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NASCAR se enfrenta a una millonaria demanda de Michael Jordan que cuestiona el modelo de negocio de la competición

Michael Jordan, copropietario de 23XI Racing, que ha decidido llevar a los tribunales el modelo económico sobre el que se asienta toda la competición.

Michael Jordan, copropietario de 23XI Racing, que ha decidido llevar a los tribunales el modelo económico sobre el que se asienta toda la competición.
Michael Jordan | Cordon Press

La industria del deporte vive estos meses uno de sus juicios antimonopolio más importantes, y, curiosamente, no es en el fútbol, el baloncesto o la NFL, sino en el corazón del automovilismo estadounidense: NASCAR. El detonante tiene nombre propio: Michael Jordan, copropietario del equipo 23XI Racing, que ha decidido llevar a los tribunales el modelo económico sobre el que se asienta toda la competición.

Durante una semana de vistas judiciales celebrada en Charlotte, Carolina del Norte, el proceso judicial ha destapado una enorme cantidad de datos financieros, prácticas internas y tensiones entre equipos y liga que recuerdan a los momentos de ruptura económica en otros deportes. La diferencia es que aquí no se discute un convenio colectivo o un límite salarial: se discute si un deporte entero ha estado organizado para que los equipos pierdan dinero mientras la liga lo gana.

El juez Kenneth Bell ya ha determinado que NASCAR ejerce poder monopólico en el mercado de las carreras de stock car. La cuestión ahora es si ese poder se ha usado para (1) limitar artificialmente los ingresos de los equipos, (2) controlar qué equipos entran o salen del campeonato, (3) imponer contratos sin negociación real, y (4) diseñar un sistema de "licencias" que da derecho a participar en las carreras y los ingresos, pero no otorga poder alguno sobre las decisiones que toma la liga. Este cuarto punto es crucial, porque Jordan alega que NASCAR impuso el nuevo contrato de charters con solo seis horas de plazo para firmarlo y una cláusula que impedía demandar a la liga por esta cuestión.

Jordan no necesita que NASCAR sea rentable para él. Su fortuna está sobradamente asentada, merced a muy buenas decisiones de inversión que arrancaron con su exitosa colaboración con Nike, en virtud de la cual nació el icónico modelo de zapatillas Air que se ilustran con la figura del legendario jugador de baloncesto. Así pues, su bienestar económico no depende de este negocio y su posición financiera es lo suficientemente sólida para librar un pulso a la competición automovilística sin miedo a represalias. Su presencia en el juicio —cada día, sentado en primera fila— ha tenido un enorme peso simbólico y estratégico.

Como ocurre en la economía del deporte cuando un actor con capacidad financiera entra en un mercado rígido, Jordan ha tensionado la estructura del sistema. Su mera participación expone una contradicción: si un equipo con la mayor capacidad comercial de la liga (23XI genera 40 millones anuales en patrocinios) apenas puede equilibrar cuentas, ¿qué queda para el resto? En este sentido, la decisión de litigar que ha tomado quien fue la estrella máxima de la NBA durante los años 90 ha dado voz al malestar acumulado de muchos propietarios históricos que, según emails revelados en la vista, están "al borde del colapso financiero" pese a ganar campeonatos.

Si el jurado concluye que NASCAR utilizó su posición monopolística para limitar los ingresos de los equipos, las consecuencias pueden ser históricas. Se habla de pérdidas de 364,7 millones de dólares, que podrían triplicarse si el juez concluye que la competición ha vulnerado la ley antimonopolio, hasta llegar a superar los 1.000 millones. NASCAR podría verse obligada a hacer permanente su sistema de licencias, a divulgar sus cuentas con la transparencia que decenas de actores relevantes han venido reclamando desde hace muchos años, a modificar el sistema de reparto de ingresos e, incluso, a vender parte de sus circuitos. Y si la relación se rompe del todo, 23XI y Front Row podrían abandonar la competición, arrastrando un enorme impacto mediático. En términos de economía del deporte, sería equivalente a obligar a la NFL (fútbol americano) o la NBA (baloncesto) a reescribir sus reglas internas de funcionamiento.

Más allá del veredicto, el verdadero impacto ya es visible: la estructura económica de NASCAR ha quedado expuesta y es difícil imaginar que todo continúe igual. El juicio ha mostrado que la competición funciona como una empresa verticalmente integrada que captura la mayor parte del valor económico, mientras que los equipos, que deberían ser actores competitivos y sostenibles, sobreviven a través de patrocinios cada vez más difíciles de asegurar. El equilibrio competitivo, fundamental en cualquier liga deportivo, está tan roto que 11 de sus 15 equipos pierden dinero.

La industria del motor estadounidense se enfrenta ahora a una pregunta que ya han afrontado otros deportes globales:¿qué modelo económico garantiza que la liga crezca sin que sus equipos colapsen? En último término, pues, la batalla no es solo jurídica, sino que está especialmente ligada al negocio de este deporte tan popular en Estados Unidos, obligado ahora a replantearse cómo reparte el valor generado por las carreras y cuál debe ser el papel económico de los equipos en una liga cerrada. Michael Jordan ha abierto el melón. Y lo que ocurra en este juicio puede cambiar el futuro de NASCAR durante décadas. Ni que decir tiene, además, que tanto en la NFL y la NBA como en otras ligas deportivas estadounidenses como la MLB (béisbol) NHL (hockey) o la MLS (fútbol) están mirando de reojo todo lo que sucede, con temor a que una sentencia muy dura contra NASCAR pudiese animar a algunos de sus miembros integrantes a tomar medidas legales para dirimir diferencias que, hasta ahora, se han venido canalizado por canales internos.

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