Cuando amanezca Washington, lo hará entre unas medidas de seguridad sin precedentes. Cientos de policías en sus calles. Escaparates de tiendas y restaurantes protegidos con paneles de madera. La Casa Blanca dentro del perímetro formado por una valla de tres metros de altura, detrás de los bloques de hormigón que desde hace meses impiden el tráfico rodado por la calle 16. Estampas propias de otros lugares, de otros tiempos. Nunca de la capital de la nación más poderosa del planeta.
Como todo en 2020, hoy se preveía raro semanas atrás, entre el acontecimiento histórico y el trámite. Sólo los últimos días de campaña han demostrado crucial una votación que tiene poco que ver con comicios anteriores. "Las elecciones más importantes de la historia de los Estados Unidos". Así suele definirlas Donald Trump. Mucho decir, tal vez, en un país que se partió en dos tras la victoria de Lincoln en 1860 o que votó en medio de la Segunda Guerra Mundial. O no.
En lo que va desde el debate del 22 de octubre hasta hoy, la movilización en torno al presidente ha supuesto un hito inesperado, incluso para el Partido Republicano. Cinco mítines al día, desde Florida hasta Wisconsin, siempre ante decenas de miles de personas en cada auditorio y fuera de ellos, lejos de los focos. Al otro lado, actos con apenas docenas de participantes y una repercusión mediática abrumadora, durante los que Biden ha mostrado en demasiadas ocasiones un estado mental lejos del óptimo, que sitúa a Harris como más que previsible futura presidenta. Dos campañas antagónicas.
Las elecciones americanas menos americanas de la historia. No por el tópico de que influyen sobre todo el planeta, que también, sino precisamente porque se ven afectadas por los mismos males que el resto de Occidente. Dos opciones radicalmente diferentes, contrapuestas. Parte de la población, polarizada, empujada al enfrentamiento por unos medios de comunicación sin el más mínimo interés por la verdad. Panorama europeo. Un capítulo más de este año, en el que los estadounidenses sí podrán escoger entre los dos modelos ya evidentes en el viejo continente.
Como no ha ocurrido en España, Francia o Reino Unido, más allá de iniciativas locales y puntuales, los ciudadanos decidirán si quieren para su nación un cambio radical, total, de la sociedad que han conocido desde su nacimiento. Una reorganización, en términos de libertad, caracterizada de inicio por un confinamiento nacional y limitaciones de Derechos Fundamentales, que ya ha tenido notorios efectos nefastos sobre Nueva York. En materia institucional, por la ampliación de la Corte Suprema, después de 177 años, para cambiar la mayoría (6 a 3) de jueces de perfil conservador, y por el ascenso de Puerto Rico y el Distrito de Columbia al rango de estado, que daría de manera perenne cuatro senadores más al partido Demócrata y una sólida mayoría en la Cámara Alta. En política migratoria, por la voluntad de aumentar un 700 % el número de refugiados en diferentes estados de la Unión. En lo energético, por un plan de eliminación de los combustibles fósiles, a través del progresivo desuso de la fracturación hidráulica (fracking) y de la subida impositiva.
Una vía que, so pretexto de combatir un virus, pretende cancelar la tradición civil, política e institucional de los Estados Unidos, integrada por las grandes corporaciones tecnológicas y mediáticas, en férreo control de la opinión publicada (el portátil de Hunter sería portada de todos los periódicos si su padre, en lugar de llamarse Joe, se llamase Donald). Financiada por grandes empresas (la campaña de Biden es, de lejos, la que más ha recaudado en la historia, frente a la de Trump que, sin grandes multinacionales detrás, presenta una aportación media de 61 dólares por contribuyente). Y apoyada por los movimientos violentos, con Black Lives Matters a la cabeza, cada día más presentes en las calles de las principales ciudades del país.
Un modelo que recuerda a la agenda adoptada por Sánchez, Macron o Johnson, habituales del Foro de Davos, al que acuden asiduamente Arrimadas y Casado. Un Gran Reinicio para el que "la pandemia representa una oportunidad, inusual y reducida, para reflexionar, reimaginar (sic) y reiniciar nuestro mundo", según Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial. "Una oportunidad que nunca habíamos tenido, y puede que nunca volvamos a tener", en palabras del príncipe Carlos de Inglaterra.
Enfrente, una opción dirigida a una nación consciente de sí misma en la que ya resuenan voces que se niegan a ser Europa, centrada en mantener lo que funciona y contrarrestar unas corrientes discursivas que tienen a millones de americanos diciendo lo que no piensan para evitar ser señalados. Mintiendo. "Antes, los centros comerciales no decían Feliz Navidad, desde que hemos empezado a decirlo nosotros, han vuelto a hacerlo", afirmaba Trump la semana pasada.
Más allá de iniciativas locales y puntuales, una propuesta económica basada en la promesa de intensificar las rebajas fiscales y la reducción de la burocracia que en febrero situaron la tasa de desempleo en un histórico 3,5 % y que, tras tocar techo en abril (14,7 %), en septiembre la llevaron al 7,9 %, camino del 5 % cuando este viernes se publiquen los datos del mes de octubre. Política, sustentada en la defensa de las instituciones de la nación y el apoyo a las fuerzas del orden, demonizadas en los meses precedentes. Moral, con la defensa de la libertad religiosa y la recuperación de la educación patriótica en las escuelas como bandera.
No hace tanto tiempo dijo Reagan aquello de "la libertad nunca está a más de una generación de extinguirse". Hoy, millones de americanos tienen la oportunidad de votar para alejar ese riesgo, al menos, otra generación.