Como ya había prometido en su campaña electoral, Bush ha convertido la reforma de la enseñanza pública en su primer proyecto de ley. El nuevo presidente norteamericano no se anda con rodeos; ha dicho que se debe hacer frente al analfabetismo y que es preciso asegurarse de que los niños americanos aprenden a leer y hacer cuentas.
Las medidas que Bush pretende tomar tampoco parecen muy sofisticadas. Siguen el dictado del más puro sentido común, todas las escuelas públicas deberán someter a sus alumnos a exámenes de lectura y matemáticas.
Los Estados Unidos que exportaron a Europa, hace más de treinta años, su modelo de escuela llamada “comprensiva”, y que sirvieron de inspiración pedagógica a todos los profesores “progresistas” del último tercio del siglo XX, reconoce hoy que la situación de su enseñanza pública es alarmante.
Una escuela cara que no enseña lo más elemental es un fraude para la sociedad. Así parece que lo ha entendido el tildado de racista, ultraconservador e incluso de “memo”, George Bush, cuando ha prometido a los padres que podrán reclamar al Estado el dinero público que éste invierte en la educación de sus hijos si la escuela no es capaz de garantizar una mínima enseñanza.
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