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Diana Molineaux

¿Y ahora, qué?

Con la tripulación norteamericana sana y salva en territorio de Estados Unidos, el presidente Bush no ha perdido el tiempo en leerle la cartilla al Gobierno de Pekín y advertirle que no está dispuesto a tolerar una conducta como en la reciente crisis por el choque de los aviones.

Si China creía que podría debilitar a Bush, asustarlo para que no venda armas a Taiwan o coaccionarlo para que suspenda los vuelos de reconocimiento, ahora puede ver que se equivocó. Bush ha subido en las encuestas, Taiwan podrá seguramente comprar más armas y de mejor calidad y los vuelos de reconocimiento seguirán, quizá con la protección de aviones de combate.

Bush más bien puede verse confirmado en su teoría de que la China no es, como decía el presidente Clinton, un aliado, sino un "rival estratégico", pero lo grave para Pekín es que millones de norteamericanos están hoy más de acuerdo con la posición de Bush que hace dos semanas.

Su éxito en esta crisis no simplifica la vida al recién estrenado presidente norteamericano, pues dentro de diez días se enfrentará a las peticiones de los ultra de su partido para que aplique a la China una mano más dura de la que aconseja la característica moderación de la familia Bush: querrán que venda destructores “Aegis” a Taiwan, bloquee el ingreso de China en la Organización Mundial de Comercio y aplique aranceles a las importaciones chinas.

Este último punto es el más peligroso. Para Bush, porque los congresistas tienen en sus manos la legislación para sancionar a la China, en que los conservadores se alían al proteccionismo sindical. Para Pekín, porque la relación económica no puede ser más asimétrica: sus ventas a EEUU son el 35% de sus exportaciones y son la base de su crecimiento, mientras que para Washington representan un déficit de 84.000 millones de dólares.

En las negociaciones de la próxima semana, la China pedirá la suspensión de los vuelos de reconocimiento y EEUU la devolución de su avión siniestrado. También aquí los deseos son asimétricos: el Pentágono ya da por perdida la tecnología que Pekín haya podido encontrar y tan solo quiere el avión por cuestión de principio, para no sentar precedente ante otros países. La China, en cambio, no puede material ni legalmente impedir los vuelos norteamericanos, que tienen la capacidad de protegerse con aviones de combate.

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