Betty Robinson fue la primera mujer en ganar un oro olímpico en atletismo. Lo hizo en la prueba de cien metros lisos en los Juegos de Amsterdam de 1928. Pero en realidad su historia va mucho más allá. O mejor dicho sus dos historias. Porque Betty Robinson tuvo dos vidas. No en vano, en 1931 sería dada por muerta. Pero cinco años más tarde conseguiría otra victoria olímpica…
La primera vida
Nacida en Illinois, Estados Unidos, el 23 de agosto de 1911, Elizabeth ‘Betty’ Robinson destacó muy joven por su asombrosa velocidad. Pero su llegada al atletismo fue por una maravillosa casualidad.
Una mañana en la que se enredó en casa más de lo habitual vio cómo el tren que le llevaba al instituto se le escapaba… Se puso a correr para llegar a tiempo, desconociendo que en una de las ventanillas estaba mirando su profesor de biología, Charles Price. Se quedó atónito al contemplar la gran velocidad que alcanzaba Betty para llegar al tren. Tanto, que esa misma mañana le propuso hacer una prueba cronometrada para entrar en el equipo del instituto.
Ni qué decir tiene que Betty Robinson superó con creces la prueba, y a partir de ese momento el profesor y la joven estudiante iniciaron una relación de entrenador y atleta que les daría a ambos magníficos resultados.
Sólo unos meses después, en marzo de 1928, Robinson disputó su primera carrera oficial, en la distancia de 100 metros. Obtuvo una brillante segunda plaza, sólo por detrás de Helen Filkey, quien poseía el récord americano femenino en la distancia. En su segunda carrera, en el Soldier Field de Chicago, igualó el récord mundial con un tiempo de 12’’, aunque la marca no fue reconocida oficialmente. En su tercera carrera oficial logró otra segunda plaza en Newark, lo que le daba el billete para los Juegos Olímpicos que se disputarían a partir de mayo en Amsterdam.
Y en Amsterdam –en los primeros Juegos en los que se permitió la participación de mujeres en pruebas de atletismo- Betty Robinson confirmó lo que todo su entorno ya sabía: que era la atleta más rápida del planeta. A sus apenas 16 años, logró una marca de 12’’2, y la victoria fue suya. En la imagen final aparece exultante rompiendo la cinta, brazos en alto, entre la segunda y la tercera clasificada, las canadienses Fanny Rosenfeld y Ethel Smith, grandes favoritas trece segundos antes. Robinson se convertía así en la primera mujer medalla de oro en atletismo.
No fue la única medalla que conquistó en aquellos Juegos. En la prueba de relevos de 4x100 metros ganó la plata con el equipo estadounidense, que fue derrotado por Canadá.
Tras regresar a Estados Unidos como una auténtica heroína, Betty Robinson continuó cosechando victorias, hasta el punto de que fue escogida la representante oficial de la Northwestern University. También en eso fue la primera mujer que lo conseguía.
La muerte
Con la mente puesta ya en los Juegos Olímpicos que se iban a disputar en casa, en Los Ángeles, en 1932, el mundo de Betty Robinson se derrumbó. En un día de descanso el aeroplano en el que viajaba junto a su primo sufrió un accidente, estrellándose en un descampado en el sur de Chicago al poco de despegar.
Cuando los servicios de socorro llegaron encontraron el biplano humeante. En su interior se hallaba el piloto, afortunadamente en buen estado. Pero el cuerpo de Betty Robinson fue rescatado sin señales de vida de entre placas de metal y trozos de madera. "No hemos podido hacer nada por salvar su vida", dijo uno de los hombres que había acudido al avión siniestrado al entregar su cuerpo al tanatorio.
Por fortuna, el empleado que la iba a preparar para su entierro notó algo raro en aquel cadáver y decidió, tras consultarlo con sus compañeros, llevarlo al hospital por precaución… Los informes médicos le dieron la razón: aquella joven no estaba muerta, sino en coma. Aun así, los doctores confirmaron que había muy pocas opciones de que despertara. Pero siete semanas después, Betty Robinson volvió a la vida.
La segunda vida
"No volverás a caminar, pero debes sentirte afortunada de haber sobrevivido", le dijeron ya en la habitación del hospital Oak Forest. Tenía graves fracturas de cadera y en una pierna, en la que tuvieron que colocar clavos y piezas de metal para estabilizarla. Los siguientes meses sobre una silla de ruedas fueron muy duros para Robinson. La atleta más rápida del mundo, la vigente campeona olímpica, no era capaz siquiera de dar un paso.
Pero entonces comenzó a librar una dura batalla consigo misma. Estaba decidida a volver. Ya no a andar, sino a correr. Vale, jamás podría volver a flexionar la rodilla. Eso era evidente. ¿Y? Por su cabeza no pasaba otra cosa que volver… Así que se puso a la faena. La fuerza de voluntad fue, en este caso, su mejor medicina.
Con un duro trabajo de rehabilitación, a los dos años consiguió caminar. Todos la felicitaban por ello, pero a Betty no le bastaba. Poco a poco fue comenzando a correr… y en poco más de un año, ya se atrevía a cronometrarse. Sus marcas fueron mejorando, hasta comprobar que ya se codeaba con las mejores atletas de aquellos años. Fue el momento en que decidió que estaba lista para volver.
Sin embargo, había un problema del que era imposible escapar: su rodilla. Robinson era incapaz de doblarla y, por lo tanto, no podía competir en su prueba favorita, los 100 metros, al necesitar de un arranque en baja posición. Pero aquello tampoco le frenó. Decidió que la mejor manera de combatir aquella imposibilidad era evitándola. El relevo de 4x100 le permitía arrancar de pie.
Entrenó para ello, y en 1936, cinco años después de que su avión se estrellara, cinco años después de ser dada por muerta, cinco años después de que los médicos le dijeran que jamás volvería a andar, Betty Robinson se clasificaba para unos Juegos Olímpicos.
En Berlín el equipo de 4x100 femenino de Estados Unidos, con Betty Robinson en la tercera posta, lograba la victoria, por delante de Gran Bretaña y Canadá. No era un premio de consolación a su tremendo esfuerzo; era la medalla más preciada, un oro que reflejaba su batalla personal. Betty Robinson había resurgido volando y ayudando a los Estados Unidos a proclamarse campeón.
Tras esa brillante victoria, ‘La sonrisa de América’, ‘La novia de Amsterdam’ y ‘El Ave Fénix’ , como se la denominaba, supo que su carrera ya había llegado a la cima. Decidió retirarse, aunque siempre continuó ligada al mundo del atletismo ya fuera como entrenadora o como juez de carrera. Se casó y tuvo dos hijos. En 1999, a los 87 años de edad, fallecía, esta vez de verdad, víctima de un cáncer.
Este artículo forma parte del libro 'HEROÍNAS a través del deporte', del mismo autor. Una colección de 25 historias de mujeres deportistas que iniciaron nuevos caminos, rompieron barreras, y trascendieron en las generaciones venideras, en la línea del artículo que acaban de leer.