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Pat O'Callaghan, y el día más grande del deporte irlandés

En apenas unas horas Irlanda lograría dos medallas de oro, hazaña nunca más repetida. La historia de O’Callaghan fue su principal protagonista.

En apenas unas horas Irlanda lograría dos medallas de oro, hazaña nunca más repetida. La historia de O’Callaghan fue su principal protagonista.
Pat O’Callaghan, durante uno de sus lanzamientos en los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1932. | Archivo

El 1 de agosto de 1932 la renacida Irlanda –se había independizado del Reino Unido diez años antes, en 1922- vivía su mayor hazaña en el deporte olímpico. En apenas unas horas lograba dos medallas de oro, el doble de lo que había logrado hasta la fecha. Robert Tisdall lograba la primera, en la prueba de 400 metros vallas; y posteriormente Pat O’Callaghan se imponía en el lanzamiento de martillo.

El mismo Pat O’Callaghan que había logrado el primer oro para el país. El mismo Pat O’Callaghan que viviría una curiosa trayectoria deportivo. El mismo Pat O’Callaghan que rechazaría el papel de Tarzán en el cine. El mismo Pat O’Callaghan que es, desde entonces, ídolo eterno del deporte irlandés.

La tradición del martillo

Patrick "Pat" O'Callaghan nacía en Kanturk, Irlanda, el 15 de septiembre de 1905. Desde pequeño destacó en varios deportes, siendo el fútbol gaélico en el que más brillara.

Pero sería el lanzamiento de martillo el deporte por el que se terminaría decantando. Un deporte que descubriría, como él mismo reconocería, por casualidad, y que le encandilaría desde el primer momento.

Y no es de extrañar. Por aquel entonces existía una gran tradición de lanzadores en Irlanda. Tradición de la que se aprovecharía Estados Unidos. Porque la gran reputación de los irlandeses en esta modalidad se logró gracias a los denominados 'Irish Whales' (ballenas irlandesas), un grupo de atletas irlandeses que representaron a Estados Unidos -y a Canadá- a principios del siglo XX en el martillo, el lanzamiento de peso, o de disco. Entre todos ganaron 10 medallas de oro, cinco medallas de plata y tres medallas de bronce en los Juegos Olímpicos.

Matthew McGrath, Cornelius Walsh o Frederick Tootell son solo algunos de los nombres de estadounidenses originarios de Irlanda que ganaron medallas olímpicas en el lanzamiento de martillo. Aunque sin duda el más prolífico fue John Flanagan, el primer atleta en ganar la medalla de oro en tres Juegos Olímpicos consecutivos (1900, 1904 y 1908).

El primer irlandés de oro

Los inicios de O’Callaghan como lanzador no fueron sencillos. Ante la falta de material, tuvo que ingeniárselas para poder practicar y ser aceptado en el equipo de entrenamiento.

"No tenía martillo, así que cogí una bala de cañón, le hice un agujero, le puse un mango y un alambre, y comencé a entrenar en mi granja. Y cuando vi que alcanzaba distancias decentes, volví y solicité ser incluido", declararía.

Sólo unos meses después, en 1927, se proclamaba campeón nacional en la modalidad. Título que retuvo al año siguiente, lo que le valió para ser citado para los Juegos Olímpicos de Amsterdam de 1928.

Unos Juegos para los que no llegaba con grandes expectativas, pero en los que terminó sorprendiendo a todos. Con un último lanzamiento demoledor, se fue más allá de los 51 metros, lo que le permitió ganar la medalla de oro.

Era la primera medalla de oro en la historia de Irlanda, independizada sólo seis años antes. No era el primer irlandés campeón olímpico - anteriormente lo habían logrado cinco americanos nacidos en tierras gaélicas- pero sí era el primero que lo hacía defendiendo su bandera.

"Estoy muy feliz y orgulloso por mi victoria, pero no sólo por la victoria en sí, sino por el hecho de que el mundo entero ha visto que existe la bandera de Irlanda, que Irlanda tiene un himno nacional, y que de hecho nosotros tenemos una nacionalidad".

Un éxito, el de Amsterdam 1928, que repetiría cuatro años más tarde, en Los Ángeles. Aunque antes de llegar a la cita olímpica Pat O’Callaghan ganaría varios campeonatos nacionales en otras modalidades como lanzamiento de peso, lanzamiento de disco, o salto de longitud, lo que denota su gran capacidad multidisciplinar.

La victoria en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles llegaría el 1 de agosto. Una fecha marcada a fuego en la historia deportiva de Irlanda.

Por la mañana, el atleta Robert Tisdall se imponía en la prueba de 400 metros vallas, con un tiempo de 51.8 segundos (record mundial de la época), superando a los locales Glenn Hardin y Morgan Taylor.

Por la tarde, Pat O’Callaghan lograba la victoria en el lanzamiento de martillo, con un lanzamiento de 53 metros y 92 centímetros.

En apenas unas horas, el país había ganado más medallas de oro que en toda su (corta) historia. Desde entonces, sólo se ha repetido o superado en dos ocasiones: en los JJOO de Atlanta de 1996, donde una deslumbrante Michelle Smith ganaría tres medallas de oro en natación; y en los recientes JJOO de Tokio 2020, Irlanda sumaría también dos oros.

Una imagen para la posteridad

Los dos deportistas irlandeses de oro dejarían en Los Ángeles una imagen, una historia, para la eternidad del olimpismo.

Después de celebrar su victoria, Tisdall se quedó a ver la competición de su compatriota. Y observó cómo desde el inicio tenía dificultades para lanzar. El problema residía en que, acostumbrado a hacerlo desde una superficie de hierba o de arcilla, el irlandés no se adaptaba a la superficie del Memorial Coliseum de Los Ángeles, que era de ceniza.

Tisdall se acercó a O’Callaghan, y entre los dos decidieron que la mejor solución era cortar las puntas de las botas que calzaba. Con una sierra improvisada se pusieron manos a la obra y, después de adaptar su calzado, O’Callaghan logró, ahora sí, el lanzamiento que le valdría la medalla de oro.

El hombre que pudo ser Tarzán

Tras aquella brillante victoria, que le valió una gran fama en Los Ángeles, Pat O’Callaghan sería invitado por la Metro Goldwyn Mayer a un tour por sus estudios. Y en ese preciso momento le ofrecieron el papel de una película que estaba a punto de rodarse: Tarzán de los monos.

Pero Pat O’Callaghan lo rechazó. Consideró que aquella vida no estaba hecha para él. Que debía centrarse en el deporte y en su carrera como médico.

Probablemente, de haber aceptado aquel papel, hoy O’Callaghan sería mucho más reconocido a nivel mundial –como sucedería con Johnny Weissmüller-, y sus registros deportivos hubieran logrado mayor trascendencia.

Un final amargo

Sea como fuere, O’Callaghan se centró en continuar con su carrera deportiva, con el objetivo fijado en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Se veía capacitado para repetir victoria, encadenando así tres oros en tres ediciones olímpicas consecutivas.

Una creencia que también compartían en Alemania. Tanto es así que el gobierno nazi, en su obsesión por lograr los mejores resultados posibles, decidió enviar un cámara para grabar la técnica de lanzamiento de O’Callaghan. Incluso le invitaron en una ocasión hasta Hamburgo para verlo de cerca. Querían conocer por qué era tan bueno, con la intención de que algún deportista alemán se le pudiera aproximar y, de ese modo, poder luchar por la victoria en los Juegos Olímpicos de Berlín.

Una medalla por la que finalmente no pudo pelear Pat O’Callaghan. Un conflicto entre las federaciones irlandesa y británica provocó que finalmente Irlanda declinara acudir a los Juegos.

O’Callaghan se desplazó hasta Berlín, y desde las gradas vio cómo un alemán, Karl Hein, se llevaba el oro con un lanzamiento de una distancia inferior a la que había alcanzado O’Callaghan sólo unas semanas atrás, y con una técnica basada en la que él había utilizado hasta la fecha. La que le habían copiado los alemanes. La que él dominaba como nadie.

Tras aquello, Pat O’Callaghan se retiró, y pasó el resto de sus días –excepto un breve período en Estados Unidos- en Clonmel, donde fallecería el 1 de diciembre de 1991.

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