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Katia Borrás

Schroeder estrena Cancillería

Desde este lunes, el canciller alemán Schroeder trabaja en su recién estrenado despacho en el también nuevo edificio de la Cancillería Federal. Un legado del ex canciller Kohl (CDU) que, tras 16 años asentado en el poder, pensó que un edificio imponente era justo lo que necesitaba una cancillería alemana en la nueva capital. Así, de entre todas las opciones que le propusieron, Kohl eligió un proyecto arquitectónico concebido a su imagen y semejanza: un edificio de enormes dimensiones, mucho más grande que la antigua Cancillería de Bonn, que, a su lado, parece una sucursal de la Caja de Ahorros. El edificio ha costado 465 millones de marcos, casi 40 mil millones de pesetas. Lágrimas de cocodrilo lloró cuando en las elecciones generales de 1998 no resultó reelegido. Ahora el primer inquilino de la nueva cancillería es precisamente su entonces rival político y hoy jefe del Gobierno alemán, Schroeder (SPD). Así, más duele lo que no pudo ser.

Tras la mudanza de Bonn a Berlín en 1999, Schroeder ha dirigido la política desde el antiguo edificio del Consejo Estatal, en el que el presidente Honecker gobernaba la ex Alemania Oriental. Ahora Schroeder se ha mudado con sentimientos ambiguos. Dice que el edificio de grandes cristaleras es demasiado opulento para su gusto, pero que asume el hecho de que la capital necesita de un nuevo emblema que señalice el papel más cosmopolita de la futura Alemania, balanza entre el este y el oeste de Europa. Lo cierto es que el edificio de enormes cristaleras no supera a su vecino, el imponente Reichstag con su nueva cúpula y, entre los dos y su magnificencia, reducen al Brandenburger Tor, el emblema de Berlín por excelencia, a una mera verja de jardín.

Para habitar el octavo piso del edificio de la Cancillería, Schroeder abandona una villa en el elegante barrio berlinés de Dahlem. A pesar de lo ostentoso del nuevo edificio, Schroeder tiene a su disposición para uso privado sólo dos habitaciones, cocina y baño, eso sí, con una magnífica vista al edificio del Reichstag, desde donde puede ver la explanada que separa ambos edificios en la que se celebran unas 2.000 manifestaciones al año. Se trata de un espectáculo continuo no sólo para el canciller, sino también para la multitud de turistas que día tras día se dan cita en la explanada para admirar el núcleo arquitectónico de la política alemana y que, a partir de ahora, llegarán a ver hasta la cristalera del baño privado del canciller. Esperamos que su mujer y primera dama del país tome las medidas pertinentes y le ponga unas cortinitas a la ventana del baño para que el espectáculo no sea recíproco.

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