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La guerra seguirá en Gaza pero… ¿puede además extenderse por Oriente Medio?

Mientras Israel sigue combatiendo en Gaza, los últimos acontecimientos en el área hacen a muchos hablar de la extensión del conflicto. ¿Puede ocurrir?

Mientras Israel sigue combatiendo en Gaza, los últimos acontecimientos en el área hacen a muchos hablar de la extensión del conflicto. ¿Puede ocurrir?
Simpatizantes de Hezbolá en un acto en Beirut. | EFE/EPA/ABBAS SALMAN

Tres meses después del brutal atentado del 7 de octubre, Israel sigue luchando contra Hamás en la Franja de Gaza, lo que convierte este en el conflicto más largo del Estado judío desde que acabase la primera guerra del Líbano en junio de 1985.

Es también una de las guerras que más vidas israelíes ha costado: en este caso hay que remontarse a la del Yom Kippur en 1973 para encontrar una cifra que supere las más de 1.500 víctimas mortales que ha supuesto ya este enfrentamiento.

No obstante, y este es uno de los primeros datos que conviene analizar para tener una idea de cómo evoluciona el conflicto, la gran mayoría de ellas se produjeron durante el 7 de octubre: en las operaciones militares desde la invasión terrestre de la Franja ha habido 175 soldados fallecidos, lo que sin duda es una cifra alta e incluso dramática para un país del tamaño de Israel, pero no deja de estar por debajo de lo que la mayor parte de los analistas estimaban como más probable para una guerra como la que está llevando a cabo: contra un enemigo que se esconde entre la población civil y en el más que complicado entorno casi cien por cien urbano de Gaza.

¿Está logrando Israel sus objetivos?

Aunque se trate de un número de bajas inferior al que se hubiese podido prever de antemano, supone un coste altísimo para Israel y cabe preguntarse si a cambio de ello se están alcanzando los objetivos militares previstos.

A estas alturas es difícil afirmarlo, entre otras razones porque lo más probable es que la guerra se prolongue todavía durante varios meses, pero aparentemente el avance de las tropas de Israel está siendo sólido: por el momento tienen bajo control casi todo el norte de la Franja y han avanzado también en partes del centro, especialmente en la ciudad de Jan Yunis, de unos 150.000 habitantes y uno de los bastiones de Hamás, donde están teniendo lugar los combates más duros de los últimos días.

De hecho, los últimos movimientos de Israel, que ha desmovilizado algunas brigadas de reservistas que combatían desde el inicio del conflicto, hacen pensar que se está pasando a una tercera fase de la operación –tras las primeras semanas de bombardeos aéreos y la etapa inicial de la invasión terrestre que estaría concluyendo ahora– en la que necesitaría menos efectivos sobre el terreno.

En su avance las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF por sus siglas en inglés) han eliminado ya a miles de terroristas –aunque no serán tantos como las disparatadas cifras de fallecidos que ofrece la maquinaria propagandística de Hamás y se traga sin pestañear la prensa europea–; han detenido e interrogado a cientos; han destruido una cantidad ingente de "infraestructura terrorista", como la llaman las IDF, incluyendo más de 1.500 salidas y tramos de túneles; han conseguido una cantidad ingente de material de inteligencia… Parece, en definitiva, un balance positivo.

Otros aspectos de la operación, en cambio, están resultando menos exitosos, al menos de momento: no se han liberado casi rehenes, más allá de los que se intercambiaron durante la tregua, de forma que hay casi 130 que siguen en manos de los terroristas; y por ahora no se han podido eliminar a un número significativo de los más altos más altos de la organización terrorista en Gaza, si bien otras noticias como la eliminación en Beirut de Saleh al Arouri, considerado "número dos del brazo político de Hamás", compensan lo que no se está logrando hacer, al menos aparentemente, en la propia Franja.

¿Puede extenderse la guerra?

La operación para acabar con Al Arouri ha vuelto a traer a las portadas la posibilidad de que el conflicto escale y se expanda a otros países en una región, Oriente Medio, que lleva prácticamente un siglo de inestabilidad.

Una vez más, Hezbolá –la banda terrorista que controla buena parte del Líbano y está llevando al país a algo que será complicado que no acabe en una nueva guerra civil– ha vertido nuevas y muy altisonantes amenazas a Israel, tal y como viene haciendo desde el 7 de octubre. De hecho, el grupo terrorista chií ha lanzado desde entonces continuos ataques sobre las poblaciones del norte de Israel a través de cohetes o disparos de morteros, que han provocado otras tantas respuestas de las IDF que, a través de ataques aéreos o de artillería, han eliminado más de 130 células terroristas, según los datos ofrecidos por el propio ejército de Israel.

Sin embargo, aunque desde el punto de vista de la confortable Europa esta dinámica de bombardeos a uno y otro lado de la frontera no podría ser otra cosa que la antesala de un conflicto a mayor escala, en el avispero de Oriente Medio no es necesariamente así y lo cierto es que ni Israel ni Hezbolá están realmente interesados en emprender una guerra que tendría un coste brutal para ambos, sobre todo para la organización chií, que sí parece haber entendido algo que Hamás no imaginó: que tras el 7 de octubre estamos ante un nuevo escenario en el que el Estado judío no puede hacer las cosas a medias y, por tanto, si hay guerra esta será más larga, más intensa y es posible que acabe por muchos años con el poder inusitado que ahora tiene Hezbolá en el Líbano.

Además, si de verdad la banda terrorista chií quisiese una guerra, ¿no habría sido lo lógico lanzarla justo después del 7 de octubre o mientras Israel concentraba su mayor esfuerzo en Gaza y no ahora que la guerra parece requerir menos recursos, al menos humanos?

Del otro lado, aunque Israel haya anunciado que tiene capacidad para seguir luchando en el sur y emprender también una batalla aún más dura en el norte, lo cierto es que no es un escenario óptimo, por mucho que los dirigentes israelíes también suban el tono en la esperanza de que eso lleve a que la presión internacional pueda frenar Hezbolá.

¿Y qué pasa con los hutíes?

En la otra esquina de este pequeño rincón del mundo, los hutíes de Yemen y sus ataques en el mar Rojo representan otra posibilidad de escalada que quizá sea aún más seria que Hezbolá en este momento.

Unos ataques que están amenazando una de las principales vías de navegación del mundo y eso pone en juego intereses que podrían desbordarse en cualquier momento. De hecho, Estados Unidos ya ha puesto en marcha una operación militar para asegurar la navegación en la zona.

Y, sobre todo, es posible que los hutíes resultasen un recurso más reemplazable que Hezbolá para el verdadero poder detrás de todos los grupos de los que estamos hablando, que no es otro que Irán, financiador, adiestrador y amo en la práctica de unos y otros. El régimen de los ayatolas extiende su influencia por toda la región a través de estos proxys que le permiten atacar a sus grandes enemigos –el propio Israel pero también Arabia Saudí– sin asumir el riesgo de una confrontación directa que podría hacer tambalearse a un régimen que, al fin al cabo, sobrevive pese al rechazo mayoritario de su población.

En este caso, por último, lo que vale para Irán aún vale más para otros países en el área que no necesitan, no desean y no se van a embarcar en un enfrentamiento con Israel: ya lo han hecho otras veces y siempre han sido derrotados.

A todo lo anterior hay que hacerle dos salvedades: la primera que la historia de la humanidad está llena de guerras que sus contendientes no quería luchar y a las que se llegó por errores, escaladas incontrolables o pura mala suerte; y la segunda: que estamos hablando de Oriente Medio, un lugar en el que casi todo es posible en cualquier momento.

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