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Jesús Gómez Ruiz

Sociología fofa

La Sociología, ciencia blanda donde las haya, en manos de algunos sociólogos se torna ciencia fofa y dúctil, adaptable a las supersticiones que éstos profesan en materia económica y social. En el El País de este lunes, Fernando Conde y José A. Gómez Yánez firman un artículo titulado “Los hijos de la desregulación” --un título que, dicho sea de paso, se avendría mejor con un artículo dedicado a los fallos de los métodos anticonceptivos naturales--, donde sostienen la curiosa teoría de que los males de la juventud (abuso de alcohol y drogas, excesivo hedonismo, falta de fe en el futuro, pasividad, ¿consumismo?, ¿insolidaridad?, según los autores) proceden nada menos que de la "desregulación" del mercado laboral. Sostienen que, si el mercado se ha "desregularizado", "...el Estado del Bienestar debe crear los instrumentos para evitar que amplios sectores sociales acaben en las lindes de la marginación... Se trata de adaptar el Estado y su red protectora a la nueva realidad".

Los enemigos de la libertad y del mercado (en el fondo son la misma cosa) encuentran su chivo expiatorio en el capitalismo y la solución a todos los males (incluidos los que ellos mismos han causado) pasa por el Estado del Bienestar, esto es, más impuestos y más envilecimiento de la moneda.

Cegados por sus prejuicios contra el mercado, estos sociólogos probablemente nunca se han parado a pensar que las dificultades que muchos jóvenes encuentran a la hora de incorporarse a la vida adulta provienen principalmente de una deficiente formación que no les capacita para enfrentarse al mundo real. Es una consecuencia de la educación comprensiva y homogénea, orientada principalmente a convertir en realidad la utopía colectivista a la que los sociólogos socialistas jamás han renunciado.

En pocas palabras, hoy se educa a los jóvenes en la pasividad, las cosas "le pasan a uno" --las fuerzas ciegas de la Historia--, en lugar de educarles en la idea de que ellos mismos pueden hacer que "las cosas pasen". Es normal que los jóvenes se sientan frustrados y con escaso interés por hacer proyectos a largo plazo, entregándose a todo estímulo artificial que les permita paliar esa frustración. Si primero se les dice que la sociedad debe darles un puesto de trabajo estable y bien remunerado --porque para eso han estado formándose durante 20 años-- y después que nada pueden hacer por mejorar su situación porque todo deben esperarlo del Estado, no sorprende que la edad mínima de emancipación haya traspasado ya la barrera de los 30 años, que en España haya tan pocos empresarios, y que la máxima ilusión de muchos jóvenes sea convertirse en funcionarios.

Si a esto añadimos el bajo nivel de formación que ha provocado la demagogia educativa en la enseñanza superior (la selectividad la pasa todo el mundo), educación que hay que completar con cursos y master si se quiere tener acceso a mejores colocaciones, no debe sorprendernos que una gran parte de los licenciados sólo tengan acceso a trabajos poco remunerados si confían exclusivamente en su titulación. Para qué hablar de los que sólo tienen estudios medios.

No deja de ser revelador que los pensadores de orientación socialista sostengan un modelo de relaciones laborales tan parecido al del régimen anterior: matrimonio entre el empresario y el trabajador, un puesto de trabajo para toda la vida, un modelo que llevó las cifras de paro en España al final de los años 80 hasta el 20% de la población activa, y que hoy está causando la quiebra de la economía japonesa. Y es que si excluimos inconvenientes como la ausencia del derecho de huelga y los sindicatos libres (en España no lo son, porque también son parte del Estado, como los antiguos sindicatos verticales), las diferencias entre el modelo socialdemócrata y el franquista no son tantas. Por eso los socialistas nunca han criticado seriamente la política social y laboral del régimen de Franco.

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