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Alberto Míguez

La sombra de Mitterrand

Pocos países y pocos gobiernos a la largo de la historia contemporánea habían hablado más de respeto a los derechos humanos y pocos también han hecho menos para que sean respetados que Francia y sus últimos gobiernos. Los franceses siguen tristemente viviendo a la sombra de François Mitterrand, uno de los más corruptos, cínicos y amorales presidentes de las cinco Repúblicas que el país ha soportado en los dos últimos siglos.

Mitterrand recibió hace años a Castro oficiosamente, mientras un ilustre idiota, Philipe Seguin (candidato derrotado de la derecha en la Alcaldía de Paris), le daba la bienvenida en la Cámara de Diputados, símbolo aparente de la democracia y las libertades en un país que se ufana de todo eso. Para completar el espectáculo, la ahora viuda de Mitterrand jaleó al dictador de quien dice es amiga y admiradora.

Ahora Francia intenta en Ginebra sacarle las castañas del fuego al régimen cubano siguiendo la senda de Mitterrand, cuyos amigos eran Nicolás Ceaucescu y Erik Hoenecker, un dechado de demócratas semejantes al tirano de Cuba. Festejar a los dictadores, adularlos y defenderlos parece ser una herencia indeclinable en este culto y antaño respetado país.

Francia rompe con este gesto la “posición común sobre Cuba” aprobada por la Unión Europea hace tres años, algo que no debería extrañar a nadie porque si hay un gobierno que ha boicoteado permanentemente la llamada política exterior y de seguridad de la UE ha sido, precisamente, el de Jospin: en Oriente Medio, en Asia, en África y donde se tercie. Chirac, Jospin y su ministro Vedrine han hecho mangas y capirotes con ese sueño imposible que intenta salvar Javier Solana.

Es posible que, una vez más, Castro y su régimen se salgan de rositas en la reunión de Ginebra gracias a individuos de la calaña moral de Pastrana y Chávez, cuyos países más pronto que tarde les pedirán cuenta algún día por el desastre absoluto que generaron en sus mandatos respectivos.

Es posible también que la diplomacia francesa intente explicar algún día a sus socios y aliados (España parece que es uno de ellos) por qué tanta vileza y tanta cobardía y, sobre todo, a cambio de qué. Pero lo que va a ser imposible es que el país recupere la credibilidad que perdió desde que el difunto Mitterrand asentó sus posaderas en el Elíseo. Eso, desde luego, no lo logrará por la senda de Ginebra aunque, finalmente ¿a quien le importa?

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