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Alberto Míguez

La extraña visita

El presidente de Guinea Ecuatorial es especialista en prometer y no cumplir. Si hubiera que hacer el relato de sus promesas incumplidas a todos los jefes de gobierno que en España hubo desde que fusiló a su tío, el dictador Macías, ocuparía varios tomos.

Obiang repite la cantinela de que se respetarán los derechos humanos y habrá elecciones democráticas en su país cada vez que se encuentra con un dirigente español, sea cual sea su rango. Naturalmente, después sigue metiendo en la terrible cárcel de Black Beach a los disidentes, su policía sigue torturando como en los peores días y el número de exiliados crece semana a semana. España, su Gobierno, mira hacia otro lado. Para nada sirve, por otra parte, que se le recuerde al dictador las promesas que hizo en Roma y Nueva York, donde se entrevistó con Aznar hace años.

Lo que pretende ahora Obiang es que Aznar visite Guinea Ecuatorial como fórmula para avalar su régimen y, de paso, su proyecto estratégico. Este último consiste en nombrar sucesor a su hijo “Teodorín” (Teodoro Nguema Obiang), flamante ministro de Bosques, Pesca y Medio Ambiente, y sucesor indigitado. Lo que Obiang acaba de inventar es la monarquía hereditaria, como lo hicieron Kim Il Sung en Corea del Sur y Hafed El Assad en Siria, ilustres modelos en los que se inspira.

La extraña visita privada de Obiang a Madrid tiene un insoportable olor a petróleo. Hay compañías –Repsol es una de ellas– a las que les gustaría regresar a aquella zona tras haber dejado el hueco a norteamericanos y franceses. Y para ello necesitan el apoyo del monarca “fang” (la tribu del presidente).

En esta visita acompaña a Obiang el flamante nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Cooperación Internacional y “Francofonía” (sic), Santiago Nsobeya, que naturalmente no habla una palabra de francés (¿quién lo habla en Guinea?). A esto se le llama en literatura “realismo mágico”.

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