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Jalis de la Serna

¿Por qué, Tomás, por qué?

Lleno de no hay billetes para presenciar el festejo de la feria. Se lidiaron 6 toros de Adolfo Martín, mal presentados. Blandos y sosos en general. Peligrosos tercero y sexto. Se salvó el quinto, bueno por el pitón izquierdo.

Joselito, de burdeos y oro. Un pinchazo y estocada (silencio). En el cuarto, pinchazo y estocada desprendida (silencio).
José Tomás, de grana y oro. Estocada desprendida (silencio). En el quinto, cuatro pinchazos, media estocada, cuatro descabellos, sonaron los tres avisos y el toro fue apuntillado en el ruedo (gran bronca).
Miguel Abellán, de blanco y plata. Estocada (oreja y vuelta al ruedo). En el sexto, estocada desprendida y un descabello (gran ovación de despedida).

Nadie daba crédito a lo que veía, el ídolo de Las Ventas, el torero de la otra dimensión, el que pisaba terrenos desconocidos para el resto, el que estaba un paso por delante del resto del escalafón, se estaba dejando un toro vivo en Madrid. Todos le miraban incrédulos: los banderilleros, los compañeros, los 25 mil que habían llenado la plaza con la única intención de agrandar el mito del torero de Galapagar... y José Tomás, ausente, impávido, con los ojos perdidos en su reflexión, había renunciado ya a matar al único que se dejó del infumable encierro de Adolfo Martín.

¿Por qué lo hiciste, torero? ¿Por qué renunciaste a ser el ídolo de Madrid?

Estaba la plaza volcada, entregada, esperando y perdonando, incluso, que Tomás dejara escapar la buena embestida del toro por el pitón izquierdo... Y sobrevino el desastre. Pinchó sin convicción –por lo menos arriba–, descabelló sin ganas y dejó que le sonaran tres avisos sin inmutarse. La plaza rompió en incontrolable ira, habían perdido a su referencia, el torero que ponían por espejo para mal cargarse de razón criticando al resto, estaba decepcionando en el ruedo que le llevó a los altares. Tal vez presionado por la grandeza de su incipiente leyenda, salió José Tomás sin querer ser él mismo, en la tarde destinada a convertirle en icono de la torería. Ya en el tercero se le notó apático, sin acoplarse con el sosón de Adolfo Martín que no se comía a nadie.

Esta vez el coloso fue Miguel Abellán, pura casta de torero. Dejó muestra de a qué vino al replicar por ceñidísimas chicuelinas a un quite de Joselito en el tercero. Luego, cuando empezaba faena toreando con la derecha, le prendió el morlaco de horrible forma y cuando se levantó se notó que estaba herido. Sin importarle la sangre que salía por su pierna derecha y que empezaba a teñir de rojo su terno, el diestro madrileño cogió la muleta con la izquierda y se puso a torear. El morlaco miraba más a la taleguilla del torero que al engaño pero Abellán no se arrugó y aguantó los parones como un tío hasta conseguir meterlo en la muleta y conseguir cuatro series magníficas al natural. Se tiró a matar de verdad y consiguió una oreja a sangre y fuego. Había incertidumbre en el sexto por saber si el torero podría salir de la enfermería. Cuando las ganas de triunfar pueden más que una cornada, por leve que sea, en una pierna, no queda más que descubrirse ante un torerazo. Tan valiente como en su anterior enemigo, Abellán intentó meter en la muleta al morlaco aún a sabiendas de que el toro cogía por ambos pitones. El escalofrío se veía venir; esta vez, a Dios gracias, sólo quedó en el susto. Imposible hacer más con semejante marrajo. Ovación de gala a un gran torero.

Joselito pasó por Las Ventas de puntillas. Fue como si no hubiera actuado, en el polo opuesto –mira que es difícil– de sus dos compañeros de terna. Apatía absoluta, indiferencia recíproca con el público. Nada se puede destacar de su paso de la tarde de este viernes por el coso venteño.

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