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La "estafa" trans: "La transexualidad es homofobia, terapia de conversión para homosexuales"

Tras sufrir daños irreversibles, Sandra Mercado denuncia la "degradación de la transexualidad" que pretende Irene Montero y el "nuevo fascismo queer".

Tras sufrir daños irreversibles, Sandra Mercado denuncia la "degradación de la transexualidad" que pretende Irene Montero y el "nuevo fascismo queer".
Sandra Mercado, transexual | LD

Desde que la ministra de Igualdad, Irene Montero, anunció la llamada ley Trans, las feministas han venido denunciando que dicha normativa es literalmente "una aberración". Sin embargo, no son las únicas. Aunque muchos no se atreven a alzar la voz, lo cierto es que cada vez son más los propios transexuales que la consideran "una locura". Sandra Mercado es una de ellos. "La transexualidad es homofobia, terapia de conversión para homosexuales", denuncia abiertamente.

Sandrita -como le gusta que la llamen- nació siendo un hombre. Y hoy, insiste, lo sigue siendo, a pesar de su apariencia de mujer. Hace unos años completó su transición con una vaginoplastia y, en contra de lo que esperaba y de lo que muchos le prometieron, su disforia no ha desparecido. Darse cuenta de la "estafa" de la transexualidad le hizo caer en un pozo muy hondo: "Es como si te hubieras hecho de una secta y, de repente, fueras consciente de ello. Para mí fue un shock el darme cuenta de la verdad de la transexualidad".

Hoy, gracias a la ayuda de psicólogos y psiquiatras -abolicionistas del género, matiza- resurge de sus cenizas para mostrar al mundo esa verdad a través de su propia historia. Lo hace en su canal de Youtube y en esta charla con Libertad Digital, en la que denuncia "ese nuevo fascismo llamado queer, lleno de purpurina" por el que se ha dejado llevar la ministra de Igualdad y que, según dice, ha desembocado en una "degradación de la transexualidad".

Nazismo, maltrato y acoso escolar

"Yo siempre tuve claro que era homosexual. En el colegio, yo me enamoraba de chicos, como mis amigas. Nunca he sentido atracción por las mujeres", arranca su relato. No era lo único que tenía claro: "Ya en la guardería, siempre me fijaba en las profesoras con el pelo largo, en el maquillaje, en los tacones… Todo eso me fascinaba, pero no me hacía plantearme que fuera una niña, simplemente yo tenía esos gustos".

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Sandra Mercado, cuando todavía era un niño

Sin embargo, todo aquello pronto empezó a ocasionarle graves problemas en el pueblo en el que vivía, un pequeño municipio situado a unos 40 kilómetros de Barcelona, donde se convirtió en el objetivo de uno de los tantos grupos neonazis de principios de los 90. "Me perseguían por la calle para intentar matarme, me hacían bullying en el colegio y hasta mi padre me llamaba ‘maricón’ -explica tratando de no dejarse llevar por el dolor de los recuerdos-. Me obligaba a jugar al fútbol, me decía que tenía que ser del Real Madrid, y yo todo eso lo odiaba. Yo solo quería barbies, me gustaba el color rosa… Pero esperaban que yo me comportara como un machote. No me dejaban expresarme como yo quería, porque a la mínima ya me decían que todo eso era de niñas".

Su madre fue la única que trató de comprenderle: "Fue a hablar con las profesoras para preguntarles qué me pasaba y ellas le dijeron que no tenía ningún problema, que los juguetes no eran nada más que eso, juguetes, así que me compraba todas las muñecas que yo quería, pero me las escondía debajo de la cama para que mi padre no las viera".

La ‘plumofobia’ y el origen de su disforia

Hoy, a sus 35 años, es consciente de que todo aquello fue el origen de su disforia. Y no sólo la homofobia, sino también la "plumofobia" que existe en la sociedad y a la que, según dice, contribuyen muchos homosexuales: "Yo siempre he sido muy amanerado, con muchísima pluma, era un niño con una voz muy femenina, gesticulaba mucho… Y cuando empiezas a sufrir discriminación y maltrato, todo eso poco a poco te empuja a querer pensar que eres una mujer porque piensas que, si encajas como mujer heterosexual, te van a dejar en paz".

El punto de inflexión llegó en la adolescencia. "Empecé a tener disforia, pero yo creo que la disforia o dismorfia la sufrimos todos. La sociedad en la que vivimos nos hace crearnos complejos. Yo era un chico que tenía mucho vello en la cara y en el pecho, y que se metieran conmigo por eso también me hacía rechazar mi cuerpo, pero no creo que tenga que ver con la transexualidad -reflexiona dos décadas después-. Es como cuando las chicas gorditas o un niño que lleva gafas y tiene granos en la cara no le gusta verse así, pero porque nos han metido en la cabeza que eso es algo horrible".

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Siempre ha sentido predilección por la ropa de mujer

Por aquel entonces, ya usaba ropa considerada de chica. "Iba al Bershka y me compraba mis pantalones de campana, mis plataformas…", recuerda orgullosa. Sin embargo, cuando empezó a desarrollar su disforia pensó que aquello no era suficiente. "Seguía siendo un hombre, así que necesitaba un tratamiento hormonal".

El inicio de la hormonación

Empezó a trabajar en bares y discotecas y conoció a muchos transexuales que le hicieron replantearse todo e iniciar la transición para tratar de convertirse así en una mujer: "De alguna manera, piensas que te vas a volver invisible, ya no eres ese maricón al que van a insultar o al que van a pegar. Hay muchas variables que pueden influir, pero en mi caso fue por culpa de la discriminación, el maltrato y los estereotipos sexistas".

Y así fue como inició el tratamiento hormonal de la mano de psicólogos que, según denuncia, nunca le dieron alternativa: "La disforia tiene un origen, una raíz, y nadie indagó en mi raíz. Simplemente me señalaron ese camino". Aunque Sandra está convencida de que, si muchos profesionales no lo hacen, es por miedo. "No es que no quieran, es que la ley no les deja, porque si cuestionan el origen de tu disforia, pueden tener problemas".

Al igual que a otros tantos jóvenes de la época, le dijeron que tenía "la mente de una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre". Y ella se lo creyó a pies juntillas: "Llegué a pensar que, en el embarazo de mi madre, había habido algún problema y me había quedado a medias, porque todo me hacía ver que parecía una mujer y que, con unas cuantas hormonas y una cirugía, ya sería una mujer completa".

El "infierno" de la vaginoplastia

En aquella época no existían las unidades de género en los hospitales, así que inició el tratamiento hormonal con un endocrino privado. Llegó a visitar al famoso cirujano Iván Mañero para hacerse la vaginoplastia, pero la operación que le ofrecía costaba entre 30.000 y 40.000 euros, así que decidió esperar. "La transexualidad es un negocio que mueve millones, no te imaginas hasta qué punto", lamenta.

En 2010, la Seguridad Social empezó a incluir la cirugía en su cartera de servicios y se apuntó en la lista de espera. Tardó cinco años en recibir una llamada, pero, en 2015, por fin le dieron cita con un psiquiatra para que valorase si era candidata a una vaginoplastia. "Lo único que hizo fue hacerme preguntas sexistas: si de pequeña jugaba con muñecas o con coches, si en el sexo era la pasiva o la activa... Y, claro, concluyó que era la candidata ideal, y como yo en aquella época tenía el sexismo muy interiorizado, pues también".

Unos meses después, llegaría la primera consulta con el cirujano. "Lo único que me dijo fue que me quedaría poca profundidad. Solamente te dicen eso. No te explican nada, esconden las consecuencias a corto y a largo plazo", denuncia Sandra, a la que aquella operación le ha ocasionado "daños irreversibles".

Sin entrar en muchos detalles, nos cuenta que la vaginoplastia es "una cirugía muy invasiva", que "el postoperatorio es un infierno" y que, en muchos casos, como el suyo, el sufrimiento no termina ahí. Pasado un año y medio o dos años, le diagnosticaron una estenosis en la uretra. "Me daban antinflamatorios, pero llegó un momento en que casi no podía orinar. Imagínate los dolores que pasé". Finalmente, la volvieron a operar. "Experimentaron conmigo", denuncia. Y, aunque finalmente todo salió bien, los nervios del suelo pélvico le han quedado dañados para siempre. "Tengo momentos mejores, momentos peores, pero es un daño que ya es irreversible. Es como si tuviera una cistitis permanente".

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Hoy, Sandra cuenta su experiencia en un canal de Youtube

Así, lo primero que Sandra reclama es transparencia: "Siempre he dicho que ojalá por lo menos hubieran sido honestos conmigo y me hubieran explicado los riesgos, porque si me los cuentan, te prometo que yo me lo hubiera pensado mejor". Por eso, hoy se siente orgullosa de poder ayudar a otras personas a través de sus redes sociales: "Si una vez que escuchan mi historia quieren seguir adelante, que lo hagan, pero muchos se han puesto en contacto conmigo y me han dicho ‘gracias, porque gracias a tu testimonio, me lo he replanteado y no me hago la vaginoplastia. Me quedo con mi pene y me expreso, me visto y luzco como quiero’ ". De hecho, advierte de que incluso las hormonas pueden provocar daños irreversibles. En su caso, dispepsia estomacal o, lo que es lo mismo, una inflamación severa del estómago.

La "estafa" de la transexualidad

Sandra empezó a movilizarse en las redes sociales hace dos años, cuando descubrió que las cirugías no habían acabado con su disforia. Sin embargo, ha tenido que pasar unos meses alejada de todas las plataformas por el shock que le produjo entender cuál había sido la verdadera raíz de su problema: el sexismo. "Después de leer mucho, me di cuenta de que la transexualidad era una estafa, de que realmente somos homosexuales atormentados por estereotipos sexistas y que el único camino para poder superar la disforia o llevarla lo mejor posible es aceptarme tal y como soy".

Hoy, trata de hacer ver a sus seguidores que muchos de los problemas que padecen se acabarían con la supresión de los estereotipos sexistas: olvidarse de que hay cosas de chicas y cosas de chicos, cosas que están bien vistas si tu apariencia física es la de una mujer y cosas que no. "Transexualidad es homofobia, terapia de conversión para homosexuales. Cuando escucho a transexuales decir ‘yo soy una mujer heterosexual’, es mentira. Primero, porque el sexo no se puede cambiar, porque es inmutable y segundo, porque sigue siendo el mismo varón homosexual. Es querer heterosexualizar la homosexualidad".

La "degradación" de la ley trans

Reconoce que el asunto "es muy complejo", pero, precisamente por eso, Sandra cree que no se puede despachar con una ley como la que promueve la ministra Montero: "La ley de 2007, que es cuando yo me hice el cambio de nombre, ya era maravillosa. Esto es una degradación de la transexualidad". De hecho, incluso se queja del nombre de la propia ley. "Ahora todo es un paragua trans dentro del que cabe todo: hombres autoginefílicos, el fetichismo travesti, el tema de las drac… Es un borrado de las propias personas transexuales que sufrimos de disforia", lamenta Sandra, mientras insiste en lo absurdo de promover cientos de géneros distintos. "¿Dónde quedan luego las estadísticas de la violencia de género?", se pregunta indignada.

Además, Sandra advierte del peligro de la despatologización que promueve el Gobierno. "Ahora cualquier menor que quiera hormonas o bloqueadores, los tendrá y, por eso, a mi esta ley me da terror, me da muchísimo miedo", confiesa tras entender que esa no ha sido la solución a sus problemas y que, sin embargo, ya no tiene marcha atrás. La misma indignación muestra por el limitado papel de los progenitores: "Si un padre o una madre se opone o le da a entender a su hijo que hay otras alternativas, le pueden quitar hasta la custodia".

Y eso por no hablar de la contradicción que supone despatologizar la disforia, pero incluir los tratamientos dentro del sistema público de salud: "Si una persona transexual no ni tiene ningún problema, ¿por qué la Seguridad Social le va a cubrir con hormonas y cirugía? Es que esta ley no hay por donde cogerla, es absurda la mires por donde la mires". De ahí que recomiende a lrene Montero que se preocupe "por las hembras biológicas de la especie humana, cosa que no hace, y luego, si quiere, que se preocupe por los verdaderos homosexuales que hemos sufrido homofobia, pero no por identidades ficticias".

El "fascismo queer" y los menores

Es consciente de que su discurso es y será criticado por muchas personas que pensarán que ella no es una auténtica transexual. "¿Y por qué ahora ya no soy transexual? ¿Porque mi discurso ya no va con el suyo?", se responde a sí misma. "Es que esto ya es una especie de nazismo. Lo queer es muy fascista", sentencia sin renunciar a su verdad: "Las personas que piensan que estoy loca son personas transexuales que tienen el género muy interiorizado, y yo te estoy hablando de la raíz del problema y eso duele, porque la verdad duele".

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Aunque aparentemente ya es una mujer, sigue sufriendo disforia

Sin embargo, a Sandra no le importa esta sobreexposición si con ella consigue evitar un arrepentimiento tardío, sobre todo cuando aquellos que emprenden el camino de la transición son menores de edad: "Estamos hablando de estereotipos sexistas que son reversibles, pero cuando los menores empiezan con los bloqueadores, hay cosas que son irreversibles".

Por eso, el último mensaje de esta larga charla es para ellos: "A los menores que quieran iniciar la transición o se lo estén planteado, yo les diría que su biología es perfecta, que deberían aprender lo que es el sexismo y el género. Y si son muy muy pequeñitos, que los propios padres lo aprendan y eduquen a sus hijos a través de la aceptación de sus cuerpos. Si quieren lucir, vestirse y expresarse como quieran, que lo hagan, pero no por ello significa que son del sexo opuesto".

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