídolo de la afición culé durante toda una década gloriosa, la de los años 50, el crack que con su maravilloso e innovador juego había obligado a construir el Camp Nou, volvía a calzarse las botas de tacos, dos años después de su retirada y su multitudinario partido de homenaje, para firmar nada menos que por el Español, el gran rival ciudadano del Barça. "Traidor" fue casi lo más suave que le llamaron entonces los mismos que hasta ese preciso instante le habían idolatrado.

Rey sin corona de Barcelona

No se pueden entender los años 50 en el Barça, e incluso en Barcelona, sin la figura de Ladislao Kubala Stecz. Nacido en Budapest en 1927, y forjado como futbolista en Hungría y Checoeslovaquia recién acabada la Segunda Guerra Mundial, en 1949 escogió la libertad huyendo del país magiar, donde los comunistas, con el apoyo siempre vigilante de Moscú y los blindados del Ejército Rojo, estaban construyendo otra de sus peculiares democracias populares, un estado policial amurallado tras un impenetrable telón de acero. El futbolista escapó vía Austria, hasta llegar a Italia, donde esperaba rehacer su vida y su carrera deportiva. Malvivió allí con su familia durante algunos meses, regateando incluso a la muerte al no formar parte finalmente de la expedición del gran Torino, el mejor equipo del momento, a la que había sido invitado a unirse y que tan triste destino tuvo al estrellarse el avión donde viajaba junto a la basílica de Superga, en las cercanías de la propia capital piamontesa.

Enrolado en el Hungaria, una escuadra de expatriados y trotamundos que preparaba su cuñado Ferdinand Daucik, llega a España en vísperas del Mundial de 1950, para jugar una serie de amistosos, y entonces es descubierto al alimón por dos personalidades futbolísticas tan señeras como Santiago Bernabéu y Pep Samitier, pero es el antiguo home llagosta quien se lleva finalmente el gato al agua, y consigue que el as centroeuropeo estampe su firma por el Barça, aunque como la federación magiar le había denunciado a la FIFA a causa de su "deserción", sobre él pesaba una dura sanción que le inhabilita para actuar en partidos oficiales.

El franquismo, ese régimen que según algunos se dedicó a perseguir sañudamente al Barça -sobre todo en la etapa más dura del Régimen, la que va de 1939 a 1953, en la que los azulgranas tan sólo fueron capaces de conquistar 5 campeonatos de Liga y 4 Copas… del Generalísimo-, perjudicó de nuevo al martirizado club catalán logrando que dicha inhabilitación fuese revocada finalmente, y así el futbolista pudo debutar, en abril de 1951, y ya con su flamante nacionalidad española en el bolsillo. Tal vez convendría recordar que Alfredo Di Stefano -procedente no de la para nosotros extraña Hungría, sino de la hermana Argentina -tan sólo lo logrará en 1957, año en que puede disputar por primera vez el Torneo del KO y estrenarse con la Selección Española, varias temporadas después de que lo hiciera el propio Kubala.

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Lo que sigue es una década completa en la que Kubala se convierte no sólo en el mayor ídolo deportivo que hubiera conocido hasta entonces el Barça, eclipsando a Alcántara, Samitier o a su mismo compañero César, sino en todo un fenómeno sociológico en la Ciudad Condal, pudiendo definírsele como "un crack para después de una guerra". Atleta prodigioso y dotado de una técnica exquisita, mueve al equipo desde el centro del campo en adelante, con una gran visión de la jugada, un regate desequilibrante y una demoledora capacidad de disparo que le proporciona goles en cantidad. Introduce suertes nunca vistas hasta entonces en nuestros campos, como la ejecución de golpes francos con efecto, utilizando el interior del pie, su infalible maestría desde el punto de penalti -fue el precursor de la paradinha-, o la forma de proteger y esconder el balón sirviéndose de su privilegiada anatomía, en la que destacan unos muslos descomunales .

Los títulos caen uno tras otro en las sacas del Barça -es la época gloriosa de las Cinco Copas-, y es tanta la expectación que su juego primoroso despierta entre los aficionaos culés, que el club no tiene más remedio que ponerse manos a la obra y proyectar un nuevo estadio para sustituir al de Les Corts, que se ha quedado pequeño. Su popularidad es tan grande, que llega incluso a protagonizar una película titulada "Los ases buscan la paz", por lo demás un mediocre film de propaganda anticomunista, donde se reconstruye su azarosa huida del Paraíso de los Trabajadores.

Sin embargo, a partir de 1954 las lesiones van a ir haciendo mella en él- también había sufrido un serio proceso tuberculoso en la temporada 52-53-, y ese fantástico rendimiento de sus tres primeras campañas irá descendiendo paulatinamente, aunque Kubala nunca llegará a perder el favor de su parroquia, a pesar de que no siempre llevaba una vida de deportista ejemplar, amigo de la francachela y la bebida, y escasamente disciplinado -fueron célebres sus escapadas nocturnas-, pero siempre el bueno de Ángel Mur padre, el legendario masajista del Barça, obraba milagros, y era capaz de convertir a un borracho en el héroe del partido, con la única ayuda de una ducha fría y un par de tazas de café con sal.

Porque siempre su portentosa constitución física se acababa sobreponiendo a tarascadas y calaveradas, y su mito se mantenía incólume, sustentado por una personalidad a veces inmadura pero altruista y generosa en grado sumo, a tenor de los relatos de quienes le conocieron y trataron. Va a ganar mucho dinero, aunque también se lo hará ganar a sus compañeros de faena, en forma de jugosas primas, y durante bastante tiempo será el amo del vestuario -su primer entrenador barcelonista fue su propio cuñado, el eslovaco Daucik-, hasta que un día irrumpió en él otra personalidad genial e irrepetible: Helenio Herrera.

HH llega a Can Barça para poner fin a una sequía de títulos que ya duraba demasiado. La última Liga databa de 1953, y desde entonces tan sólo había entrado en las vitrinas azulgranas la Copa del Generalísimo de 1957. El Mago va a chocar con el Ídolo, minimizando su papel en el equipo, y entregando la manija de este a un galleguiño llamado Luisito Suárez. Incluso se permitirá prescindir de Kubala en bastantes desplazamientos. La relación jugador-club, clave de tantos éxitos, está a punto de romperse, pero Herrera, pese a sus triunfos en el campo, acaba por marcharse, y de ese modo Laszi puede vivir sus últimos meses como azulgrana en relativa tranquilidad, por más que no lo fueran en absoluto para un Barça al que unos malditos postes suizos de sección cuadradas impiden cerrar en 1961 un ciclo victorioso con la conquista de la Copa de Europa.

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El equipo se desmantela. Suárez se va a Italia, Ramallets se retira del arco, y Kubala cuelga también los borceguíes, con 34 años y el cuerpo lacerado por medio millar de encarnizados combates. Se le rinde un cariñoso y multitudinario homenaje en el Camp Nou, con un partido frente al Stade de Reims francés donde sus dos grandes amigos y rivales, Alfredo Di Stefano y Ferenc Puskas, visten de azul y grana por una noche, y el nuevo presidente culé, el dinámico y temperamental empresario textil Enric Llaudet, le pone al frente de la neonata "Escuela de jugadores", lejano y efímero precedente de La Masía. No durará allí ni seis meses. El equipo marcha mal, y Llaudet le ruega que tome las riendas y meta en cintura a sus compañeros del día anterior, y Kubala, rehén de su agradecimiento hacia el club que le había dado fama y fortuna, no puede negarse. Endereza la nave, y aunque no consigue títulos, genera ilusión. Pero entonces la ilusión tampoco duraba mucho en Can Barça, y la lógica implacable del fútbol termina imponiéndose, cercenando también, metafóricamente hablando, su voluminosa cabeza rubia. Entonces, en un arrebato épico, pide que le permitan volver al terreno de juego, a ponerse al frente de la alicaída legión barcelonista, pero su visceral ofrecimiento no es aceptado, y el as cae en una profunda depresión. Y es entonces cuando aparece otro de los protagonistas de nuestra historia.

El patrón de Sarriá

Juan Vilá Reyes era el auténtico hombre fuerte del Español, desde su cargo de vicepresidente del club blanquiazul. Este joven y dinámico empresario del sector de fabricación de maquinaria para la industria textil había nacido en Barcelona en 1925. Su padre había dirigido una modesta empresa, pero él, con su formación como ingeniero del ramo, va a fundar una fábrica de telares (Iwer) a principios de los años 50, y en 1956 creará Matesa (Maquinaria textil del Norte de España Sociedad Anónima), radicada en Pamplona y dedicada a la fabricación de telares sin lanzadera con patente francesa, entonces toda una revolución tecnológica, y que tendrán una gran salida de cara a la exportación. En 1962 va a entrar en la directiva del RCD. Español presidida por Cesáreo Castilla, cuyo gran objetivo era la recuperación de la categoría perdida en la aciaga temporada 1961-62, y una vez conseguido este, y con el acceso a la presidencia de José Fusté, se convertirá en vicepresidente de la entidad perica, y comienza a fraguar ambiciosos proyectos para el club, como por ejemplo alquilar o comprarle el viejo campo de Les Corts al Barça, o incluso lograr que la entidad azulgrana le permitiese compartir el Camp Nou, pagando una elevada suma, que de ese modo ayudaría al rival ciudadano a enjugar su cuantiosa deuda.

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No obstante el presidente del Barça, el ínclito Enric Llaudet, que simpatizaba poco o nada con el Español, se va a negar en redondo a aceptar ninguna de estas propuestas, pues tenía otros planes para salvaguardar la economía de su club, y estos pasaban por conseguir la recalificación de los terrenos que ocupaba Les Corts -lo cual se lograría finalmente en el verano de 1965, firmada en un consejo de ministros presidido por Franco y celebrado en tierras gallegas-,y su posterior venta para edificar pisos.

Pero el ambicioso Vilá Reyes estaba empeñado en hacer grandes cosas con el Español, y de ese modo consigue convencer a Kubala para que regrese al fútbol activo, tras dos años retirado, aunque no había abandonado en ningún momento su forma física, siempre a punto. El periodista Juan Segura Palomares, en su "Historia del RCD.Español", cuenta que el fichaje de Laszi, a pocos días del inicio del Campeonato Nacional de Liga, va a hacerse realidad el 3 de septiembre de 1963, aunque él -muy bien conectado en la entidad blanquiazul- ya conocía su inminencia desde días atrás.

¿Lo hizo por dinero, o por pura afición? Concedámosle el beneficio de la duda, e imprimamos la romántica leyenda de que en su fuero interno aun se sentía futbolista, capacitado para tejer milagros sobre la hierba. Se habló entonces de cantidades millonarias en pesetas -medio kilo al mes-, y también de cifras meramente simbólicas. Tal vez hubo un poco de todo. El caso es que no había descuidado un solo día su preparación -tal fue el leit-motiv de Kubala, durante toda su vida, algo que supo compatibilizar con el disfrute de los placeres de la existencia- y a despecho de lo que indicaba su DNI, para nada se sentía viejo.

Historia de una ‘traición’

La noticia, difundida al instante por todos los medios informativos, va a conmocionar como es natural al barcelonismo, que se aprestaba a iniciar ilusionadamente la nueva temporada tras el reciente triunfo en la Copa del Generalísimo frente al Real Zaragoza, con su plantilla puesta a las órdenes de César, Rodríguez, el popular Pelucas, tantas tardes compañero y socio de Kubala sobre el terreno de juego. Las críticas fueron demoledoras, tanto en la prensa como entre los aficionados, que justamente dos años atrás habían despedido al que fuera su ídolo durante toda una década en olor de multitudes y con todo el cariño del mundo, y para dar una muestra de ello vamos a reproducir íntegramente, por su interés como documento histórico, el editorial que publicó la revista "Barça", órgano oficioso del club azulgrana, en su número 406, correspondiente al 5 de septiembre de 1963, y que llevaba por título "Kubala, o el arte de pensar con los pies":

"Confesamos que la noticia nos ha sorprendido. Diríamos que ha habido algo más que sorpresa, que ha sido como un desgarrón en la buena fe, en la creencia en algo más que la ética profesional. Cuando, durante toda la semana, llegaban a nosotros noticias de que el que fue famoso jugador barcelonista iba a firmar por el Español, creíamos que se trataba de una habilidad de "public relaciones", de un deseo de permanecer en la actualidad periodística. Lo creímos todo menos que pudiera llegar a fichar -¡como jugador!- por el equipo eterno rival del Barcelona. Y, sin embargo, ha fichado. ¿Por qué?

Kubala llenó diez años de historia azulgrana. De su juego y de su persona se creó un mito. Fue el jugador más querido, más mimado, mejor pagado de todos los que un día u otro vistieron los colores que creó, en el ocaso del pasado siglo, Juan Gamper. Ladislao Kubala, llegado de un mundo que le era hostil, rehizo en el Barcelona y gracias al Barcelona, su vida. Se incorporó al quehacer barcelonista, y afirmó siempre que su corazón quedaba en el equipo. Este afecto del jugador fue correspondido con este fenómeno abrumador de popularidad, de entrega, que se llamó el "kubalismo", algo que desbordaba la admiración por su juego, algo que entraba de lleno en el terreno de los sentimientos.

Un día, Kubala decidió colgar las botas. Sintió que las fuerzas y la calidad de su juego ya no eran las de antes. Se le organizó un partido de homenaje y despedida, del que se guardó -¿hasta ahora?- un imborrable recuerdo. Nadie había olvidado aquel momento en que Kubala, hombre frío, hombre con control de sus sentimientos, se puso a llorar solo en medio del Camp Nou al recibir aquella ovación que resumía toda una juventud entregada al Barcelona, todas las ovaciones acumuladas en diez años.

Del que fue gran jugador hicimos entre todos un patrimonio del Barcelona. Nosotros acaso más que nadie. Y no nos arrepentimos. creímos en él y en su calidad humana, paralela a la de jugador. Creímos que un hombre que lo había sido todo en el club, sabría guardar inmaculados los principios elementales de lealtad y consecuencia. No ha sido así y lo sentimos por él, porque este es un fin triste. Ignoramos si ha sido el rencor o los malos consejeros los que le han impelido a dar este paso de fichar como jugador, cuando ha de considerarse absolutamente acabado, nada menos que por ¡el Español! Comprendemos el rencor, porque fue una víctima de la mala política azulgrana, al precipitar su actividad de entrenador. Fue una experiencia que afectó a su prestigio, pero no puede alegar que fue despedido como una criada, porque aquel año de actuación le representó el cobro de un pingüe contrato, que fue pagado religiosamente hasta el final. Prueba de que aquella experiencia no llegó a anular el influjo de su nombre, está en la oferta de ventajoso contrato por el Murcia, que -con el riñón bien forrado- pudo permitirse el lujo de rehusar.

En los hombres importantes, el rencor, si existe, tiene que guardarse para devolver la pelota con dignidad, nobleza y categoría. Olvidarse de que tiene ya muchos años, de que engaña a todos con sus hipotéticas posibilidades de juego, del adiós que parecía definitivo a una afición que le adoró, para cometer la bajeza -¡sí, la bajeza!- de fichar por el Español, demuestra que aquella calidad humana que le suponíamos, está absolutamente ausente del corazón y la cabeza del as. Kubala demuestra ahora que la inteligencia de los pies no tiene nada que ver con la otra, con la auténtica. Kubala demuestra que no es inteligente. Ha jugado una carta falsa y nadie en el futuro creerá en él. Creemos que lo mejor que puede hacer es hacer (sic) pronto las maletas y marcharse, porque su final será estrepitoso. En España tenemos muchos defectos, pero algunas virtudes. Entre ellas la repugnancia instintiva al que tiene pasta de traidor.

Bueno, hemos liquidado un patrimonio. Hemos deshinchado un mito, como si fuera un globo infantil. La hipoteca afectiva con Kubala se ha pagado. Es decir, la ha cancelado el propio jugador. El "kubalismo" es solo un recuerdo, una psicosis colectiva de la que mejor será no acordarse. El "kubalismo" que nació de los pies del jugador ha muerto, porque aquello ya no lo repetirá ni en el Español -¡el pobre! que paga cara una mercancía averiada, a pesar del trágala de fichar como amateur, para hacer más ofensiva la traición y que no le privará de volver a Segunda División o al limbo- ni en ninguna otra parte. Quedaba el otro "kubalismo", el del recuerdo y el sentimiento, y este acaba de asesinarlo el propio jugador.

Se ha equivocado, señor Kubala. Y hay errores que se pagan muy caros. Se ve que no tiene idea de cómo las gastamos aquí. Jugador acabado, entrenador fracasado, con espíritu de rencorosa traición, ¿quién va a contar con usted en el futuro? Cuando el Español haya agotado la satisfacción de haberle hecho una "jugada" a su eterno rival y vea que tiene que seguir pagando -si es que cobra- aunque no haga nada, ¿qué refugio le quedará?

Créanos, empiece a hacer sus maletas"

Durísimo no, lo siguiente…

Magisterio futbolístico

Pero Kubala, a sus 36 años, demostró que, si bien ya no era el mismo jugador que había maravillado en la primera mitad de los 50, aún no estaba acabado. En la Liga tan sólo faltó a un partido, en Altabix contra el Elche, alineándose en los 29 restantes y consiguiendo 7 goles, un rendimiento superior al mostrado en sus últimas temporadas vestido de azulgrana. También actuó en la eliminatoria copera frente al propio Barça, y en la promoción para mantener la plaza en Primera División, marcando incluso uno de los goles blanquiazules en el partido de vuelta disputado en Sarriá, con victoria perica por 3 a 0 sobre el Sporting de Gijón, remontando el 1-0 adverso que se habían traído de El Molinón.

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Pero su aportación al cuadro blanquiazul no se limitó a sus importantes prestaciones en el terreno de juego, sino que junto a su compañero Antoni Argilés se hizo cargo de facto de la conducción del equipo, y aunque el teórico entrenador era el antiguo internacional españolista Pedro Solé, en la práctica entre Argilés y Kubala llevaban las riendas. La causa era la renqueante trayectoria del club, con demasiadas vieja glorias en sus filas, pues aparte de Kubala había retornado al fútbol también el mencionado Argilés, después de una temporada retirado, y en la plantilla figuraban ilustres veteranos como Tejada, Maguregui, el argentino Carranza o el chileno Chico Ramírez.

Por ello no fue nada extraño que con vistas a la siguiente campaña, 64-65, la directiva presidida por José Fusté, pero realmente manejada por Vilá Reyes, le encomendase la tarea de ocupar el banquillo del club de Sarriá, donde tendrá el honor de dirigir a su gran amigo Alfredo Di Stefano. El equipo se había reforzado a conciencia, con el propósito de no volver a pasar los mismos apuros que en el curso anterior, y junto a la Saeta Rubia llegaron numerosos jugadores, algunos de los cuales ya habían debutado en el torneo copero de 1964: Carmelo, Osorio, Juan Manuel, Ramoní, Kuszmann, Navarro, Alfonso, Ramírez, Ignacio Bergara, Riahi, Vall, Rodilla e incluso su propio hijo Branko, que contaba tan solo dieciséis años..

Sin embargo, el Español no realizó nuevamente una buena campaña, y aunque al final conservó la categoría sin demasiados agobios, el clima no era el mejor posible. Kubala cometió el error de hacer debutar a su hijo -esas peligrosas veleidades las había aprendido de su cuñado Daucik, que a casi todas partes se llevaba a su retoño Yanko-, y el muchacho no dio la talla en los dos encuentros ligueros que disputó. Ello le generó muchas críticas, y que un sector de la directiva se indispusiese con el técnico, llegando incluso a prohibirle expresamente la alineación de Branko en un desempate copero ante el Sporting de Gijón. No jugó el partido, celebrado en el Bernabéu, el cuadro perico fue eliminado, y Kubala, muy molesto por la intromisión, no se sentó en el banquillo.

Abandonaría por consiguiente el club blanquiazul, pero pronto encontrará un nuevo trabajo como técnico en el Elche. Aunque en Altabix va a durar menos que un pastel a la puerta de un colegio, como vulgarmente se dice, pues no llega ni siquiera a iniciar la Liga, ya que tras un partido de pretemporada va a presentar su dimisión, devolviendo la parte de su ficha que había cobrado por adelantado, y aduciendo que no contaba con una plantilla de garantías. En eso le falló su ojo clínico, ya que en el cuadro franjiverde militaban futbolistas del calibre de Pazos, Iborra, Llompart, Lezcano o Romero, amén de varios jóvenes que pronto darían mucho que hablar: Marcial, que con menos de veinte años se consagraría esa misma temporada, firmando por el Español, que se lo levantó nada menos que a Inter, Real Madrid y Barça, Vavá, que se proclamaría máximo goleador de Primera División al finalizar el curso, o Canós y Lico, futuros internacionales.

Tras esta fallida experiencia, Kubala va a descolgar por segunda vez las botas, enrolándose en el Zurich suizo, para más tarde cruzar el Charco y tomar parte en el incipiente soccer estadounidense, en las filas de Toronto Falcons, que era un club canadiense pero estaba a un tiro de piedra de Detroit. Allí se retirará ya definitivamente, con cuarenta años cumplidos. Y a finales de 1968 un prácticamente desahuciado Córdoba reclama sus servicios, tal vez esperando que Laszi pudiera obrar milagros. No lo consiguió en la Ciudad de los Califas, pero el conjunto andaluz mejoró notablemente su rendimiento, aunque no pudo evitar un descenso anunciado.

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Y en el verano de 1969 la Real Federación Española de Fútbol va a ofrecerle el cargo de seleccionador nacional, tal vez porque ningún entrenador quería coger aquel muerto. Y es que nuestro fútbol no atravesaba precisamente por su mejor momento a finales de la Década Prodigiosa. España había quedado fuera del Mundial que iba a celebrarse en México al año siguiente, y para más inri acababa de caer vergonzosamente ante Finlandia en Helsinki. Laszi acepto, iniciando así un dilatadísimo período al frente de la que entonces nadie llamaba todavía La Roja, y que se prolongaría hasta 1980, una década larga en la que España, con los entonces bautizados Kubala Boys, ganaría algunas batallas, pero perdería casi todas las guerras, dejando para la posteridad frases tan entrañables como aquella de "Chicos bien, moral óptima". Ha sido hasta la fecha el seleccionador más longevo en el cargo, y esos once años se nos antojan muy difíciles de superar por ningún otro técnico que pueda venir en el futuro.

Después entrenaría a los combinados de Paraguay y Arabia Saudita, y estaría al frente del CD. Málaga en la temporada 87-88, logrando que los de la Costa del Sol retornasen de nuevo a la Primera División, con un equipo que incluía a dos ilustrísimos veteranos, Juan Gómez, Juanito y Boquerón Esteban. Y en 1992 fue el ayudante de Vicente Miera con la Selección Olímpica que obtendría la Medalla de Oro en los Juegos de Barcelona. Durante muchos años presidió la Agrupación de Veteranos del Barça, y poco a poco fue languideciendo, hasta fallecer en la Ciudad Condal el 17 de mayo de 2002, unas pocas semanas antes de cumplir los setenta y cinco, a causa de una enfermedad neurodegenerativa. Hoy una estatua situada en el exterior del Camp Nou recuerda a las nuevas generaciones quien fue el gran culpable de que ese coliseo se construyese entre 1954 y 1957.

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