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Pío Moa

Pesimismo y optimismo

“¿Qué carajo podemos hacer?”, preguntaba Ibarreche afectando desesperación ante uno de los últimos atentados. ¿Qué hace la autoridad legítima de un estado de derecho ante el crimen organizado? Nada más sencillo: reprimirlo con la ley en la mano. Y eso es justamente lo que no hace Ibarreche. Al contrario, su gobierno autónomo protege a los terroristas y su entramado legal por medio de la pasividad policial, una propaganda favorable y subvenciones multimillonarias. Ibarreche y los suyos no ven en la Eta un grupo criminal, sino unos hermanos nacionalistas, algo descarriados, pero con los que desea repartirse los papeles contra la democracia española, como tan expresivamente ha teorizado Arzalluz y los hechos confirman. Eso significa pura y simple complicidad con el terrorismo, y la pregunta de Ibarreche, con toda su hipocresía, ya es una respuesta: van a seguir por la misma línea.

La trampa tendida a Aznar por nacionalistas y socialistas catalanes en la manifestación por Ernest Lluch revela algo no menos alarmante: la conjunción de un sector, al menos, del PSOE con los nacionalistas catalanes y vascos para socorrer a estos últimos, con la mira puesta en progresar hacia la desmembración de España. La historia guarda recuerdo de coincidencias semejantes, como en el verano de 1934, cuando ambos nacionalismos y el PSOE cooperaron a desestabilizar al Gobierno legítimo de centro derecha. He aquí un incidente significativo de entonces: varios diputados acusaron en las Cortes a la Esquerra catalana, dueña del gobierno autónomo, de repartir armas y preparar la insurrección. El entonces jefe del Gobierno, Samper, hombre bienintencionado pero débil, replicó que eso sería “incubar una catástrofe”, por lo que él no daba crédito a la denuncia ni sería “capaz de inferir a los representantes de la Generalidad semejante injuria”. Pero la denuncia era totalmente cierta y, en efecto, la Esquerra “incubaba la catástrofe” de la guerra civil, junto con el PSOE y, en plano secundario, el PNV.

Creo que Aznar no es Samper, pero conviene advertir que los tiempos no van a ser fáciles ni la solución rápida. Las aguas han llegado muy lejos, en gran medida por la claudicación sistemática de izquierdas y derechas, durante más de veinte años, ante la demagogia nacionalista, que ha conquistado en el País Vasco a un sector muy amplio de la opinión. Hay, sin embargo, motivos para el optimismo. Desde hace unos años se percibe allí, por primera vez, una valerosa reacción intelectual, moral y política. La situación ya no es la que era.

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