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Habla un testigo directo de la masacre del 7-O: "Mataron hasta a los animales, no tuvieron clemencia con nadie"

Hablamos con una mujer que vivió el atentado de Hamás en uno de los sitios más castigados por los terroristas: el kibutz Kfar Aza, a minutos de Gaza.

Hablamos con una mujer que vivió el atentado de Hamás en uno de los sitios más castigados por los terroristas: el kibutz Kfar Aza, a minutos de Gaza.
Liron con la fotografía de su cuñado Yahav, que fue asesinado el 7-O. | C.Jordá

"Me llamo Liron Harcohen, tengo 30 años, me casé en mayo y vivo en el kibutz Kfar Aza, uno de los que fue atacado el siete de octubre". Así se me presenta la mujer con la que me he sentado en una cafetería del centro de Madrid. La oportunidad de entrevistarla ha surgido sólo una hora antes, se encuentra en Madrid en un viaje de unos días tras el trauma vivido y tiene los suficientes ánimos para contar su terrible experiencia. También, creo, la necesidad de hacerlo.

No he tenido tiempo de prepararme una entrevista más convencional, pero lo cierto es que tampoco me parece muy necesaria: me limito a poner en marcha la grabadora del móvil y dejo que me cuente lo que pasó ese fatídico día.

"Vivimos muy cerca de la frontera con Gaza, sólo a un par de kilómetros, puedes ir andando", me dice, "es una zona a la que no viene mucha gente porque hay lanzamiento de cohetes muy a menudo, la mayor parte del tiempo está tranquilo, pero en cuanto hay una guerra nos mandan muchos cohetes".

"El kibutz es un lugar muy bonito, vivimos como una comunidad en la que nos ayudamos unos a otros y, de verdad, es gente muy pacífica", explica haciendo un esfuerzo casi físico para que yo entienda que realmente esos pequeños kibutz del sur de Israel son sitios casi idílicos. El caso es que estuve en uno hace unos años, no me cuesta tanto creerla como ella piensa.

"Me mudé para vivir con mi marido –sigue–, su familia vive allí: sus padres con su hermano pequeño y su hermano mayor con su mujer y su hijo recién nacido. Tenemos tres casas, muy cerca una de las otras", dice, antes de insistir en cómo son, o eran, los habitantes de Kfar Aza: "Gente que se ayuda, muchos chicos y niños, personas de buen corazón, muy pacíficas. Es un lugar muy agradable".

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Liron con la fotografía de su cuñado Yahav | C.Jordá

O lo era, hasta el 7 de octubre a eso de las seis y media de la mañana: "Mi marido y yo estábamos durmiendo en la habitación-refugio", me dice y me explica que todas las casas del kibutz tienen una habitación que está hecha con materiales más resistentes y es en la que esconden cuando hay bombardeos desde Gaza. "Nos despertamos 6:30 al escuchar bombas y las sirenas. Al principio pensamos que era lo de siempre, soy del sur de Israel, estoy acostumbrada, nuestra realidad es diferente", dice.

Pero a partir de ese momento pasó algo a lo que ya no estaban acostumbrados: "Oímos disparos de kalashnikov y pensamos que sería algo que venía de la frontera, le pregunté a mi marido si eso era normal y él me respondió que no, que no sabía que estaba pasando y que no había pasado antes".

"Me llamó mi hermano y me dijo: ‘hay terroristas en vuestro kibutz, escondeos porque están en vuestro kibutz’. Así que cogimos una botella de agua, nos pusimos zapatillas deportivas por si había que salir corriendo, agarramos un cuchillo de cocina y nos escondimos en la habitación-refugio".

22 horas en el refugio

Entonces no lo sabían pero empezaba una estancia de 22 horas en esa habitación protegida, sí, pero no lo suficiente: "Cerramos la puerta pero esas puertas no se pueden cerrar con llave porque es un refugio hecho para los cohetes, así que si llegaban los terroristas tendríamos que sostenerla nosotros mismos".

"Estábamos allí y empecé a mirar los grupos de WhatsApp del kibutz, todo el mundo estaba escribiendo lo que pasaba: ‘Hay terroristas en mi casa, estoy herido’, otros pedían ayuda: ‘¿Alguien puede venir?’ Pero no sabíamos qué hacer", me cuenta sintiendo, todavía, la angustia del momento.

Una angustia que no iba a bajar, sino más bien al contrario: "La madre de mi marido me llamó y me contó que el hermano mayor no contestaba al móvil y su mujer tampoco. Yo traté de tranquilizarla, pero ella me dijo que sentía que algo horrible había pasado".

Como la mayoría de los israelíes, el marido de Liron había pasado por el ejército y además en una "unidad especial", según las palabras que encuentra en un inglés que, como el mío propio, no es cien por cien fluido: "Trató de contactar con sus colegas y decirles lo que estaba ocurriendo, porque allí no había nadie del ejército. Esperamos durante horas a que llegasen y en ese tiempo nadie nos dijo nada, habíamos perdido toda esperanza, no sabíamos qué hacer".

Traicionados por sus trabajadores

Al parecer cada kibutz de la zona tiene a un grupo de sus habitantes elegido para encargarse de la seguridad, pero en Kfar Aza no sirvió de nada porque "no tenían las armas en sus casas, fueron al lugar en el que se guardan y los terroristas estaban allí escondidos, así que cuando abrieron los mataron y se llevaron las armas".

¿Cómo es posible que los terroristas tuviesen tanta información? La explicación es tan sencilla como terrible: "Lo sabían todo, tenían un mapa con todo lo que había en el kibutz, teníamos trabajadores contratados que venían de Gaza con un permiso, ellos dieron la información y alguno incluso vino entre los terroristas. Contaron dónde estaban las familias con los niños, a dónde tenían que ir a por qué, era información desde dentro. Les dimos trabajo y ellos vinieron a matarnos".

Ese hecho es parte de lo que explica el cambio de mentalidad que la masacre del 7-O ha supuesto para los israelíes: "A partir de ahora no puedo confiar en ellos –nos confiesa Liron– yo realmente creía en la paz, incluso estuve en un programa en la universidad en el que estábamos juntos judíos, árabes y palestinos, nos encantaba estar juntos, pero ahora es muy difícil creerles. Sí, sé que no todos son psicópatas asesinos, pero es muy difícil, ¿qué harías tú si os hubiese pasado a vosotros, podrías confiar?". La respuesta es tan obvia que creo me basta con mirarla para que lo entienda, pero aún así lo digo: "Por supuesto que no".

El peligro más cerca que nunca

Las horas pasaban y Liron y su marido seguían sin saber qué había pasado con el hermano que no daba señales de vida. Por suerte, sí seguían "en contacto con los padres de mi marido, su abuelo y el hermano pequeño, que estaban en el refugio, pero entonces escribieron en el grupo de WhatsApp que había un terrorista dentro de su casa".

El de Hamás "rompió todo lo que había en la casa y trató de abrir la puerta del refugio, pero ellos se resistieron desde dentro hasta que finalmente se fue, llevándose todo el dinero y las cosas de valor". El de los robos es un detalle que no ha transcendido mucho, así que me llama la atención. Lirón me lo confirma: "No vinieron solo a matar, robaron y violaron a mujeres". Me pone un ejemplo terrible: "A una chica de 20 años la cogieron, la violaron, la mataron, la cortaron y al final la quemaron. También quemaron a su padre y a otro familiar se lo llevaron secuestrado a Gaza".

La situación era un absoluto caos, como es obvio, los mensajes de ayuda llegaban y llegaban a los grupos de WhatsApp pero nadie podía hacer nada, hasta que en un momento dado la información en el móvil era aún más angustiosa: "Leí que había terroristas en la casa de mis vecinos, la más cercana, le pegaron fuego a esa casa y a otra al lado y asumimos que ya estaban allí. Escuché árabe en la ventana y pensamos que tendríamos que decidir ya entre salir corriendo y escondernos entre los arbustos o quedarnos en el refugio, pero entonces escuchamos como se iban a otro lado. Pasaron de largo por nuestra casa, fue un milagro".

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Liron, fotografiada durante su visita a Madrid | C.Jordá

Hasta esos vecinos a cuya casa los terroristas pegaron fuego con ellos dentro lograron sobrevivir, aunque no sin daño: "Tuvieron que atravesar el fuego con su hija de un año en brazos, están los tres quemados y en el hospital, pero se salvaron".

"Teníamos mucho miedo, por nuestros vecinos, por los padres de mi marido, por su hermano que no respondía, por nosotros, por todo el mundo!", me cuenta. Y, además, mientras todo esto pasaba "seguíamos oyendo el sonido de las kalashnikov, las granadas, los RPG".

Además, con el tiempo dejaron de estar comunicados con las otras familias del kibutz y con el exterior: "Empezaron a cortarse las conexiones con los demás porque los terroristas habían cortado la electricidad y dejo de haber wi-fi. Y después se cayó toda la internet".

Los de Hamás no sólo habían acabado con las líneas eléctricas sino que también tumbaron las torres de telefonía: "Ellos sabían que hacer, tenían un plan", nos dice Liron, mientras que los civiles escondidos en sus casas lo que sabían era que "cada vez que se disparaba un arma estaban matando a alguien y no dejamos de escucharlas en todo el día.

Los terroristas no pasaron por el kibutz, sino que se quedaron allí y "trataron de matar a todo el mundo, no les importaba si era un bebé, una niña, gente mayor, padres… mataron a todo el mundo, a los tailandeses que trabajaban en la agricultura por la zona los asesinaron también. ¡Mataron hasta a los animales, no tuvieron clemencia con nadie!".

Llega la ayuda

Finalmente, llegó la ayuda, aunque no fue sencillo: "Vimos al ejército entrar y pensamos que ya estaba todo bien, pero hubo una batalla". Los militares no llegaron a la casa de Liron hasta dos de la madrugada: "Escuchamos a gente hablando en hebreo, pero nos habían dicho que no saliésemos porque los terroristas hablaban hebreo también y a algunos les habían dicho que saliesen diciendo que eran del ejército y los habían matado".

Finalmente, esta vez sí eran soldados israelíes: "Oímos como hablaban entre ellos y era hebreo con acento israelí, fuimos a la ventana, abrimos y entró un montón de humo y polvo, olor de armas y de fuego. Nos reunimos fuera con los soldados y alguna familia más, comprobaron que no había más terroristas por allí y entonces nos dijeron que volviésemos a nuestras casas y que vendían a por nosotros por la mañana, porque era más peligroso salir entonces".

Sin embargo, "volvieron una hora después y nos dijeron que había que salir ya, porque por la mañana sería peor, que había que irse, coger rápido alguna cosa y salir corriendo. Agarré esta mochila –me dice enseñándome la bolsa azul que lleva consigo– con algo de ropa interior, mi cartera y mi ordenador, eso fue todo".

La huida no fue sencilla: "Éramos unas diez familias y los soldados nos rodearon y nos dijeron que teníamos que movernos rápido y que no mirásemos a los lados, sólo adelante. Era aterrador –sigue contándome– todavía oíamos los disparos y fue entonces cuando vimos cómo estaba el kibutz, algo horrible, era como el fin del mundo, las calles destrozadas, las casas quemadas, los coches echando humo o tiroteados, cadáveres de los terroristas o de gente del kibutz por el suelo…".

La huida a pie duró "unos diez minutos", hasta que salieron del kibutz y llegaron a una gasolinera muy cerca. Desde allí "nos llevaron fuera de la zona, por una carretera en la que había un montón de coches tiroteados, con familias… dispararon a todo".

Ellos se habían salvado, pero "a esas horas no teníamos contacto ni con los padres de mi marido ni con su hermano". No fue "hasta las 11 de la mañana cuando por fin contactamos con los padres, ellos estaban bien, pero seguíamos sin saber qué había pasado con el hermano mayor".

De hecho, al principio creyeron que había sido secuestrado y estuvieron tres días sin saber qué había pasado en realidad, pero al final la noticia fue la peor posible: "Nos dijeron que habían encontrado el cuerpo en la casa, aunque los soldados todavía no podían entrar porque los terroristas habían puesto bombas dentro de las casas para matar a los militares cuando llegasen".

Yahav, que así se llamaba, había sido asesinado mientras trataba de proteger a su mujer y a su hijo de un mes: "Los terroristas intentaron abrir la ventana, él la cerro y mientras la mantenía cerrada –como las puertas las ventanas de estos refugios tampoco pueden cerrarse– su mujer salió corriendo con el niño". A ella le dispararon pero no le dieron, pero cuando él trató de escapar también le asesinaron.

La mujer, al final, sí logró salvarse: "Se escondió en un edificio y se cubrió con algo, pero el bebé empezó a llorar, así que salió corriendo y llamó a algunas puertas. La gente no le abría porque no sabían que estaba pasando y tenían mucho miedo, hasta que un vecino la vio y dejó que se refugiase con su familia".

¿Qué va a ocurrir después de la guerra?

Concluido el relato de lo que pasó ese día terrible comentamos el golpe que lo ocurrido el 7-O. ha supuesto para Israel. "Pensábamos que algo así no podía pasar, que estábamos seguros – me cuenta Liron- fue como un pogromo, es la primera vez que me siento como un judío", me dice con una mezcla extraña de amargura y cierto humor.

Por supuesto, la reacción en el país ha sido unánime: "La gente está muy unida ahora, hay un verdadero espíritu de unidad y solidaridad, muchas ganas de ayudar, voluntarios para todo, pero al mismo tiempo hay mucha preocupación y miedo, todo el mundo piensa que esto le puede pasar a su familia".

Liron lamenta que "aunque ganemos la guerra no sé si esto es una victoria", porque "hemos perdido mucho". Eso sí, "ganaremos nuestra seguridad", dice explicando que "no queremos herir a civiles en Gaza, pero tenemos que protegernos de Hamás porque si no serán ellos los que nos maten a nosotros".

Recuerda que antes de los bombardeos en Gaza el ejército de Israel avisa a las personas en la zona de lo que va a ocurrir. "¿Qué país hace eso después de que hayan masacrado a su gente?", se pregunta.

Por último, le pregunto qué va a hacer ella misma y qué va a pasar con todas las personas que vivían en esos lugares que ya para siempre serán el escenario donde hubo una masacre. "Hay gente –me responde– que ha perdido a seres queridos y para la que volver será muy difícil; otros dicen que sólo volverán si les dan garantías de seguridad y si no existe Hamás; y también hay otros dicen que irán y reconstruirán su casa, que no van a abandonar su hogar, para ellos es un empeño ideológico".

¿Y en cuanto a sí misma? Pues por lo que me cuenta hay un cuarto grupo en el que podemos colocar a los que todavía no saben qué hacer: "No sé qué pasará a partir de ahora, mi vida ha cambiado y vivo al día, cada día es nuevo, no pienso más allá".

Y qué le vas a decir sobre esa forma de ver las cosas a una persona que vio como en una mañana de octubre el terrorismo acababa, y de la forma más cruel, con lo que pensaba que era todo su mundo.

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