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Trump reforma el Ala Este de la Casa Blanca de Trump y la izquierda se indigna

El proyecto, costeado por donantes privados, busca modernizar la Casa Blanca y acaba convertido en polémica política.

La Casa Blanca es un edificio que ha sido ampliado y reformado en un montón de ocasiones a lo largo de los años. Truman tuvo que reconstruirla casi de cero durante los años 40 para evitar que se viniera abajo. Pero es cierto que el edificio principal, el que sale en las fotos, se ha mantenido bastante estable. La mayor parte de las reformas que ha sufrido tienen que ver con sus alas, edificios esencialmente independientes pero conectados con la Casa Blanca original, que actualmente sirve sobre todo de residencia para la familia presidencial.

El Ala Oeste alberga la mayor parte del trabajo administrativo, desde la sala de prensa hasta el famoso Despacho Oval. El Ala Este, en cambio, construida a comienzos del siglo XX para recibir los carruajes de los visitantes, es menos conocida y bastante menos funcional. Alberga espacios como la sala de cine, los despachos de la Primera Dama y las zonas donde los trabajadores escriben las invitaciones caligrafiadas.

Pues bien, Donald Trump ha derribado ese ala por completo. La razón es funcional: en la Casa Blanca no se podían celebrar bodas ni grandes eventos sin recurrir a carpas y baños portátiles, una imagen poco digna del país más poderoso del mundo. Así que Trump ha decidido construir un gran salón con capacidad para un millar de invitados, aprovechando para mejorar la seguridad, instalar paneles solares y reforzar el aislamiento. El coste estimado es de 500 millones de dólares, financiados con fondos privados y del propio expresidente.

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Lo peculiar de esta reforma es que la izquierda ha enloquecido. Medios como The New York Times o MSNBC lo acusan de querer construirse un "palacio dorado" con baños de oro macizo, ignorando que probablemente la obra beneficiará más a futuros presidentes que a él mismo. Los críticos apuntan a los donantes privados que costean la reforma, insinuando favores futuros, mientras olvidan los 376 millones de dólares públicos gastados durante la presidencia de Obama o los muebles que los Clinton se llevaron tras renovar la Casa Blanca con donaciones.

En el fondo, el problema no es la reforma, sino que la hace Trump. Si se critica todo lo que hace un político sin valorar el contenido, se acaba demostrando que importa el quién, no el qué. Y, sin entrar en ideologías, ¿qué mejor presidente para dirigir una obra que un empresario inmobiliario que ha construido durante toda su vida? Si la izquierda continúa con esta reacción desmesurada, solo conseguirá que Trump vuelva a parecer el adulto en la habitación.

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