Cuando David Cameron aceptó la convocatoria de un referéndum para la separación de Escocia, muchos analistas lo vieron como una jugada inteligente. Así evitaría dar más transferencias al Gobierno del nacionalista Alex Salmond y se cerraría el problema escocés durante muchos años, puesto que las encuestas dibujaban un estado de opinión en el que el "no" ganaba casi por dos tercios a uno.
Pero el nacionalismo escocés ha hecho campaña y poco a poco ha ido reduciendo las diferencias. El día clave fue el 6 de septiembre, cuando se anunció la primera encuesta que daba el triunfo al independentismo. Encuesta que tenía, eso sí, la particularidad de no incluir a los indecisos. Lo impensable ahora parece una posibilidad real. Y naturalmente lo primero que han prometido los unionistas es otorgar a Escocia todas las competencias imaginables.
Estos días pasados, tanto en Edimburgo como en carreteras y pueblos del interior de Escocia la presencia del eslogan "No, thanks" era casi testimonial. Como allí al menos se tiene la decencia de no ensuciar las farolas y las calles con mensajes electorales, los carteles se exhiben sobre todo en ventanas de viviendas o en terrenos privados. En Portree, la principal población de la isla de Skye, la campaña del "Yes Scotland" tenía hasta un local en la principal calle comercial.
Los escoceses con los que he hablado, en general, reconocían las diferencias entre su caso y el catalán. Al fin y al cabo, son un país independiente que se unió voluntariamente hace 307 años a Inglaterra a través de una decisión soberana de su parlamento. Una decisión que se considera la principal causa de la llamada Ilustración escocesa, un periodo dorado que daría al mundo personajes tan importantes como David Hume, Adam Smith o James Watt. Pero parece que el Reino Unido haya recorrido a marchas forzadas el camino que emprendió España con las autonomías. El referéndum para la formación de un gobierno autónomo fue en 1997, hace sólo diecisiete años.
Un partidario del "sí" se me mostró frustrado porque la discusión pública haya sido exclusivamente sobre materia económica y no se haya hablado de identidad escocesa o incluso del orgullo de ser británico, que no compartía pero podía entender. Quizá la razón estriba en que el sentimiento de identidad allí es escocés, no británico, y ampliamente compartido entre los partidarios de una u otra opción. The Economist protestaba recientemente por el poco uso que la campaña por el "no" ha hecho de la idea de la Unión como una considerable mejora ética sobre las naciones fundadas sobre ideas de identidad o etnia. De modo que la campaña se ha centrado en la economía y en la conveniencia técnica de irse o permanecer en el Reino Unido.
Siendo Escocia una región muy escorada a la izquierda, donde sólo uno de los miembros del parlamento británico de entre los 59 elegidos allí es conservador, la táctica de Alex Salmond ha consistido en centrarse en los recortes, afirmar que sólo siendo independientes se podrá mantener y mejorar el Estado del Bienestar y advirtiendo del riesgo que correría el sistema sanitario público (NHS) en caso de mantenerse Escocia en el Reino Unido. ¿Y cómo pagarían la fiesta? Con el dinero del petróleo del Mar del Norte, que les correspondería a ellos en lugar de tener que repartirlo con el resto de la Unión, y que les permitiría incluso bajar los impuestos.
Ese ha sido el foco de la campaña. En un debate celebrado ante 100.000 jóvenes de entre 16 y 18 años, que tendrán derecho a voto en esta consulta, tanto las preguntas de los chicos como las respuestas de los políticos se centraron en la economía, en el país ideal que tendrían si se independizaran según unos, o en las fantasías que venden los nacionalistas según otros. Casi ausentes estuvieron las posibles dificultades para ingresar en la Unión Europea o el temido "efecto frontera" que tanto perjudica las economías de los países que se separan. Lo que tanto unionistas como separatistas venden es la manera más eficaz en que Escocia pueda convertirse en un Estado al estilo escandinavo, en un momento en que ni éstos son ya lo que eran.
Otro escocés, éste más indeciso, me decía que tenía pensado votar "sí" como forma de presión para que Westminster cediera más competencias a Holyrood, pero ahora empezaba a echarse para atrás ante la posibilidad de que pudiera ganar y visto que ese objetivo se ha cumplido ya sólo con la cercanía en las encuestas. El llamado devo-max, que sería un esquema similar al del concierto vasco, parece casi hecho en el caso de que el "no" gane finalmente el referéndum.
Pero en caso de lograr la independencia, el monocultivo ideológico en el que vive Escocia desde hace décadas sin duda dificultaría mucho que prosperase. En las áreas sobre las que tienen capacidad legislativa, Holyrood ha preferido mantener un Estado lo más socialista posible, aprovechando que el Reino Unido gasta bastante más per cápita en Escocia que en el resto de la nación, sin optar nunca por la capacidad que tiene de bajar ligeramente los impuestos. Medidas como que las universidades escocesas sean gratuitas para los estudiantes escoceses, pero no para el resto de alumnos británicos, tampoco les ha procurado un amor incondicional del resto de la Unión, precisamente. Sin el freno que supone un Reino Unido algo más sensato en materia económica, no sería extraño que los profesionales y empresas más exitosas huyeran al sur de la frontera.
Naturalmente, el núcleo duro del nacionalismo escocés sí se siente cerca de sus homólogos catalanes y son menos sensibles a las diferencias entre ellos. Esperando al ferry, en la isla de Skye, un autobús de la Generalidad catalana operado por la empresa privada Special Tours hizo suponer a uno de ellos, con su pulsera del "Yes Scotland", que los españoles que estábamos ahí éramos todos catalanes y no ocultó su interés y simpatía por el proceso secesionista. Pero no serán ellos los que den un hipotético triunfo al "sí", sino los laboristas, aproximadamente un tercio del total, que piensan no hacer caso a sus dirigentes.
Y es que, aunque el Partido Laborista ha sido el que ha tomado el mando de la campaña "Better Together" (Mejor Juntos), dado que los torys no tienen una gran presencia en Escocia, no parece que sus esfuerzos se hayan visto recompensados. No sería de extrañar que la causa estuviera en que la izquierda en el Reino Unido, como en tantos otros países, no parece tener un gran afecto hacia su propio país. Y así es difícil ganarse los corazones de los escoceses.