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Susana Criado

El mercado no cree en el discurso de Duisenberg

El euro no necesita a ningún imitador de Greenspan. Sí necesita que el Banco Central Europeo se gane a pulso su credibilidad, que la inflación se mantenga bajo control y que el crecimiento de la economía sea sostenido. Sin embargo tiene a un Win Duisenberg, presidente del BCE, cada vez más preocupado por acaparar la atención de los mercados y por darle gusto a inversores, analistas y al ego propio.

Este lunes corrían por el mercado ciertos rumores que hablaban de una posible intervención del Banco Central Europeo y del Banco de Japón aprovechando la festividad que vive Estados Unidos por celebrarse el Memorial Day, el día de los caídos en guerra. Herida de muerte, la moneda única, ha visto la luz cuando se hablaba de una compra masiva de euros por parte de los dos bancos centrales: lograrían sujetar al euro por encima de los 0,85 dólares –ha perdido desde que empezó el año un 10%– y demostrarían que están ahí y que están preocupados por las consecuencias que puede traer su continua y creciente debilidad.

Sin embargo, los rumores se han acallado cuando Duisenberg ha hablado ante el Parlamento Europeo. No ha dicho nada nuevo, pero sí ha dejado la puerta abierta a una futura intervención: ha dicho que la intervención en los mercados cambiarios es un arma que tiene en el arsenal de la entidad y que como tan puede utilizarla cuando lo crea conveniente. Ni miente ni desmiente; ni tranquiliza ni respalda; repite el mismo discurso de la comparecencia anterior: que confía en una disminución de la inflación a medio plazo, que la masa monetaria o dinero en circulación –la famosa o maldita M3– está controlada, y que los tipos de interés están bien donde están.

¿Ha mirado Duisenberg los últimos datos? Esos datos indican que la economía europea está tocada. Alemania –el auténtico enfermo de la región– y Francia –hasta ahora el mejor de la clase– ralentizan su crecimiento más de lo previsto y más rápido de lo estimado. Al mismo tiempo, los precios, lejos de moderarse, se disparan por el alto precio del petróleo, la subida del pollo y del cerdo, y por la perenne flojera del euro. Menos crecimiento y más inflación: un cóctel peligroso para un Banco Central que no hace más que decir que la M3 está controlada.

Como el mercado no cree en el discurso de Duisenberg, no confía en el euro y busca refugio en el dólar. Es la pescadilla que se muerde la cola; es una moneda virtual que ni existe físicamente, ni está respaldada por una voz única, ni está sostenida por el binomio crecimiento sostenido e inflación controlada. ¿Qué nos queda entonces? Resignación: el euro, con o sin intervención, seguirá arrastrado por una Europa divergente en voces e intereses.

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